En redes sociales y en algunos medios de comunicación se han expresado voces de expertos, actores políticos, empresarios y ciudadanos comunes, desmintiendo el dato del gobierno federal que una familia paga 5.2 pesos por kilowatt/hora de luz mientras que tiendas como Oxxo, Bimbo y Walmart pagan entre 1.7 y 1.8 pesos, pero el esfuerzo, aunque encomiable, no ha servido de nada ante la poderosa maquinaria mediática que tiene a su servicio y que usa cada vez de forma más descarada para mentir, el presidente Andrés Manuel López Obrador.

El presidente deslizó el dato, evidentemente falso, en la mañanera del 11 de octubre y las redes sociales y medios de comunicación afines al gobierno, así como partidos y legisladores de su coalición, se han encargado de repetirlo. El argumento central es que por eso “el poder empresarial”, que así considera este gobierno a la Iniciativa Privada, “se resiste” a la reforma eléctrica.

López Obrador agregó, para afianzar la mentira: “¿Cómo es posible que una familia de clase popular o el dueño de una tienda de abarrotes paga hasta 4 veces más que lo que paga un Oxxo?” y no contento, todavía martilló con fuerza el último clavo en el ataúd donde espera sepultar cualquier inconformidad a su propuesta:

“Porque lograron contratos especiales, porque se reformaron las leyes, porque supuestamente son generadores de energía pero al final es porque tienen un subsidio y quien paga el subsidio es el pueblo”

AMLO

El argumento de que las empresas abusan y que la gente paga más que ellas por el consumo en sus casas, se ha convertido en el eje principal de promoción y defensa de la propuesta de reforma eléctrica, porque aunque parte de un argumento falso, tiene mucho de esa lógica popular que tiende a odiar a aquellos que recuerdan, en el día a día, la confirmación del estatus de jodido de la mayoría de los habitantes de un país como México: el que tiene un carro, el que tiene una empresa, el que tiene un buen trabajo, el que puede mandar a sus hijos a escuelas privadas, el que puede viajar al extranjero.

Como en otros asuntos, el discurso presidencial transita por el camino abierto a la polarización social que genera una realidad marcada por la desigualdad y la pobreza, que lejos de superarse, en este sexenio empeora. Y lo hace de una forma impecable, recordándole inconscientemente a su público la injusticia histórica de haber nacido pobres y de seguramente llegar a morir pobres, para de esa forma crear condiciones en las que cualquier refutación es prácticamente imposible.

Lo que extraña no es que el presidente use todo el poder del Estado para inclinar a buena parte de la opinión pública a su favor en un debate que, por lo fundamental que resulta el tema para el futuro del país, debería requerir de argumentos técnicos, racionales, y sobre todo, alejarse de la manipulación, la ideologización política y la mentira.

Lo realmente sorprendente es que los legisladores, los partidos políticos, los expertos y las empresas, sigan creyendo que a través de discursos en la tribuna, de cartas abiertas o de tuits en las redes sociales, van a lograr incidir o equilibrar en una discusión pública que a estas alturas está ganada por López Obrador, porque si se votara a mano alzada, hasta yo aprobaría que los establecimientos comerciales paguen sin subsidio y que las familias tengan tarifas más baratas de luz.

Ricardo Anaya, Max Kaiser, Xóchitl Gálvez, Fernando Escalante, Enrique de la Madrid, entre otros, se han cansado de presentar argumentos contra una reforma que, para los intereses nacionales y colectivos, resulta por decir lo menos, riesgosa. Un país donde no haya competencia, donde se opte por las energías sucias y donde la empresa del estado se encargue de hacer realidad la promesa de bajar las tarifas a costa siempre del presupuesto público, no es el mejor augurio.

El problema sin embargo, ya no es si es falso el dato que Oxxo paga menos que una casa de familia por la electricidad; tampoco el riesgo que con la reforma eléctrica se vayan a detonar cientos de demandas contra México por la cancelación de contratos a privados, el verdadero problema radica en el poder que la sociedad mexicana le ha otorgado en tres años, de forma complaciente, a un presidente que es capaz de mentir para sacar adelante su idea de modernizar al país con la receta estatista de los años setentas.

Mientras López Obrador siga teniendo el poder (mediático) absoluto con el que domina la escena pública, mientras siga beneficiándose de la impunidad total que le otorga el hecho que no hay ni un solo medio de comunicación con la capacidad de hacerle contrapeso, estaremos a expensas de un liderazgo que le va a ir imponiendo condiciones y marcando pautas a los otros poderes y a la sociedad, para hacer realidad un proyecto que a estas alturas nos debe quedar muy claro que es de naturaleza populista y sobre todo, autoritario.

Mayra Jazbeth Martínez Pérez/ @mayraveracruz