El PRI se sigue hundiendo, su futuro es peor que incierto. La causa de su debacle no ha sido la traición a su programa de origen sea el callista, cardenista, alemanista o el que se quiera. Tampoco lo es su autoritarismo de casi siempre y su obsequioso sometimiento al presidente tricolor. El asesinato de Luis Donaldo Colosio y meses después el de Francisco Ruiz Massieu cuenta y mucho, pero tampoco es razón suficiente. Ni siquiera su esclerosis para competir en elecciones justas y ordenadas.

La razón y causa del deterioro del PRI ha sido la corrupción. Mucho más cuando esta viene de la Presidencia y corroe el aparato político. Así sucedió con Carlos Salinas presidente y con Enrique Peña Nieto. Gracias a ellos y a sus émulos, muchos de ellos gobernadores, para muchos mexicanos el PRI es sinónimo de corrupción. La derrota es lo que le viene. Con la excepción de Coahuila y algunos municipios, nada promisorio hay en el horizonte.

Lee esto: Si mi hermano es responsable que sea castigado, señala AMLO en la mañanera de hoy

Para transitar al futuro el PRI optó por lo más corrupto, lo más autoritario. Los expedientes de Alejandro Moreno y de Rubén Moreira son en parte públicos y los elementos que pocos conocen y sí tienen las autoridades federales como es el incremento presupuestal de la tesorería de Campeche después de la elección de 2018, los vuelve vulnerables en extremo a la presión del gobierno.

El PRI está partido. La fractura es más evidente cuando se trata de encarar las propuestas legislativas de interés del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como es la Reforma en materia de energía ahora bajo discusión. Las diferencias dentro del PRI no son políticas, ideológicas ni siquiera de intereses legítimos o no. Simplemente es el resultado de los esqueletos en el clóset de la cúpula del PRI y de algunos de sus gobernadores. El sometimiento al presidente López Obrador, y él lo sabe, tiene como causa no el patriotismo, no la lealtad a la institución presidencial, no a la opción de Lázaro Cárdenas o López Mateos. No. Su origen es el miedo, mayor cuando la cola es larga.

El caso Emilio Lozoya es la gran didáctica sobre el uso político de la justicia penal. Hay un corrupto confeso y señala con claridad a sus superiores, como debe ser para tener la innoble condición de testigo colaborador. No obstante, a Peña Nieto o a sus ex secretarios de Hacienda no se les toca ni con la hoja de un citatorio. La justicia penal la emprende contra los panistas, algunos gobernadores, otros destacados críticos del régimen y uno emblemático en particular, Ricardo Anaya, ex candidato presidencial.

Lección clara y contundente: el que desafía, el filo de la justicia a modo. El que se somete complacencia, olvido y, en su caso, impunidad.

Federico Berrueto I Twitter: @Berrueto