Si hay alguien que sabe jugar y ganar, ese es Andrés Manuel López Obrador. Nadie como el tabasqueño para urdir estrategias efectivas para vencer al rival. Solamente AMLO ha sido capaz de salir de un jaque mate. Lo hizo en 2004. También ha remontado golizas imposibles. Por eso, luego de que se le dio mil y una veces por muerto, ahí está: en la Silla del Águila.

Provocador profesional e ilusionista, el presidente de la República sabe inventarse el juego y ponernos a todos a jugar. Para luego ganarnos y burlarse de nosotros. Por alguna extraña razón nos es imposible negarle una invitación al juego.

Lo ha hecho desde que fue Jefe de Gobierno del Distrito Federal.

López Obrador dicta la agenda de la vida pública nacional. Él lleva la batuta. Se apropió de la narrativa del país. Por eso su gobierno es vertical y la estructura de su movimiento se cimienta en un caudillismo fuerte, mantenido por el constante y sistemático fomento del culto a la personalidad mediante medios de comunicación tradicionales y alternativos.

Pero esta vez no le va a salir la jugada.

La idea era brillante. Promover el desquite y el encono diariamente desde un púlpito presidencial. La polarización fue la primera consecuencia. Luego el discurso se encargaría del resto: atizar el fuego de la división del pueblo de México. Crear una guerra de clases imaginaria carente de connotaciones filosóficas o ideológicas. Rencor y resentimiento serían suficientes.

A mitad del sexenio se aprovecharía la polarización para promover desde el Poder Ejecutivo una consulta de revocación de mandato que coincidiese con las elecciones intermedias. Esto permitiría a AMLO figurar en la boleta y garantizar con su popularidad el triunfo de los y las candidatos de MORENA en los comicios federales de 2021.

Gracias a la oposición, esto último no sucedió así. Al final se logró promulgar la ley de revocación de mandato. Sin embargo, gracias al esfuerzo legislativo de los y las opositores se evitó que la consulta se empatara con la jornada electoral de 2021. El referéndum se llevaría a cabo un año después.

La elección será el próximo 10 de abril. Pero lo que sucederá ese día no será ni remotamente parecido a lo que se imaginó Andrés sería el día de la elección de la consulta.

La consulta de revocación de mandato no se recreará como la ideó López Obrador. No habrá enemigo quimérico. Nadie materializará la entelequia del neoliberalismo, del conservador. La oposición por primera vez logró concebir una estrategia superior a la del oficialismo.

Al final, Andrés Manuel tendrá que pelear contra su sombra y en silencio. Sin vítores ni rechiflas. No habrá espectáculo. Porque la participación será bajísima y los pocos votos que se recaben serán en su mayoría de gente movilizada por operadores electorales del partido en el poder.

¿Cómo gana la oposición con todo esto? Muy fácil.

Andrés Manuel López Obrador logró en 2018 que lo votaran cerca de treinta millones de mexicanos. Ahora que se enfrentará contra sí mismo, habrá que ver si gana el AMLO del 2018 o el del 2022.

Si el presidente recaba menos votos de los que obtuvo hace cuatro años, su figura se depreciará. Habrá perdido la batalla contra su alter ego del pasado. Y en política dicen que para atrás ni para agarrar vuelo. Y los políticos mexicanos que saben siempre han sostenido que hoy en día solamente Andrés Manuel puede vencer a López Obrador. Porque el peor y mejor enemigo que siempre ha tenido AMLO ha sido la imagen que se enfrenta a él en todos los espejos del mundo.