El estratega argentino, Diego Cocca, terminó por pagar los platos rotos. Alguien tenía que responder por la crisis profunda que vive la selección de fútbol de nuestro país y, hace un par de días, dieron por finalizados sus servicios como entrenador. En efecto, los dos últimos partidos que encaró -en suelo norteamericano- fueron el detonante para que los directivos del balompié tomaran una decisión de separarlo. No sé si fue una determinación acertada, sin embargo, es un hecho que los jugadores son también responsables.

Así como cepillaron a Cocca de la selección, se tiene que considerar el fin del proceso futbolístico de algunos jugadores que, ante la pobreza que muestran en la cancha, no merecen un lugar porque, más allá de poner en práctica lo que mejor saben realizar en el campo, están envanecidos. La soberbia, por ejemplo, es el común denominador de muchos participantes. Varios de ellos, ensalzados, no han hecho la diferencia que se espera.

Qué bueno, y lo digo de forma sincera, que nuestro país partícipe en una geografía futbolística como la CONCACAF. No me imagino a la Selección Mexicana encarar partidos de eliminatoria en Sudamérica. Si con trabajos peleamos la fase grupos, no me quiero imaginar el calvario que viviríamos en encuentros con equipos como Argentina, Brasil, Chile, Colombia o Uruguay. A México le serviría porque elevaría su nivel; la cuestión es que, durante años, se acostumbró a enfrentar procesos de bajo nivel y, a estas alturas, el fútbol que ha mostrado está en pleno retroceso, por no decir decadente.

Vendrá otro entrenador a sabiendas de que hay que encarar la Copa de Oro que, aunque nos duela, Estados Unidos es el gran favorito para conquistarla. Será otro impacto duro por la rivalidad futbolística y por muchos factores inherentes entre ambos países. Sin embargo, debemos ser muy conscientes del nivel de competencia que han demostrado. Eso, a la postre, no alcanza para mucho. Lo que necesita el balompié -en nuestro país- es aterrizar los pies en la tierra; asimismo, fomentar la participación de jóvenes y reducir el número de extranjeros que emigran al territorio.

Muy a menudo salen generaciones de futbolistas mexicanos y, en la balanza, se inclinan más por el jugador sudamericano. Es decir, hay una barrera inmensa que no he permitido dar el salto definitivo a primera división. De hecho, son los mismos jugadores los que dominan el vestidor, los reflectores y hasta la grilla que se produce. No es un secreto a voces que, en la actualidad, la selección está monopolizada y que, en lugar de liderar, son dañinos para los resultados positivos.

Los propios resultados muestran la pobreza de competencia que han demostrado en la cancha. Si hablamos de nivel, al menos en los últimos años, esa labor se asemeja a la de la oposición. Ambos, en ese sentido, están sumamente sobrados e inflados. Lo peor de todo es que, ninguno de los dos, tiene forma de competir. Tanto la selección de fútbol, como el contrapeso, están contra las cuerdas. Uno y otro, necesitan una reestructuración de fondo; renovar sus cuadros y sacudirse de ese narcisismo que solo les ha creado falsas esperanzas. Vale la pena que hagan una reflexión interna porque, a nivel de competencia, están a años luz de alcanzar una calidad.

La oposición perderá la elección presidencial del 2024. Y, a ese paso, la Selección Mexicana de futbol no tiene nada que ofrecer, con ese nivel, para futuras competiciones. Ambos, en ese sentido, son tan idénticos. Ninguno de los dos tiene un líder que haga la diferencia en la cancha. Más aún, con esas actuaciones tan decadentes que demuestran.