Ni hablar. De acuerdo a los sondeos, los resultados en el Estado de México se perfilaron, desde las primeras horas después de haber cerrado las casillas, hacia la victoria de Delfina Gómez, quien será la sucesora de Alfredo del Mazo como gobernadora del estado más grande del país.

La victoria de Delfina, y con ello, la derrota del PRI tras décadas de haber gobernado la entidad, conllevará una dramática reconfiguración del panorama político nacional. No únicamente el Revolucionario Institucional será condenado a sobrevivir como un partido pequeño en los márgenes del espectro político, sino que el oficialismo habrá consolidado su predominio en la vida pública.

No hay duda de que Alejandra del Moral fue una buena candidata. Su carisma fue capaz de salvar al PRI de una derrota mayúscula superior a los quince puntos de diferencia, como vaticinaron algunas casas encuestadoras. Sin embargo, el peso de las siglas del partido sumado al discurso de Delfina y al espaldarazo público de AMLO y de la cúpula morenista condujeron a la derrota del Revolucionario Institucional por primera vez en la historia del estado.

¿Qué hizo posible que Delfina lograse la hazaña? En primer lugar, AMLO. El presidente mexicano, erigido en caudillo cuyos dichos y opiniones son percibidos por sus bases como una verdad tallada en piedra, abrazó a Delfina sin cortapisas; mensaje que penetró profundamente en el pensamiento de los mexiquenses, convenciéndoles de que la ex secretaria de Educación era una opción viable para hacer frente a las enormes problemáticas estructurales que aquejan al Estado.

En segundo lugar, el sentimiento de revanchismo. Martí Batres y Mario Delgado, conspicuos morenistas, resumieron espléndidamente lo que significa la victoria de Delfina en el imaginario de los votantes. En sus palabras, una mujer humilde, hija de un albañil y de una costurera va a desterrar la corrupción, y habrá triunfado el humanismo sobre el clasismo. En otras palabras, lo que los propagandistas de la 4T llaman reivindicaciones históricas se trata en realidad de un sentimiento revanchista promovido, desde un primer momento, por AMLO y por sus corifeos.

Y en tercer lugar, el abstencionismo. En este sentido, la victoria de Delfina no debe entenderse como un reclamo popular, pues apenas votó por ello el 25% del padrón electoral, sino como una minoría (en un estado con 17 millones de habitantes y un padrón de 12) con deseos legítimos de sacar al PRI del gobierno de la entidad y de promover un cambio. Sin embargo, desafortunadamente, la opción representada por Morena y por una candidata sin oficio ni capacidades como servidora pública y sobre quien pesan serias acusaciones de corrupción, difícilmente se traducirá en un mejoramiento del nivel de vida de los mexiquenses.

Como bien expresó el domingo por la noche Alejandra del Moral, a pesar de las diferencias y las desavenencias, todos los mexicanos, y en particular, los mexiquenses, deben promover el sentido de unidad y de superación de la inquina y el rencor, pues estamos en la antesala de los tiempos de una mayor polarización política.