En materia de elecciones y de la vida, en general, la mejor planeación estratégica es la planeación de la coyuntura, hasta donde esto es posible, desde luego.

Me refiero a que hay casos en la historia electoral reciente de candidaturas que llevaban una ventaja clara a unas semanas o días de la jornada electoral y un evento emergente, imprevisto y mal manejado provocó la reversión determinante de las preferencias ciudadanas.

Tengo muy presente la elección a la presidencia del gobierno de España en marzo de 2004, a la que asistí en carácter de observador electoral, invitado por el Ministerio del Interior.

En esa ocasión, el candidato a vencer era Mariano Rajoy, del Partido Popular, quien buscaba con clara ventaja suceder a José Maria Aznar.

El retador era José Luis Rodríguez Zapatero, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), joven promesa en preparación para acceder al gobierno no en 2004 sino en 2008.

La mañana de mi arribo a Madrid un taxista me informó que el día previo había tenido lugar el acto terrorista de la explosión de varios trenes en la estación ferroviaria central de la ciudad.

En días subsecuentes al conocido como 11-M, pues la tragedia ocurrió el 11 de marzo, los acontecimientos se precipitaron en un torbellino de declaraciones e interpretaciones.

La más relevante fue que el gobierno responsabilizó del hecho al grupo de origen vasco, ETA, desde luego en busca de crear un efecto irradiante en contra del PSOE y su candidato, Rodríguez Zapatero, quien había mostrado dudas en torno a los responsables.

Fui testigo directo de la indignación ciudadana y política que se expresó en una marcha multitudinaria en el centro de Madrid y que se replicó en otras ciudades.

Buena parte de los más o menos indecisos en esos 3 días entre jueves y sábado resolvieron votar en contra del PP o a favor del PSOE y Rodríguez Zapatero.

Los resultados otorgaron un triunfo claro a este último, quien vio adelantado su propio ascenso al poder.

Aquéllos que perdieron aceptaron la derrota esa misma noche del domingo 14 de marzo de comicios realizados en condiciones emotivas tan excepcionales.

Al día siguiente, obviamente consternados, pero con una gallardía e institucionalidad admirables, los altos funcionarios del Ministerio del Interior se presentaron ante sus invitados extranjeros para hacer una breve referencia a los hechos y resultados de la elección.

Acto seguido, se despidieron a mano de cada uno de nosotros bajo la cordial advertencia de que dejarían sus cargos y que lo más probable sería que no nos volveríamos a ver, pues ellos eran funcionarios del Estado y serian asignados a servir en otros ramos de la administración, y, en efecto, así fue.

He meditado en varias ocasiones sobre ese pasaje. Invariablemente, llegó a la conclusión de que el principal riesgo para una campaña ganadora que pierde la ventaja suele ser una muy simple y a la vez complejísima: no planear la coyuntura o mal manejarla cuando ya irrumpió.