El modelo de la etapa neoliberal de los últimos 40 años intento vaciar de contenido el concepto del trabajo y del salario, como instrumento de desarrollo del individuo e impulsor de la economía, con el cual las familias podían satisfacer sus necesidades primarias, para convertirlo en un apéndice de la productividad y la riqueza.

Se cambiaron las leyes para que los escalafones fueran indexados a la productividad, se autorizó el privilegio fiscal de los bonos de asistencia y productividad, para que no se integraran al salario del seguro social. Los derechos siguen existiendo, así como el pago del salario, pero ya no dentro de una estructura obrera subordinada, sino como retribución del esfuerzo personal productivo de cada trabajador en lo individual.

Toda una dinámica de cambios conceptuales para desnaturalizar al derecho laboral, lo que encontró su máxima expresión en dejar de llamar al trabajador como tal, para denominarlo asociado, colaborador, pero nunca trabajador, esa palabra se evita en las empresas, pues en su construcción implica derechos, mientras que colaborador o asociado es quien participa del objetivo de la empresa como primer frente, pasando a segundo plano todo lo demás.

Este proceso de degradación del derecho del trabajo en México fue posible por la ausencia del Estado, por su complicidad, por su nula supervisión del cumplimiento del derecho, todo se remitió al derecho procesal, a donde la justicia lenta y obesa se comía al trabajador y cualquier derecho que exigiera, lo convertía en dinero y entonces jugaba a la casa de subastas, ya no es el cumplimiento del derecho sino cuánto cuesta no cumplirlo, ¿Quién da más o quién acepta menos?

El siguiente engranaje de esta maquinaria se colocó en los temas de los derechos humanos, para enfatizar los aspectos de igualdad, de no discriminación, de juzgar con perspectiva de género, siempre como un tema aspiracional que se resuelve una vez que reclama en un juicio, no en el día a día en la fuente de trabajo, en la fábrica, sino para terminar en la maquinaria judicial que todo lo convierte en dinero.

Pero el majestuoso palacio laboral neoliberal a donde bailaron todos alegremente, las empresas de subcontratación, los secretarios del trabajo, las juntas de conciliación y arbitraje, los empresas, los flamantes despachos patronales, los sindicatos blancos, charros y de protección y hasta los organismos como el Banco Mundial, se construyó sobre tierras inestables, a donde la lava de los salarios de los trabajadores corre y está efervescente; pero el destino los alcanzo.

Los aumentos salariales al mínimo del sexenio del presidente López Obrador ya igualaron y superaron muchos de los tabuladores que tenían en las empresas, es decir, siempre estaban una rayita arriba del salario mínimo y se quedaron abajo, así que les preocupa de sobre manera que esa política reivindicadora del salario mínimo continúe, pues hoy es la base general de la oferta laboral, de allí que el 60% de los trabajos contratados en post pandemia sean de un salario mínimo.

Por eso no encuentran trabajadores, por eso no pudieron legitimar sus contratos de protección, pues el salario mínimo debió ser siempre una referencia no una regla. Somos de los países que menos distribuyen riqueza, la única forma de lograr este cambio es continuar con la política de aumentos al mínimo y la organización legitima de los trabajadores, ya veremos si la última reforma laboral generó las condiciones para ello.

Twitter: @riclandero

Vladimir Ricardo Landero Aramburu, maestro en derecho por la UNAM.