El último informe de CONEVAL que valora, mide y extrae conclusiones sobre los efectos de la política social del gobierno nacional en turno ha sido relevante por los datos que consigna. En esencia, lo que más polémica ha causado: salieron de la pobreza 5.1 millones de mexicanos, se redujo el nivel de la desigualdad social pero están sin acceso a la salud millones de otros mexicanos, para decirlo escuetamente. Dos triunfos notables y una debilidad importante para la 4T (no fracaso, no ha terminado el sexenio), es decir, un proceso de reorganización a fondo del sistema de salud que no concluye y que al día de hoy no presenta buenos resultados, sino al contrario, serias debilidades. Pero no olvidar dos años de pandemia global y de una profunda crisis económica mundial, y que fue justamente el sistema de salud pública el que colapsó a nivel internacional y estaba colapsado a nivel nacional conforme a los datos aportados por el gobierno al inicio de la pandemia.

Cada quien exaltó del informe, lo que consideró subrayable, y junto a la discusión pública que ello trajo consigo, surgieron criterios, opiniones y conceptos que expresaron los términos de lo que consideramos una ideología de la pobreza. Es decir, se alejaron de los criterios técnicos y evaluativos, o hasta comparativos, para ofrecer criterios ideológicos que conforman un territorio de discusión muy distinto. El propio presidente AMLO citó conceptos del Papa Francisco sobre los pobres y por ende, sobre la pobreza, y sus visiones propias desde el cristianismo al respecto de los deberes y del necesario comportamiento evangélico.

Pero ¿existe una ideología de la pobreza como tal? Sin duda. Haremos una exposición de ello en términos de una columna periodística para ilustrar a nuestros amables lectores. Veamos.

No se trata de rastrear y presentar sinópticamente las distintas concepciones teóricas sobre la pobreza o sus formas de expresión histórica, las fallas estructurales de los modelos de desarrollo que la engendran, la reducen o la potencian y aumentan, sino sobre la ideología de la pobreza o respecto de la pobreza, del fenómeno en sí mismo como realidad social, en términos de cómo se manifiesta la función social, ideológica y cultural, simbólica, de tal ideología y cómo se distorsiona la realidad de este macro proceso a través de “la ideología del pobrismo” parte de la concepción sobre un orden social natural, prescripción ideológica que tiene su contrapunto: la ideología social del cambio histórico.

Pero en un modelo evaluativo sí deben incorporarse los datos de salud y educación en una valoración integral. El bienestar como globalidad es un conjunto mayor.

Para distintos analistas pensar en la existencia de una “ideología de la pobreza” en sus diferentes vertientes, no parece aceptable, porque consideran que es esencialmente un fenómeno social no sujeto de ideologización, sino atendible con distintos enfoques teóricos y filosóficos y políticas públicas. Pero aludir al fenómeno en términos ideológicos y no técnico-políticos es una opción, incluso partiendo de un principio histórico: la pobreza no es simplemente la otra cara de la riqueza, existe toda una ideología para su manejo político desde la lucha por el poder del Estado.

Entonces el reto es poder hablar desde otra dimensión del análisis de una ideología de la pobreza, en los términos en que entendemos y desarrollamos el tema de la ideología en las ciencias sociales, es decir, como un factor poderoso que cumpla una función social coadyuvante a los proyectos y procesos de dominación política con base en una falsificación de lo real y que pueda convertirse y/o ser parte de una “ideología dominante”.

El himno de los partidos comunistas “La Internacional” desde 1871, y especialmente, después del triunfo de la “revolución bolchevique” en la desfalleciente e inmensa Rusia Zarista en octubre de 1917, comienza diciendo “Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan”. Hoy tenemos un presidente de la República que viene repitiendo desde hace 25 años “por el bien de todos, primero los pobres”. La religión más grande del mundo, el cristianismo ha otorgado un lugar privilegiado para los más pobres de la sociedad, son objeto evangélico, que se ha concretado desde los primeros tiempos en infinidad de iniciativas y creaciones. En dos mil años han surgido múltiples formas por las que comunidades cristianas, órdenes religiosas e instituciones de laicos, privadas y públicas, han desarrollado también ese rasgo esencial de su fe.

Desde hace 130 años los pontífices romanos han articulado un cuerpo de Doctrina Social sustentado en esa exigencia central del mensaje evangélico, la protección y promoción de los más pobres. A partir de la “Encíclica Rerum Novarum” de León XIII (1891), los titulares de la Santa Sede no han dejado de nutrirla y actualizarla y los episcopados nacionales y las conferencias nacionales y regionales de obispos (en América Latina, la CELAM) hacen lo propio para concretar dicho postulado evangélico en las condiciones particulares y específicas de sus pueblos, con una variable congruencia y continuidad, y hasta con inconsecuencias muy significativas.

El pontífice actual, el Papa Francisco, en ese constante movimiento discursivo entre la teología y la política que le caracteriza ha afirmado:

“Un aspecto fundamental para promover a los pobres está en el modo en que los vemos. No sirve una mirada ideológica que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos y personales. Las ideologías terminan mal, no sirven. Las ideologías tienen una relación o incompleta o enferma o mala con el pueblo”

Papa Francisco (Cuda Emilce, diciembre, 2013)

En otras alocuciones el Papa Francisco ha redondeado su concepción al respecto y nosotros encontramos un posicionamiento global en estos términos: sí hay ideología sobre la pobreza usada como manipulación política; se rechaza contemporáneamente la ideologización de la pobreza cumpliendo una función de dominio político; la pobreza es producto de una estructura social injusta; y es concebible por tanto un orden social en donde cada vez haya menos pobreza o en donde pueda erradicarse.

Entonces la ideología de la pobreza conlleva una visión y un discurso (diseminado por los más diversos medios) en donde se difunden ambos abordando un fenómeno social real sin llegar a las profundidades del mismo, sin ofrecer una explicación científica o cercana a ella, sus causas más de fondo, sino ofreciendo un conjunto de ideas que aluden a lo familiar, lo social, lo cultural, lo histórico, con la finalidad de impactar la parte emocional y psicológica de los grupos sociales, y para ello, incluso se pueden aducir causas extra terrenales o extra sociales o extra económicas, falsificando así la realidad del fenómeno, sin poder probar sus postulados.

No obstante, a partir de ello, se acepta por la mayoría social tales “explicaciones” y se condiciona sus comportamientos frente al fenómeno y frente a la acción del poder establecido, cuya visión y actos se aceptan voluntariamente y se legitiman (las políticas de lucha contra la pobreza, los éxitos, los avances, etc.) actuando conforme a creencias, valores, teorías, opiniones y símbolos de todo tipo inducidas y sustentadas por el propio poder establecido. Es decir las formas simbólicas generadas desde el poder pasan a formar parte de los conceptos, valores y opiniones de la sociedad en la lucha por preservar el poder en torno a una problemática de alta sensibilidad social y política: los grupos sociales inmersos en la pobreza, lo que constituyen, evidencia la capacidad o incapacidad transformadora del gobierno nacional. En México predominan unos conceptos y concepciones sobre otros, es una lucha en desarrollo.

Para el pensamiento conservador, la pobreza es parte del orden natural, es decir, de las imperfecciones de éste, y las personas en desgracia deben luchar por sí mismas para salir de dicha situación. Es decir, reducir a términos ideológicos un fenómeno o varios, o una realidad social, constituye una operación ideológica de encubrimiento, una operación de engaño que impide desmenuzar la naturaleza verdadera del fenómeno, sus causas profundas, y sus posibles vías de solución. Decir que la pobreza es parte del orden social desde sus orígenes, que ha existido siempre en todas las épocas y sociedades, al carecer de perfiles científicos, esa “explicación”, se vuelve una aseveración puramente ideológica.

La pobreza no es principalmente o sobre todo, una condición económico-social marcada por un cierto nivel de ingreso, de acceso a bienes y servicios con un acervo de carencias personales o familiares, es una relación social específica, y la desigualdad social se conforma como realidad a partir de una estructura de relaciones sociales concretas también. La pobreza, por definición, es una categoría ambigua. Ella, como hecho social y como discurso que enuncia una delimitación específica de la realidad, tiene la característica de aparecer como producto de una multiplicidad de fenómenos y, al mismo tiempo, ser unívocamente una negación. Niega el problema al ocultar su lógica social: se produce como contradicción en las estructuras sociales y se vuelve un fenómeno neutral en las estructuras mentales, es decir, no es más que un hecho social cierto, tangible que puede apreciarse ideológicamente desde la neutralidad valorativa que lleva a sostener que “el mundo y la sociedad son así, imperfectos”.

La violencia social que excluye a los pobres del resto menor y los agrupa en contingentes mayoritarios, los violenta simbólicamente mediante las prácticas de disgregación y de distinción singular ligadas a una ideología dominante, que traduce en naturaleza lo que no es sino efecto de la estructura social vigente. Esta es la base de partida de la ideología y la praxis del cambio social para transformar esa brutal realidad de las grandes mayorías sociales.

Discutir los avances logrados en paralelo a las causas de la magnitud que posee hoy el fenómeno es desideologizar el mismo e insertarse en una realidad social explicable conforme a los instrumentos científicos que lo hacen posible.