Aproximadamente 735 millones de personas a nivel mundial viven con hambre crónica, mientras que las mujeres y los hombres “poderosos” en los gobiernos desayunan, comen y cenan en lugares sumamente ostentosos. La injusticia estructural revela fallas profundas en los sistemas económicos, políticos y sociales.

El siglo XXI es testigo de la constante violación a los derechos humanos, del hambre en millones de hogares en todo el mundo, del sufrimiento de niñas, niños, adolescentes, jóvenes, mujeres y hombres, es una lucha dolorosa y ofensiva contra la humanidad.

La violencia, el hambre y la hambruna continúan en México, así como en otras naciones, a pesar de los avances tecnológicos, de la globalización de los mercados y del incremento en la producción de alimentos, millones de personas continúan muriendo o enfermando por no tener que comer.

“En 2022, aproximadamente 735 millones de personas (o el 9,2 % de la población mundial) se encontraban en estado de hambre crónica, un aumento vertiginoso en comparación con 2019. Estos datos subrayan la gravedad de la situación y revelan una crisis creciente”. (ONU, 2023).

No son solo cifras, son seres humanos. No nos deshumanicemos. El artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, reconoce que toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure alimentación, salud y bienestar. El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales destaca que la alimentación adecuada es un derecho humano fundamental.

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El incumplimiento de los acuerdos internacionales es la negación de la dignidad misma de las personas. La falta de alimentos en millones de familias marca una brecha intolerable entre los principios reconocidos y la realidad cotidiana.

La existencia del hambre no responde a una escasez global de alimentos. Por el contrario, el mundo produce más alimento del necesario para nutrir adecuadamente a toda la población. El problema está en la distribución desigual, en los modelos económicos excluyentes y en profundos factores sociales que se entrelazan.

La pobreza extrema, impide el acceso físico y económico a alimentos básicos; los conflictos armados, que destruyen cosechas y desplazan comunidades; la crisis climática, genera sequías, inundaciones y pérdida de productividad agrícola en los países más vulnerables.

Prevalecen las políticas públicas insuficientes, que no garantizan la seguridad alimentaria como una prioridad del Estado. El hambre afecta en el crecimiento y desarrollo de la niñez, provoca violencia, conflictos, desplazamientos, migración, trata de personas, secuestros, muertes, limita oportunidades laborales y perpetúa la pobreza.

La crisis del hambre debilita el tejido comunitario, exacerba tensiones sociales y afecta la estabilidad política. Las y los gobernantes han fallado, son incapaces de garantizar lo más básico para la vida humana. Las decisiones geopolíticas provocan el incumplimiento de la Agenda 2030, hay una brecha enorme entre la riqueza y la pobreza.