Pasado el mediodía de ayer comenzaron a aparecer en redes sociales reportes desde Brasil, que hablaban de manifestaciones violentas afuera de la sede del Congreso de ese país. Minutos más tarde, un verdadero torrente informativo, materializado en el infausto hashtag #GolpeDeEstado, nos devolvía de un trancazo a una de las etapas más negras en la historia de esa nación sudamericana. La democracia de una de las principales potencias emergentes se encontraba nuevamente bajo ataque de la derecha golpista, que en 2016 había destituido a la presidenta Dilma Rousseff y encarcelado al ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva, ambos líderes de un movimiento popular de izquierda democrática que logró revolucionar a Brasil y convertirlo en una de las economías más pujantes del continente en los años recientes.

Pero si en 2016 la derecha golpista había tenido el cuidado de disfrazar apenas con un barniz de “legalidad” la serie de maniobras judiciales con las que derrocaron a Dilma y arrestaron a Lula, en esta ocasión ni siquiera se cuidaron las formas: una horda de seguidores del ultra derechista ex presidente Jair Bolsonaro tomó por asalto las sedes de los tres poderes del Estado, y como si fuera una réplica del “asalto al Capitolio” de los Estados Unidos en enero de 2021, vandalizaron y destruyeron todo cuanto encontraron a su paso, dejando en claro una vez más que la derecha está siempre dispuesta a arrebatar por medio de la violencia lo que las urnas le niegan.

Como verdaderos simios drogados, batiendo palmas y aullando, los fanáticos bolsonaristas exigían a gritos que el Ejército de Brasil “interviniera” para quitar del poder a Lula, el ganador de las pasadas elecciones presidenciales, para “restituir” en el cargo al perdedor de esas elecciones, el mismo Bolsonaro, que buscó sin éxito la reelección. No demandaban un recuento de votos; no exigían la realización de nuevas elecciones: ante un gobierno legítimamente constituido, triunfador en las urnas, con un claro mandato popular, la derecha rabiosa brasileña simplemente pedía que las fuerzas armadas utilizaran la violencia para subvertir el orden democrático en la nación brasileña.

Afortunadamente el Ejército de Brasil se mantuvo institucional y no le siguió el juego a esa turba azuzada por un Bolsonaro vil y cobarde desde la comodidad de un apartamento de lujo en Florida, lugar donde corrió a refugiarse dos días antes de terminar su mandato ante el miedo de posibles investigaciones judiciales en su contra. Las fuerzas armadas brasileñas no cayeron en la tentación, y las corporaciones federales de seguridad lograron sofocar la intentona de golpe, no sin antes quitarle al gobierno local de Brasilia el mando de la seguridad, luego de las evidentes pruebas de su complicidad con el golpismo.

Pero lo sucedido en Brasil no debe ser percibido en México como algo que ocurre en un país alejado, ni mucho menos. Porque si de algo hay pruebas en los años recientes es de que el modus operandi de la derecha es exactamente el mismo en todas las latitudes de nuestra América: cuando en alguna parte llega al poder un gobierno popular, percibido como una amenaza para los intereses del gran capital financiero global, se activan los resortes del golpismo para derribar por la fuerza a esos gobiernos. Lo vimos en Honduras con Zelaya, en Bolivia con Evo, en Perú con Castillo, y los vimos intentarlo ayer en Brasil.

¿Y en México? Aquí también tenemos nuestra versión autóctona de esos porros golpistas. La derecha mexicana es una derecha aldeana, cerril, profundamente ignorante, rabiosa y extremadamente proclive a la violencia. Si no han hecho todavía alguna manifestación de fuerza como los mandriles bolsonaristas, es porque en México el presidente tiene el respaldo de la inmensa mayoría del pueblo, y comprenden que sería suicida para ellos intentar retomar el poder por la fuerza pues carecen de base popular. Pero tienen consigo a los principales medios de comunicación, auténticos arietes del golpismo, para bombardear a diario con fake news y montajes; tienen a los más conspicuos “opinólogos” y “levantacejas” rasgándose las vestiduras todos los días por lo mal que van las cosas en el país; y tienen a un árbitro electoral vendido que hará lo que tenga que hacer para “legitimar” todas las chicanadas y trapacerías que se les ocurra hacer con el voto. Todos ellos llevan cuatro años de un auténtico terrorismo des-informativo, que ya logró cohesionar a esa derecha de a pie y sacarla a la calle a dizque defender al INE, aunque en realidad sus consignas y alaridos en esa marcha del odio se parecían mucho a las bravatas y amenazas que todo el día de ayer estuvo coreando la chusma bolsonarista.

Sería un error no mirarse en el espejo brasileño, pues nuestra propia derecha es igual de violenta; tiene la misma inclinación por el uso de la fuerza para imponerse, y sin duda está dispuesta a todo con tal de volver al poder que perdieron en 2018. Y cuando digo dispuesta a todo significa precisamente eso: ya hablaremos en otra entrega del sospechoso “accidente” en el Metro de la Ciudad de México, sin duda un nuevo nivel en esta escalada del golpismo terrorista de nuestra derecha nopalera.

Amigo lector, es un gusto reencontrarnos de nuevo en este espacio. Gracias a SDPnoticias por la tribuna para expresar estas reflexiones.

Renegado Legítimo en Twitter: @Renegado_L