Cuando se despliegan más de 8,000 soldados del ejército de los Estados Unidos en su frontera sur incluyendo vehículos blindados, drones armados y brigadas listas para actuar, el lenguaje diplomático tradicional comienza a perder valor. Washington ya no está simplemente “reforzando la seguridad fronteriza”; está preparando el teatro de operaciones de una eventual guerra limitada contra actores no estatales, es decir: los cárteles mexicanos.

Esta militarización no es simple espectáculo electoral de Trump, es una disuasión activa que responde a una premisa geoestratégica sencilla y contundente: proteger territorio estadounidense de amenazas extranjeras organizadas (sean ejércitos o mafias). En este contexto, cada provocación, cada incidente con fuego cruzado, cada intento de intimidación por parte de grupos armados del lado mexicano, puede convertirse en un casus belli operativo.

El antecedente histórico más relevante no está en Irak ni en Afganistán, sino en la propia historia bilateral: la Expedición Punitiva de 1916, en la que tropas del general John J. Pershing penetraron territorio mexicano en persecución de Francisco Villa.

Hoy, la doctrina de acción limitada en respuesta a agresiones no estatales vuelve a cobrar vida. Trump no necesita declarar la guerra a México; solo necesita que un convoy estadounidense sea atacado en Eagle Pass o en el desierto de Arizona para justificar una incursión con drones, Rangers y helicópteros Apache.

Y mientras esto ocurre, ¿cómo responde el gobierno mexicano? La presidenta Claudia Sheinbaum guarda silencio ante la acumulación militar del norte, pero al sur, la cúpula de su partido, Morena, viaja a Cuba para rendir honores a la ruina simbólica de la revolución caribeña. El gesto no solo fue inoportuno sino estratégicamente provocador. ¿Qué señal se está enviando a Washington cuando el liderazgo mexicano abraza el castrismo mientras soldados estadounidenses se atrincheran en el Río Bravo?

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En lugar de proyectar diplomacia firme y capacidad de interlocución, Morena abraza banderas ideológicas que exacerban la percepción, en los círculos de seguridad de EU, de un México más cercano a La Habana y Caracas que a una cooperación responsable. Si la historia se repite, no será como farsa: será con drones MQ-9 cruzando el desierto sonorense.

México debe decidir si quiere jugar a la revolución o ejercer soberanía con realismo estratégico. La frontera norte ya no es solo una línea de seguridad: es una línea de fuego latente.