Pregunté a un motor de I.A. ¿Qué es el clero? Esto me contestó: “El clero es el conjunto de personas que, dentro de una religión, se dedican profesionalmente a sus prácticas y servicios, como sacerdotes, obispos o monjes en el cristianismo. Su función suele incluir dirigir ceremonias, administrar sacramentos, enseñar doctrinas y, en algunos casos, gestionar instituciones religiosas. En otras religiones, como el islam o el judaísmo, el término puede aplicarse a líderes como imanes o rabinos, aunque las estructuras varían. Históricamente, el clero ha tenido roles sociales y políticos significativos, especialmente en el cristianismo medieval.”

Dado que no soy especialista en sociología de las religiones, sólo comparto un comentario como ciudadano de a pie.

Durante los años finales del siglo XX y este primer cuarto del siglo XXI, la Iglesia Católica como institución y como Estado Vaticano se ha visto obligada a reformarse en sus contenidos, sus lineamientos básicos y en sus prácticas religiosas, de arriba a abajo. No cabe ninguna duda al respecto, sin embargo, existen todavía una serie de rezagos que la hacen permanecer como una organización conservadora que mantiene una fuerte influencia en todas las sociedades.

Como en los regímenes políticos monárquicos constitucionales europeos o asiáticos, la Iglesia Católica -desde el Vaticano-, está organizada, lamentablemente, a través de mecanismos cerrados de participación y deliberación. Por lo anterior, en su vida institucional interior, la Iglesia Católica se conduce como una casa de la fe cimentada sobre un régimen político y social anacrónico.

Me refiero específicamente a que, en la Iglesia Católica, debido a su milenaria estructura centralizada y vertical, existe una plataforma ideológica patriarcal, excluyente y misógina.

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¿De qué manera participan las mujeres, que forman parte de las bases eclesiásticas, en los cónclaves para elegir al Papa? Esto es contradictorio con las tendencias cada vez más fuertes, hoy, hacia la paridad de género. En la Iglesia Católica y Apostólica las mujeres no tienen siquiera un espacio en la élite cardenalicia; esto, adicionalmente al hecho de que ellas no tienen permitido oficiar una misa en ninguna parroquia del barrio, la colonia o la comunidad, y menos aún desde el balcón de la Plaza de San Pedro.

Después de más de mil 800 años de historia institucional, es hora en que la Iglesia Católica profundice en sus reformas y continúe con su dinámica de “cambios graduales” en atención a las actuales demandas sociales, porque de otra manera tenderá a desaparecer o a perder su presencia comunitaria y social.

En resumen, la Iglesia católica como institución, no sólo como religión, siempre me ha parecido una agencia de la fe que cuenta con un fuerte poder político, además de ser extremadamente conservadora, pero que ha hecho esfuerzos discontinuos por renovarse.

Si la religión es una institución al servicio de la fe, es cierto que ésta también representa, -como lo diría Antonio Gramsci-, una institución que forma parte de la superestructura social, junto con otras instituciones de la cultura, la ciencia, los medios de información, las artes y la educación.

¿Qué papel juegan las religiones (superestructura) en el desarrollo económico (estructura social) nacional e internacional? No lo sabemos con precisión, porque su misión pastoral y al servicio de la fe impiden registrar con claridad qué papel tienen éstas como factores de la producción de bienes y servicios materiales o funcionales. A pesar de ello, existen investigaciones sobre las inversiones financieras que tiene el Vaticano en algunas empresas trasnacionales.

Históricamente, sin embargo, sí se cuenta con evidencias acerca de la complicidad y la legitimación política y social que establecen o han establecido las iglesias sobre los poderes políticos y económicos. Las religiones, en todo caso, sí tienen una clara ascendencia y vinculación orgánica con y sobre los poderes políticos, económicos y fácticos de dominación social.

La vena pastoral, evangelizadora y de vinculación orgánica de las iglesias (en espacial la católica) con los sectores más vulnerables de la sociedad ha sido un matiz de reivindicación que le ha permitido, como institución-Estado, convertirse en una opción de esperanza y apoyo para miles y miles de comunidades en el mundo, que no alcanzan a cubrir o a satisfacer sus necesidades esenciales.

La presencia de una iglesia solidaria, que genera orientaciones y acciones en favor de las comunidades desprotegidas, es la que caracterizó al periodo del Papa Francisco al frente de la Iglesia Católica. Una tarea solidaria similar es la que está llamada a continuar el Papa León XIV.

Como organización conservadora y no obstante sus tradiciones anacrónicas (el no reconocimiento de las mujeres para ocupar cargos importantes en las jerarquías y en las bases institucionales del sistema de fe), la Iglesia Católica también está obligada a reformarse para generar importantes aportaciones a la educación pública, la salud pública, los conflictos migratorios, el desarrollo comunitario, etc.

En el caso específico de la educación, la Iglesia Católica es -como sabemos- patrocinadora y administradora o responsable de la gestión de instituciones educativas en prácticamente todos los niveles: desde la educación inicial y preescolar hasta la educación profesional y de posgrado.

¿Cómo se pueden lograr alianzas virtuosas entre las instituciones educativas públicas y las diferentes iglesias para sumar o colaborar en favor de la alfabetización inicial y de adultos; la prevención y atención de enfermedades; el apoyo a familias migrantes nacionales e internacionales? ¿O para lograr la protección y defensa de los derechos humanos, entre otros ámbitos de la vida pública? Se dice que, hace dos siglos aproximadamente, en Finlandia, por ejemplo la Biblia, sirvió como libro de texto para alfabetizar a niñas, niños y jóvenes.

Si bien, en el caso de México, la tradición política e ideológica liberal ha establecido, en el Artículo Tercero de la Constitución, el concepto o precepto de “laicidad”, en el fondo, lo que ello significa es que se debe asegurar la libertad de creencias religiosas.

Lo que es del César (lo político) es del César y lo que es de Dios (la fe) debe ser de Dios”, reza la frase popular, pero ¿es necesaria y pertinente la desvinculación absoluta entre los sistemas educativos y los sistemas de la fe?

Cuando se aplica la laicidad, en México, por ejemplo, lo que establece la ley es que “ningún niño, niña, adolescente, joven o adulto quedará sin derechos educativos por motivos de religión o por preferencias en la fe”. Dicho en otras palabras y de un modo más incluyente: “todos y todas, las y los niños, niñas, jóvenes y adultos tienen derecho a la educación independientemente de sus creencias religiosas”.

El futuro inmediato habrá de revelarnos si una institución cerrada, como lo es la Iglesia Católica, se abrirá en su interior, o no, para concretar alianzas con otras organizaciones de la sociedad (presenciales, no virtuales), para actuar a favor de las y los pobres del mundo.

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