“Si con lágrimas de sangre
Devolviste todo el bien que te ofrecí
Poca cosa fue el hogar donde viviste
Poca cosa el corazón que yo te di
A quién puede importarle mi vergüenza
Si es que a vos, no te importó
Pero un día llorarás tu pena inmensa
Con lágrimas de sangre, como he llorado yo.”
ROBERTO GIMÉNEZ
¿Se trataba todo de un simple ajuste de cuentas?, ¿algo tan primitivo y pedestre como el revanchismo? Y yo, mexicano, mexicana, tan solo daño colateral, preso(a) del momento…
Así es; al abrir los ojos uno se da cuenta de que eso buscaba, busca aún, la 4T. Un país entero, ya sea por la fuerza o gustoso, contribuyendo a que los monstruos de un hombre sumamente resentido se hagan cargo y ensucien todo lo que toque.
Él, en el fondo, muy dentro de sí, sabe de la podredumbre que lo habita, de la envidia que le corroe; que nunca será feliz, que jamás se sentirá saciado. Quien todo lo ha conquistado y todo lo ha despreciado después en aras de cubrir el saldo de su sentido de inferioridad y de sus complejos.
El amor y el odio mueven al mundo, las dos caras de una misma moneda. Pero es el resentimiento y la frustración lo que lo detienen y aniquilan. Motores y gasolina para destruir lo que nunca fue propio.
El Movimiento, y en especial López Obrador, no destruyen para construir. Arrasan porque no quieren que quede nada de lo que odian o de lo que guardan rencor. “Después de mi victoria democrática, ninguna otra. Después de mi gobierno, que no quede nada que no sea a mi imagen y semejanza”. Como si destruir pudiera borrar la historia, el haber sido copartícipes de su venganza, pero sobre todo expresión de sus voces internas.
Todo lo que conforma la Transformación es una revancha; un reflejo de sus dolores personales y también de los de carácter político, particularmente de lo que dicen fue el fraude del 2006. Todo.
La cruzada de la cartilla moral, la justicia por encima de la ley —mediando la lealtad a toda prueba, claro está— como excusa para vengar los agravios que solo existen en su mente, una que es de muy frágil autoestima. “Venid a mí, son pueblo. Sangre de mi sangre. Yo, a través de Morena —y más de un programa de corte clientelar— , les doy identidad, un sentido de pertenencia. Solo yo les haré justicia.”
Supongo que habrá quien sepa que a eso se resumía su andar; quienes lo hayan sabido siempre. Otros muchos estarán sorprendidos. Los más son los que aún no se han dado cuenta. Es una pena.
Y dado que Morena se sustenta en esas ñáñaras, ahora que son gobierno ha sido primordial su actuar en consecuencia. Por ello es que todo gira en torno al llamado resarcimiento. “Tomo lo que estoy convencido me corresponde y desprecio a quien creo me desprecia (o, según yo, me ha despreciado en algún momento)”.
Justificar los actos asumiendo siempre el papel de víctima; un muy curioso “afectado”, pues resulta que es el que hoy gobierna el que agrede, veja, ofende.
De ahí surgen las ocurrencias, que no ideas —menos aún ideales—; de ahí parten sus prejuicios que convierte en divisiones y barreras; a partir de allí se evidencian los resentimientos y su sed de expresarlos, no importando lo que arruine en el camino.
Los pocos que no son/eran lopezobradoristas y que fueron capturados o que quisieron cooperar con la 4T —así sea por un corto tiempo— deben ser despreciados, humillados, lastimados por los siempre obradoristas. Es cuota, parada, pago, requisito que se exigen ellos mismos y que les exige una aparente transformación...
Por eso el tan importante componente de la aniquilación, de la denostación y de la polarización. No basta sustituir, no requerir; se debe destruir al otro, si en ello queda cubierta o saldada alguna cuenta de hace ya décadas.
La mayoría se resiste a verlo. Es una tragedia; es la pérdida de una nación.
Ya habrá tiempo para mirar atrás y comparar lo que era México en el 2018 y lo que se ha convertido después. Y si bien será entonces demasiado tarde, tal vez al menos finalmente se entienda que el ajuste de cuentas de un triste resentido no tenía final.