El segundo tema que nos llamó la atención del discurso del Presidente AMLO en el tercer aniversario de su ascenso a la Presidencia de México fue que considera que la consigna “correrse al centro” desde una posición de gobierno o de liderazgo, es un error porque genera una pérdida de identidad en los líderes de la izquierda quienes debieran anclarse en los principios para mantener la autenticidad.

El “centrismo político” no tiene la misma acepción, ni contenido ni efectos, por ejemplo, en Europa Occidental que en América Latina, porque los contextos históricos, la estructura social, los espectros políticos e ideológicos y los efectos, son diversos, a pesar de que hablemos de una misma postura teóricamente. Una conceptualización: “ser de centro político en una América Latina tan polarizada por extremos, equivale a enfrentarse a dos monstruos de mil cabezas: la izquierda radical que promueve el totalitarismo y el “mundo devastado” que ello conlleva, sin democracia ni libertad de empresa, con presos, pobres y exiliados políticos; y en el otro frente, la ultraderecha, que es muchas veces conservadora, xenófoba, practicante de la no inmigración, y además, de una determinada moralidad o confesionalidad”. (Ochoa, Urioste, 2021) Este planteamiento es probablemente el más común para entender el “centrismo”, pero es tramposo por limitado: si no eres de “centro” eres radical de izquierda o derecha. Falso.

El tema es más complejo. Dentro de ambos espectros ideológicos (izquierda y derecha) hay diferentes tendencias a partir de la definición en temas clave, por ejemplo, en América Latina los modelos de desarrollo capitalista, las formas de la democracia, la relación con el hegemonismo estadounidense, la postura ante la pobreza y la desigualdad social, ante la acumulación desmedida de riqueza en manos privadas, los derechos sociales, la corrupción de Estado. Ante la toma de postura política frente a estos procesos y fenómenos fundamentales, se definen las tendencias dentro del campo ideológico general de la “izquierda o derecha”. Por ello muchos analistas prefieren la expresión “izquierdas” y “derechas”. La teoría de un ideólogo de la “reganomania” postuló “el fin de las ideologías” que implicaba la desaparición de tales campos ideológicos. Falso y absurdo, a histórico. No han desaparecido las clases sociales ni las fracciones o segmentos de clase, la estratificación social o la polarización social para dar por concluidos los enfrentamientos a partir de los distintos intereses sociales propios de cada clase, fracción, o estrato social, y la lucha que convoca a defenderlos y promoverlos de distintas formas. Es un postulado de falsificación ideológica no asentado cabalmente en la realidad social.

Para la derecha actual en América Latina y buena parte del mundo, ideológicamente no existe más que la democracia liberal y el liberalismo económico. Cualquier otra tendencia o cuerpo de principios, conceptos y teorías, es populismo, usando el término como ideología formada y como programa de gobierno. Falso. Nuevamente hay una falsificación ideológica que se abstrae de la realidad histórica concreta. El populismo no es una ideología y menos un programa de gobierno. La derecha liberal (con distintos grados de congruencia política en nuestro subcontinente) engloba en su “concepto” de populismo peyorativamente usado y con descalificación y estigma, a todas las tendencias de la izquierda (a las izquierdas).

Por ejemplo, en un libro reciente sobre la situación del espectro ideológico cubano el “centrismo político” se define a partir de una postura en donde se “condena el bloqueo” y se “rechaza la revolución”. El historiador cubano Fernando Martínez Heredia le ha llamado “nacionalismo de derecha”. Otros le llaman “posición moderada” o “tercera posición”, otros más hablan de una visión de “neo-contrarrevolución” (Lagarde, 2015). Y así, las gradaciones y matices son amplios. También se ha tratado de importar para nuestra región desde Inglaterra el concepto de “tercera vía” (ni el neoliberalismo ni el socialismo de inspiración soviética”) acuñado por Anthony Giddens el ideólogo de los dos gobiernos de Tony Blair. Allá en Europa hubo también una concepción “Eurocomunista” que rechazaba el modelo del “socialismo real” en la URSS y planteaba profundizar el pacto social-demócrata hacia la estructura de propiedad existente en el Estado de Bienestar, se hablaba de un socialismo democrático no estatista. No hay equivalencia para ninguna de ambas en nuestra región.

Hace décadas, las derechas latinoamericanas fueron “desarrollistas”, buscaban el crecimiento de la estructura económica sin distribución de la riqueza ni democracia, sino con un profundo y acendrado autoritarismo, incluso militar. Dentro de las izquierdas latinoamericanas en las últimas dos décadas surgió “el reformismo social estatal-soberanista” en dos vertientes: la radical de Hugo Chávez-Maduro que habló de “socialismo del siglo XXI” y la “progresista” (dentro de una acepción general): de Evo Morales, Lula-Dilma, Correa, Tabaré-Mujica, los Kirchner, Bachelet. En ambos casos, con el objetivo histórico central de superar las versiones del neoliberalismo (Consenso de Washington) y sus estragos los cuales se asentaron en los respectivos países, introduciendo reformas sociales desde un Estado económicamente neo-activo, con cambios institucionales como el impulso a la democracia participativa, y posturas regionales e internacionales soberanas, sin renegar radicalmente del libre mercado, la apertura económica y la libre competencia, sino coexistiendo con tales postulados centrales de la economía actual, condenando sus excesos e introduciendo regulaciones a sus expresiones sociales negativas.

El progreso originalmente es un concepto asociado a la modernidad de las doctrinas occidentales durante los siglos XVIII y XIX y buena parte del siglo XX, incluso los partidos de la izquierda clásica hablaban del “progreso social”, no solo o principalmente económico y tecnológico. En ambos casos, el concepto poseía un matiz “iluminista”, invocaba el desarrollo secular de las instituciones y la sociedad. En América Latina invocó también la superación de la “herencia colonial” o los tremendos avatares de la “construcción del Estado Nacional”. El lema de la dictadura de Porfirio Díaz en México fue “Orden y Progreso”.

El “progresismo” por lo tanto, está marcado ideológicamente (como cuerpo de ideas más o menos sistematizadas) y políticamente (como iniciativas, discurso y programas de gobierno) por una amplia heterodoxia. Constituye una plataforma de convergencias: es un grupo de diferentes doctrinas políticas, sociales, filosóficas y económicas que busca ante todo, conseguir que se cumplan todos los derechos humanos y civiles que incluyen la libertad, la justicia y la igualdad de las personas. Generalmente, “el progresismo” se encuentra estrechamente vinculado a los grupos políticos de izquierda (con cierto perfil tradicional) o de la izquierda moderada, pero también podríamos verlo expresado en grupos “progresistas de derecha”, la derecha más civilizada, partidaria de la democracia liberal, la pluralidad ideológica y el combate moderado a las peores expresiones de la marginación socio-económica. Hablaríamos de la vertiente social-cristiana.

En el llamado “nuevo progresismo” probablemente el Presidente AMLO sea su máximo exponente hasta hoy: sus líderes vienen de diferentes propuestas de la izquierda latinoamericana, pero decodifican con relación a éste espectro ideológico, la propuesta programática, la organización partidista y el discurso ideológico e incorporan nuevas demandas sociales junto a reformas institucionales: abrevan del progresismo expandido en el siglo XXI en la subregión latinoamericana y sus contenidos fundamentales antes mencionados, pero introducen nuevos elementos de programa, ideología, políticas públicas y participación social. Hemos escrito que la heterodoxia del izquierdismo del Presidente AMLO comprende desde la teología de la liberación en su vertiente evangélica a la socialdemocracia y al nuevo progresismo, pasando por el nacionalismo popular cardenista conforme a lo que fueron el PRI y el PRD en sus etapas álgidas. Una simbiosis compleja.

Este nuevo bloque regional en el que podemos situar al Presidente AMLO está conformado por: MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional), en México; Gustavo Petro con “Colombia Humana” (dejó el M-19 y el Polo Democrático); Verónika Mendoza con Nuevo Perú y el profesor Pedro Castillo (actual Presidente) con Perú Libre; y los jóvenes Gabriel Boric y Giorgio Jackson del Frente Amplio, en Chile. Por mencionar algunos exponentes. Y dentro de ellos ideólogos del “Nuevo Progresismo” como Álvaro García Linera vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia militante y dirigente del MAS (movimiento al socialismo). Otros innovan pero sin desprenderse del núcleo histórico como el Presidente de Argentina Alberto Fernández, sosteniéndose en el Peronismo. Es decir, no son los partidos comunistas, ni socialistas, ni socialdemócratas, menos de tendencia troskista o maoista, ni del nacionalismo revolucionario (de izquierda). Hablamos de nuevas expresiones en diferentes aspectos marcadas por la convergencia y la simbiosis.

En consecuencia este “Nuevo Progresismo” no es propiamente “centrista” pero sí ampliamente heterodoxo y convergente, nutrido de los disensos con las expresiones clásicas de la izquierda latinoamericana. El falso “centrismo” puede expresarse también como “oportunismo político” desde la derecha o la izquierda. Los principios, la doctrina y la congruencia en la praxis son factores determinantes de un liderazgo y de un movimiento.