No cabe duda que en el ámbito electoral la campaña presidencial oficialista apela a una reelección por interpósita persona.

Y si bien es cierto que la popularidad del presidente de la república no es transferible; no obstante, los vestigios del machismo imperante y la insistente intromisión de AMLO en la contienda sí impactan de manera positiva a la candidatura de Claudia Sheinbaum Pardo. A ello habría que sumarle que las oposiciones se enfrentarán a la operación política de veintitrés gobernadores y los recursos que eso supone, más a las fuerzas armadas y al crimen organizado. Por consiguiente, se antoja improbable que la candidata opositora a la presidencia salga victoriosa durante la próxima jornada electoral.

Esto no necesariamente significan malas noticias para la totalidad de la ciudadanía. Por múltiples y diversos factores; principalmente, porque la inevitabilidad de una sucesión presidencial encabezada por una mujer resulta por sí mismo un consuelo democrático y un suceso histórico.

A la fecha sigo pensando que ninguna de las dos candidatas traicionaría al movimiento feminista sucumbiendo ante la ambición de perpetuidad en el poder de la falocracia.

Aunque la candidata oficialista prometa continuidad, su eventual triunfo debiera materializar el preludio al fin del lopezobradorismo. Porque en la nomenclatura misma del movimiento se atisbaría un dejo de Maximato.

Tanto Claudia como Xóchitl tendrían que pintar su raya con el predecesor. La presidencia de cualquiera de estas mujeres debe sepultar los anhelos autoritarios del autócrata. Afianzándose en el poder, han de salvar nuestra democracia y nuestra república.

Sin embargo, Sheinbaum de momento no puede deslindarse de Andrés Manuel López Obrador. Porque ocupa de su poder y de su popularidad para llegar a la presidencia. Claudia necesita paradójicamente de los sesgos machistas de un sector del electorado para obtener la mayor cantidad de votos posibles. Por eso promete continuidad.

Es importante destacar que la continuidad que propone Sheinbaum Pardo es meramente discursiva. Es notorio que en sus promesas de campaña no se contempla mantener la reinante militarización ni insistir en proyectos de energías sucias.

Asimismo, es evidente que la campaña que encabeza Claudia no contempla a los sectores más rijosos del lopezobradorismo. Por eso su discurso no abona a la polarización ni promueve el flagelo del resentimiento social.

Que Sheinbaum no sea proclive a la grilla y a la politiquería anticipa una eventual administración horizontal, ajena al propagandismo político y a la demagogia, que actualmente preponderan bajo el actual régimen mitocrático y vertical.

Es por esto que hablo de un engaño ineludible. Sheinbaum tiene que engañar. Porque en caso de ganar la presidencia, el deslinde con AMLO y el cambio de rumbo de gobierno serían no solamente ineluctables, sino que también necesarios.