El 9 de noviembre de 1989 ocurrió la caída del Muro de Berlín, suceso de singular trascendencia, al grado que para algunos marcó el término anticipado del siglo XX.

Se decretaba entonces el término de la bipolaridad con la asunción plena de una hegemonía norteamericana, que ha tenido como compañero de viaje el arrebato globalizador y el credo neoliberal. Sin duda que inició entonces un nuevo momento a escala planetaria del cual somos, necesariamente, parte.

Cierto, derribado el Muro, el consenso de Washington emanado de los acuerdos entre Reagan y Margaret Thatcher encontró un despliegue sin obstáculos, pero sus profecías de crecimiento, empleo y desarrollo fueron y han sido incumplidas; de nuevo apareció esa terca realidad que no se molda a los preceptos de las ideologías o de las soluciones totales e integrales, inscritas en recetarios, ya sean capitalistas, comunistas, socialistas o neoliberales.

Para América Latina el final de la década de 1980 fue significativo, Uruguay venía de su transición democrática y Chile había logrado deponer a Pinochet y retomar su camino democrático, mientras México vivía el agotamiento de su modelo de hegemonía priista con las elecciones de 1988, marcándose un camino necesario hacia una nueva etapa que miraba a la consolidación de la pluralidad política, como finalmente quedó planteado con la alternancia del 2000, en un contexto de nuevos normas electorales a favor de la competencia política.

La promesa democrática latinoamericana no fue la panacea que se esperaba y, lejos de ello, vino el desencanto por el incumplimiento de las expectativas que había levantado; se requería la democracia, pero ésta no resultaba suficiente por sí misma.

Las columnas más leídas de hoy

El predominio neoliberal sentó sus raíces, pero mostró su incapacidad para impulsar la equidad, la disminución de la pobreza y atenuar las grandes desigualdades. El desequilibrio brutal se expresó en fenómenos migratorios a gran escala, la industria de la delincuencia organizada, la hambruna en el mundo, la concentración de conocimientos y del desarrollo tecnológico que contrasta con regiones atrasadas y marginadas que padecen hambre.

El arreglo neoliberal no ha sido la respuesta que se esperaba; no hay tales soluciones; no se trata de ideologías, sino de la asunción de medidas y acciones que demandan construcciones híbridas, pues no se puede prescindir del mercado, tampoco dejar todo al Estado; uno y otro son insustituibles, pero se trata de producir los arreglos más eficientes que se trasladen a los mejores y más productivos espacios para las inversiones privada y pública, la participación y el desarrollo social, el crecimiento económico, la generación de empleos, el aprovechamiento sustentable de las capacidades regionales.

Se requiere de la democracia, del mercado, del Estado, de la participación y de la movilización social, de un estado de derecho robusto, de la afirmación de las libertades en un marco de diversidad intensa, cultural, de preferencias, creencias, razas y visión del mundo.

Se carece de un arreglo único, cada país debe encontrar sus respuestas, pero los falsos atajos resultan costosos; ahí están las tentaciones autoritarias y las populistas que producen encantamiento en las masas, que las vuelven rehenes de intercambios prendarios, para llevarlas a la condición de clientelas en un nuevo sometimiento ante la autoridad. Se estatiza la pobreza, como antes se estatizó los medios de producción en el comunismo, o a los ciudadanos en el fascismo.

Hace 31 años se cayó el Muro de Berlín, paro no se calló la historia; ella nos sigue exigiendo la búsqueda afanosa de respuestas, reclama una gran lucha por hallarlas a sabiendas que el recetario mágico no existe, pues los ismos se agotaron, también ellos se derrumbaron un poco después de la caída de las piedras del Muro, y cada vez están más callados. No basta denostar a los ismos ya vencidos; se requiere resolver un nuevo acuerdo integrador del haz de voluntades de la sociedad; fustigar y polarizar no es la solución, ésta debe encontrarse en la edificación de los nuevos acuerdos. La historia no está callada, busca sus intérpretes.

México debe estar en esa línea, pero la voz del gobierno evidentemente no lo está.