I. Lo que hay

Toda música tiene su valor inherente y su público; alguna más que otra, pero eso ya es cuestión de formación, gusto o mercadotecnia y no es tema de este texto. Así, mientras algunos prefieren a Beethoven o Mozart, otros a Grupo Firme, El Buki, Belinda o Rosalía. Pero lo cierto es que en el momento que vivimos -llamado Cuarta Transformación (4T)-, que forma parte de un proceso histórico amplio, no existe algo semejante a una música, a una canción de compromiso social, revolucionaria, como se ha vivido en algunas experiencias latinoamericanas del pasado acompañando movimientos sociales. Quizá abrumado por la cantidad de problemas a resolver, de proyectos por materializar, es evidente que el presidente López Obrador -pese a su gusto y el de su esposa por este perfil musical- no podrá ya impulsar esa música, esa canción revolucionaria alterna que acompañe a la 4T. No obstante, no podemos ignorar el futuro político de esta transformación y su tendencia marcada. Y me pregunto si alguien que se halla en la base, en el origen de la 4T como movimiento político-social, y que en términos artísticos se formó desde la infancia en el compromiso social y político -no sólo como oyente sino como practicante, ejecutante, tocando y cantando esa música; así lo revelan testimonios videográficos-, será capaz eventualmente de ser quien tome la batuta para hacer germinar el producto artístico que algún día se identifique como el que surgió y acompañó a la 4T. Me parece que tendría la obligación de hacerlo. De llegar a ser presidente del país, ¿lo hará posible Claudia Sheinbaum?

No he de polemizar sobre la conveniencia o no de los conciertos gratuitos en el Zócalo. Para mí es claro que no es la gratuidad el problema sino el perfil de la gran mayoría de los artistas o entretenedores que ahí se han presentado desde que la izquierda electoral ganara la Ciudad de México en 1997: son comerciales y famosos; con gran exposición en medios y sitios que les sobran para sus presentaciones. ¿Es la función de los gobiernos de izquierda “promover y difundir” lo que no necesita promoción ni difusión? Esta problemática la he expuesto desde que colaboro en SDPnoticias y aun antes, al hablar de los contenidos de la expresión “artística” de las diferentes etapas del movimiento que llegó a la presidencia en 2018: durante el “plantón” Zócalo-Juárez-Reforma en 2006, por ejemplo. Para abreviar el asunto, en diciembre 10 de 2012 expuse parcialmente estas consideraciones en “Mancera, Wilde y la miseria cultural”.

Tampoco iré al extremo, de lo comercial y famoso a lo supuestamente refinado en la propia plancha del Zócalo: de Joan Sebastian, El Buki o Belinda al plagio de una ópera de Antonio Vivaldi patrocinado por un exsecretario de Cultura de la ciudad para recordar el primer encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés un 8 de noviembre de 1519. El asunto está expuesto en dos o tres columnas; la primera, “Moctezuma en el Zócalo: de Antonio Vivaldi al ‘vival’ de Máynez Champion” del 5 de noviembre de 2019.

Y ni siquiera hablaré de la Ciudad de México, no obstante que esta ha sido el núcleo para la conformación, avance y triunfo de la izquierda electoral del país y que por tanto debiera de estar convencida y comprometida con el asunto que trataré: la música y la canción de compromiso social –sin dejar de ser poética- como expresión e instrumento (ambas) de la transformación política y social de un país. Problemática que he planteado en el pasado también. El 3 de marzo de 2014, a raíz de una ríspida polémica entre cantautores latinoamericanos, escribí en “Salsa para hacer la revolución o mover el culo; ¿Silvio vs Blades?”:

“Queda siempre la nostalgia de pensar en México, donde no existen músicos del calibre de Rodríguez y Blades (musicalmente, la salsa y la trova nunca arraigaron ni tuvieron buenos frutos), ni en lo intelectual ni en lo político ni en su ánimo de expresarse ni en su repercusión entre los hombres del poder. Y los pocos que hay enfrentan siempre el dilema ¿show o política? Pues domina la idea de que el músico debe ser apolítico.

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“Oscar Chávez habló alguna vez, pero no hay más. En 2006, 2012 y en el proceso de privatización de las riquezas energéticas del país, por ejemplo, la tónica prevaleciente ha sido el silencio, tal vez la nada; pues hay nada.

“Y por más que pienso en el compromiso político de los intérpretes mexicanos (excepto los notables casos de participación de innumerables actores e intérpretes pero sin el peso suficiente como para ser escuchados e influir, que más que su falta lo es del poder mexicano, que es sordo), no me viene a la memoria más que Juan Gabriel cantando y moviendo el trasero en apoyo al candidato priista Labastida en su lamentable campaña electoral del 2000″.

Sí, en México no se logró producir una música, una canción de gran calidad comparable a la de otros países latinoamericanos. Habría correspondido generarla al movimiento de la llamada Cuarta Transformación (4T), que hunde sus raíces no en el 68′ o el 71′ -esas manifestaciones políticas se cumplieron en sí mismas- sino en la huelga de la UNAM de 1987, el fraude de 1988, los triunfos en CdMx de 1997 y 2000, el fraude de 2006 y su variante de 2012, y la gran victoria de 2018. Pero no: la música, la canción social “revolucionaria” en la 4T no existe.

II. Lo que ha habido

Esta reflexión es la confirmación de lo que he vivido y pensado en cada una de las etapas expuestas en el párrafo anterior. Y ha venido a cuento ahora no por las polémicas del Zócalo que están claras para mí, como ya expuse, sino porque di recientemente con un buen libro que aborda el tema desde una perspectiva optimista: Canto popular, educación y movimientos sociales en América Latina: Cuba, Chile y México (Plaza y Valdés; 2022), de Alejandro Álvarez Martínez, profesor de la Universidad Pedagógica Nacional y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, entre otras gracias.

Como anuncia el título, a través de los casos de tres países, Álvarez Martínez analiza “el valor e importancia de la música popular al interior de los movimientos sociales” que claramente corresponden a la década de 1960 y principios de la siguiente. 1. Revolución cubana y la “Nueva Trova”. 2. La Unidad Popular en Chile y la “Nueva Canción” en el contexto de la “Canción de Protesta” sudamericana. 3. Movimiento Estudiantil de 1968 en México y el “Canto Popular con compromiso social”. El autor cree que “las expresiones culturales y artísticas derivadas de los movimientos sociales crean nuevos significados, símbolos y códigos culturales que contribuyen a la construcción de una educación popular, alternativa, reflexiva y crítica… (en) la música popular con compromiso social, dicha expresión artística es utilizada como parte del repertorio de protesta, la cual se desempeña como un referente pedagógico que educa a los integrantes de los movimientos sociales y contribuye a afianzar sus identidades”.

Para cada uno de los países y movimientos considerados, el autor trabaja a través de cinco filtros –”matriz básica”, le llama- y cinco cantautores e intérpretes específicos. Dimensiones de análisis: A. Objetivos y Ciclos de protesta. B. Coyuntura internacional. C. Movilización de recursos y Estructura de oportunidades políticas. D. Formación de identidades. E. Expresiones artísticas populares.

Naturalmente, para el presente texto importa sobre todo el último punto. Y ahí entran los cinco personajes. Cuba: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Chile: Víctor Jara. México: Judith Reyes y Óscar Chávez. Cada uno de ellos ligados íntimamente al movimiento social/nacional respectivo analizado en el libro; para quien desee profundizar. Por lo que a esta columna respecta y a mi interés estético –que superpongo al meramente o exclusivamente político; aunque el ideal sería imbricar ambos elementos en una canción prototípica de este perfil: política y poesía, no me interesa mucho la que se autolimita a la ideología- hablaré solamente de tres de ellos: Rodríguez, Jara y Chávez.

Silvio Rodríguez es el poeta mayor en todo Latinoamérica en el perfil de esta canción alternativa, la que surge a partir de un movimiento o lo acompaña. En su caso, el cubano pero que se internacionaliza y llega incluso al éxito comercial. Y no sólo se consume en la canción de protesta, militante o apologética del héroe, se expande a la poesía y al amor, a la vulnerabilidad humana. A veces las integra en versos que quizás no todos digieran: “Te doy una canción con mis dos manos/Con las mismas de matar”. Refiero esta canción porque, dado mi origen tropical mexicano, no conocía a Rodríguez. Así que ese día en que entré al taller de teatro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en mi primer semestre allí, y alguien accionó una vieja grabadora y escuché una guitarra y una voz suave, débil pero bien entonada y sentida: “Cómo gasto papeles recordándote/Cómo me haces hablar en el silencio/Cómo no te me quitas, de las ganas…”, sentí una suerte de breve conmoción ante algo tan distinto a lo escuchado hasta entonces. Fue un instante que aún recuerdo con la emoción de la nostalgia. A partir de ahí lo conocí profusamente y llegué a la conclusión, más allá de la ideología, de la verdadera naturaleza poética de Rodríguez.

Aquí, “Te doy una canción”; la versión que escuché a mediados de los 80′s:

El caso de Víctor Jara es la tragedia. Acompaña el ascenso de Salvador Allende y Unidad Popular al poder en Chile y asimismo la caída, cuando son aplastados por la violencia, el golpe de Estado, el crimen. Me parece que como cantautor logra superar el solo hecho ideológico y alcanza la poesía. Por ejemplo en “Te recuerdo Amanda” en que la atmósfera de opresión social de los protagonistas va aparejada de la intimidad de su amor profundo.

“Te recuerdo Amanda”:

En la ciudad de Nueva York he tenido oportunidad de participar dos o tres veces en el “Latinoamerican Piano & Song Festival”. En una de ellas, la programación se ocupó de la canción de protesta o compromiso político y social. Dentro de las varias interpretaciones quedó este registro de “Aquí me quedo”, canción de Jara que integra también el sentido poético y el político, en una versión neoclásica de acuerdo al perfil del Festival:

Óscar Chávez en México, comparado con Rodríguez y Jara, es más intérprete y parodista que cantautor. Su aportación a la canción comprometida social y políticamente se limita al corrido tan reiterativo y a la parodia de canciones ya hechas con otro fin; la única que me parece lograda es “La casita”, aunque la prefiera en su versión original (es el caso de “La paloma”, de Sebastián Iradier, su parodia en México ha tenido mucho éxito). Su sensibilidad personal, más allá de la convicción política, se impuso y logró algunas canciones que sobresalen al resto. “Por ti” y “La niña de Guatemala”, por ejemplo; de esta última hace un arreglo musical al poema de José Martí que es conmovedor. Sin ese elemento personalísimo, el cantautor o intérprete de la canción alternativa y de compromiso, usualmente no prospera. A raíz de su fallecimiento, hice una aproximación a Chávez en “Óscar Chávez y la música clásica y de protesta

Aquí, “La niña de Guatemala”

III. Lo que debería haber

Volviendo al libro de Álvarez Martínez, este es muy insistente en la naturaleza pedagógica de la canción, que esta sirve para construir y transmitir el sentido del movimiento social. No estoy del todo de acuerdo, porque se debería de insistir en la formación de músicos y poetas y no de público que escuche a unos cuantos, a los mismos de siempre. Aquí algunos puntos de discordancia con este libro que es un buen trabajo sistemático de Álvarez, hay que decirlo:

  • Sólo estudia la letra de las canciones. Es decir, la parte pedagógica, de ideologización y hasta adoctrinamiento, porque propone a un escucha no a un creador. Y es en la música, en la melodía, la variedad rítmica, el arreglo, la armonización y los matices donde se encuentra la riqueza y el valor de la canción. No basta la letra, pero incluso esta tiene que analizarse (porque así es percibida por el escucha) en su cualidad poética.
  • La canción no debiera (sólo) educar, dar la posibilidad de la conciencia, ser pedagógica, “ideologizante”, basta con que sea artística en el contexto social político de cambio para que prospere; por ello, el éxito de la letra militante con mala música y de la parodia es limitado, más bien pobre. El compositor, el cantante no debe restringirse a la militancia, tiene que ser verdadero artista, de otro modo su música sucumbe al olvido, es trunca.
  • Esta música, esta canción, este canto no deben concebirse erráticamente como un fenómeno cultural (que lo es) sino, sobre todo, como uno de carácter artístico.
  • No deben generarse consumidores de la “Nueva Canción” o la “Canción de Protesta” o la música alternativa a la comercial sino creadores. Individuos que sepan crear música, poesía, que escriban, ejecuten instrumentos, compongan. Si no es así, se genera sólo ideología y esta transmuta a mero entretenimiento.
  • Las experiencias de Cuba y Chile tratan de dos intentos de socialismo, uno arrollado por el golpe de Estado, el otro sometido por la dictadura de un solo partido (aunque no guste aceptarlo y se argumente el bloqueo). La experiencia social mexicana más impactante se dio como producto de la Revolución Mexicana que creó música y arte en general; fenómeno inalcanzado por cualquier otro país latinoamericano o por otro movimiento en México, llámese 68′ o 4T.

Hacia 1960-70, la Revolución Mexicana alcanzó su etapa de madurez para entrar en declive y franca decadencia hacia el fin del siglo XX y principios del XXI bajo el sistema económico y político neoliberal agravado por la corrupción generalizada y sin límites.

La 4T, como una etapa concluyente que explicaba arriba, no ha logrado crear la música nueva. La canción social de la 4T no existe. ¿Por qué? Porque a nadie le ha importado. Ni cuando fue movimiento (otra vez: 88, 97, 2000-2018) ni cuando llegó al poder. Aparte del entretenimiento en el Zócalo, el apoyo a las bandas de aliento en Oaxaca (algo que siempre ha existido, no es nuevo, pues) sólo recuerdo una convocatoria de Alejandra Frausto como secretaria de Cultura: ¡a parodiar canciones, melodías ajenas! ¿Por qué carajos no convocar a la creación? La parodia, es la más elemental, básica, llana manera de tratar de hacer o generar conciencia artística.

¿Por qué en vez de presentar en el Zócalo entretenimiento por medio de intérpretes famosos y comerciales (que no necesitan ese espacio) no se convoca a la creación y a festivales de jóvenes -y no tan jóvenes, que muchísimos son los que han aportado al cambio-, a grupos alternos, a esos que siempre apoyaron las marchas, los plantones?

Hay quienes lo justifican todo. Citlalli Hernández, secretaria general de Morena, tuitea: “Los jóvenes que están felices y emocionados por el concierto de @rosalia tienen que saber que el acceso gratuito a conciertos en plazas públicas es el ejercicio de su DERECHO a la cultura, al entretenimiento y en el fondo, a la alegría”. Estefanía Veloz, periodista, escribe que se trata de “promover la cultura y el entretenimiento en la ciudad”. ¿Promover lo que es famoso y comercial? No puedo estar de acuerdo con estas perspectivas.

Y como dije al principio, no podemos desentendernos del futuro político. Por lo que conocemos de quien encabeza las encuestas hacia el 2024, aprendió a tocar instrumentos y a cantar desde temprana edad; música alterna, distinta a la comercial; latinoamericana, española. La misma persona que también se formó políticamente en lo que es el núcleo, la base del movimiento que triunfó en 2018. Acaso ella tome con seriedad la necesidad de acompañar ese movimiento, de generar dentro de ese movimiento lo que no existe a pesar del discurso y el gusto del presidente mexicano y su esposa en favor de ese perfil musical. Sí, tal vez lo haga, tendría la obligación de hacerlo, Claudia Sheinbaum Pardo.

Así se lo exige este video en que ella hace música diferente a la comercial y famosa:

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo