En política no hay casualidades sino causalidades, y al menos una, o quizá varias cosas a la vez, debieron ocurrir en las últimas semanas como para que el partido Morena decidiera, de pronto, cambiar dos de las coordenadas claves de su proceso interno de selección de candidato, o candidata, a la elección presidencial de 2024.

La primera coordenada que cambia es la más importante de todas. Hasta antes del sábado 14, cuando Mario Delgado se reunió con gobernadores morenistas en la Secretaría de Gobernación para entregarles una carta en la que les pide que sean garantes del “piso parejo” para todos los aspirantes a la candidatura, la sucesión en el partido oficial era un colorido y vistoso hilo imaginario que corría controlado por la mano del mismísimo presidente de la República.

Como todo mundo recuerda, fue el propio Andrés Manuel López Obrador quien puso en la mesa de los mexicanos el tema de quién puede llegar a sucederlo, y él mismo, a partir de la narrativa iniciada tres años antes que termine su mandato, (anticipación nunca antes vista en los procesos sucesorios del país) fue perfilando a la única aspirante mujer como su favorita.

Cuando el tabasqueño decidió arrancar el juego sucesorio e imponer no sólo sus reglas sino incluso decidir quiénes sí y por descarte, quiénes no podían ser considerados como aspirantes, las condiciones eran otras en el país. Empezando porque un presidente mexicano tiene tanto poder en el arranque de su tercer año de gobierno, que casi nadie cuestiona sus decisiones y la más importante de ellas, la que en política no escrita se cree que “le corresponde a él y sólo a él” es a quién habrá de impulsar para ser candidato presidencial en su partido.

Ahora mismo, López Obrador ha entrado al cuarto año de su administración y así como en el primero cargó sobre sus hombros la esperanza de un pueblo, ahora lo que trae en el lomo no sólo es la losa del desgaste natural que genera el ejercicio del poder sino la pesada realidad del ocaso que acompaña el fin de un sexenio.

La estrella fulgurante se termina por apagar. Hasta el sol lo hace diariamente para dar paso a la luna. En los últimos meses, intentó dos reformas constitucionales sin éxito; trató de imponer a una incondicional como presidente de la Corte y tampoco lo logró, y tuvo que actuar (no sobre sus tiempos o decisiones sino a contentillo de la DEA) para detener a Ovidio Guzmán, alguien que ni siquiera era requerido por la justicia mexicana, pero que tendrá que extraditar a EU. Impensable que tomara esa decisión en el primer culiacanazo de 2019, como la tomó ahora; a sangre y fuego.

La reunión de Mario Delgado con gobernadores de Morena no significa desde luego que AMLO ha abdicado al derecho no escrito de poner a su sucesor, sería ingenuo creerlo. Pero es un cambio importante de señales: si la dirigencia nacional pide “piso parejo” a sus gobernadores, y lo hace público, es porque el proceso que va a comenzar a mediados de este año, estará en manos de la Secretaría de Gobernación, que es donde se realizó el encuentro.

El otro cambio en las señales sucesorias morenistas es igual de importante. Se ha decidido de forma oficial considerar como uno de los aspirantes presidenciales, además de Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López, al senador Ricardo Monreal, algo que el presidente no había querido reconocer cuando desde la cima de poder actuaba como “destapador”.

La decisión, si bien debe tener el respaldo de Palacio Nacional, salió de Bucareli y confirmaría que en las oficinas del Palacio de Cobián se están leyendo de forma menos optimistas las encuestas y que su titular es de los que piensan, correctamente, que el triunfo electoral el primer domingo de junio de 2024 pasa necesariamente por un acuerdo de unidad interna.

Justo a estas alturas me parece que los problemas que más afligen a los morenistas son dos: el método de selección de candidato por encuestas, que está poniendo en duda la rebelión de Ricardo Mejía Berdeja en Coahuila, y los problemas de gobernabilidad que tiene Claudia Sheinbaum con los constantes accidentes en el Metro de la capital del país, un tema que ha estado incidiendo a la baja en los estudios de opinión de la que es la favorita presidencial.

En el fondo, el problema mayor es que el fin del sexenio ha comenzado y que el capital político de un personaje tan bien valorado en amplios sectores de la población como es el presidente López Obrador, no sólo no se va a mantener incólume para siempre, sino que no se hereda, como antes se heredaba la Presidencia de la República; como la heredó Miguel Alemán a su paisano Ruiz Cortines o López Mateos o Díaz Ordaz y éste a Luis Echeverría. Diría mi tío Eurípides: “¡Ah qué tiempos, señor don Simón!”.