“Diciembre me gustó

Pa’ que te vayas

Que sea tu cruel adiós mi Navidad

No quiero comenzar el año nuevo

Con ese mismo amor

Que me hace tanto mal.”

JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ

Cambio de estación, cambio de año. ¿También cambio de partido político? Ante los desprecios, exhibidas, maltratos y la necedad de dejarlo sin desayunar, Ricardo Monreal evocó al gran José Alfredo Jiménez (ya sabemos que le gusta la canción vernácula) citando con una estrofa del ídolo. ¿Es advertencia?, ¿desencanto?, ¿anhelo? Definitivamente un claro aviso de que está harto del trato que le ofrecen no pocos en la 4T, en particular a través del programa de Layda Sansores llamado ‘Martes del Jaguar’.

Esta última semana, en lugar de atender el que un juez le otorgó al senador un amparo para que ella dejara de mencionarlo, la campechana acató otra instrucción; una del presidente AMLO: “no me vengan que la ley es la ley”, y exhibió propiedades del zacatecano. Ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, le llaman.

Total, que Layda no canta mal las rancheras (ni las urbanas, por aquello de sus propiedades). O, lo que es lo mismo, la gobernadora deja claro que en Morena hay que comportarse como animalitos; golpes bajos, traiciones, manipulación, mordidas, engaño. Al grado que el mismo Ricardo Monreal contestó: “Pobre Campeche, gobernado por odio e impunidad. Claudia, frena tu jauría; no más división”. Una que, sabemos —me refiero a la jauría—, no es ni siquiera propia ni original de la jefa de gobierno de la CDMX. Nada de lo que haga ella es connatural; siempre es pensando en complacer a López Obrador y a su proyecto. Y este pleito de amores perros no es la excepción. No es la jefa de la Ciudad de México la que orquesta a la jauría encabezada por Layda; la instrucción de fustigarlo proviene del otro sureño que habita Palacio Nacional.

En fin. El hecho es que en esta ocasión el líder de Regeneración Nacional en el Senado calificó a la gobernadora de Campeche de ‘presunta delincuente’ —después de todo violó una disposición judicial— y en los dimes y diretes han exhibido que ambos personajes tienen cada uno más propiedades que Monsieur Bartlett. Por lo pronto a los ilegales actos de la pelirroja, de figuras de la 4T solo Monreal ha osado ponerle un alto (más que unos cuantos dichos, una denuncia formal).

Lo que no quita que ni Ricardo Monreal ni ningún ferviente cuatroteísta ha querido aceptar que él y todas las otras corcholatas son un divertimiento para López Obrador. Están de adorno y el goce es que se deglutirán entre ellos. Tarde que temprano —probablemente no muy tarde—, a la primera que se comerán de un bocado, cual espina de sardina, será a la científica. Mientras no se les atore…

Así, operación que si a alguien se le puede revertir es a Sheinbaum; lo cual sería previsible dado que ninguno de los morenistas anti-Monreal calcula —complicado dado ese 90% de lealtad y 10% de experiencia— el bumerang que significa acusar a Monreal y excluirlo de Morena. No permitirle tener voz (ya no hablemos de cancha pareja).

Y es que en el fondo todo este sainete al interior del partido en el poder —y otros del estilo— es resultado de un piso que evidentemente está inclinado. El mandatario quiere dar la impresión de que no lo está, pero los tiempos del tapadismo nada han cambiado. Lo demás está de más.

De no preocupar a los electores anti Cuarta Transformación (a menos que el senador emigre para ser candidato presidencial de algún partido de oposición, lo cual dudo ocurra). Por el contrario, mucho que celebrar si eso le hace daño a Morena y las desbandadas que podría ocasionar. Pero, sobre todo, si ello significa que Ricardo Monreal busque congraciarse con la oposición y opera el rechazo a la reforma electoral del presidente. Mal momento el de Layda para enseñar dientes y garras…

Por lo pronto, al menos 87 senadores de todos los grupos parlamentarios (38 de Morena) cerraron filas con Ricardo Monreal. Legisladores que constituyen mayoría absoluta en el interior de Morena (tiene 60 integrantes) en esa cámara.

La guerra dentro del Movimiento se volverá cada vez más de rutina, lo cual no solo significa la creciente intensidad de los golpes entre ellos, sino implicará también una disminución en las intenciones de voto hacia ese partido político. Eso sería, creo yo, en todo caso lo relevante.