“A veces lo único que se propone un manipulador es simplemente desorganizar la galería por el puro gusto de hacerlo. Existen personas así en nuestra sociedad.”

KEN KESEY / ‘One Flew Over the Cuckoo’s Nest’

“A license to love, insurance to hold

Melts all your memories and change into gold

His eyes are like angels; his heart is cold

No need to ask

He's a smooth operator

Smooth operator, smooth operator

Smooth operator”

SADE (ADU)

A riesgo de sobre simplificar, la gesta heroica del 20 de noviembre de un lejano 1910 se puede resumir en la destitución de un dictador. El que desaparecieran y murieran los gobiernos de un solo hombre. Irónico, entonces, que los desfiles militares anuales que le han seguido en épocas modernas en México sean para que el gobernante en turno procure mostrar el gobierno… de un solo hombre.

López Obrador está tan cerca de Díaz —ciertamente en lo que no debiera— y, al revés, tan lejos de Madero en lo que sí convendría le emulara: su compromiso democrático.

Nuestro mandatario adora reiterar la frase del octogenario ex presidente: “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”; en detrimento de nuestras relaciones bilaterales, cada vez que va al vecino país del norte, la menciona. (Eso sí, sin rubor alguno hizo público su voto a favor del anaranjado Donald Trump, en un sondeo que el dueño de Twitter estableció hace unos días en su red social. Pero, bueno…)

AMLO se parece mucho al dictador aquel que tuvimos en darle un poder desmedido a los militares. En época de José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, casi todos los gobernadores y miembros del gabinete del país eran militares; hoy en día casi todos los secretarios de seguridad estatales también pertenecen al cuerpo castrense, sin olvidar la incidencia que tienen las Fuerzas Armadas en diversos —ya innumerables— asuntos de la nación.

Díaz inició su gobierno insistiendo en la no reelección y ya sabemos de los años que luego se aferró a la Silla del Águila. López Obrador dice no a la reelección, pero no pocas veces lo que hace apunta a lo contrario. Y, bueno, naturalmente no podía faltar el que un diputado local ya tuviera la propuesta de pedir la reelección del tabasqueño.

El Congreso de la Unión y la Suprema Corte de Justicia en tiempos de Porfirio Díaz dependían solo de él. Los diputados hacían lo que se ordenaba en Chapultepec (sí, a Díaz también le gustaba vivir en castillos; si no habitaba Palacio Nacional era simple y sencillamente porque ahí habían habitado los virreyes de España…).

Díaz hizo todo dentro de sus posibilidades para que el poder solo recayera en él; concentraba las instituciones, las facultades y las decisiones en su persona. Lo mismo a lo que cada día se acerca más López Obrador.

Tristemente el actual mandatario no se le parece a Díaz en la parte de modernizar e impulsar el país hacia el futuro. Aquel buscaba que la tecnología y la innovación llegaran a México, no regresar a nuestra patria a la era de las penumbras.

Mientras, con respecto a Francisco I. Madero, AMLO se le acerca en la parte mística y santurrona. No se olvide que Madero era un declarado espiritista; pensaba que podía comunicarse con los espíritus. En su descargo, en ese momento, eso era de avanzada. No como hoy cuando AMLO dice que se comunica con la madre tierra para construir el Tren Maya y destruir todo cuanto se le interponga en su paso.

También se le parece en aquello de manipular el recuento de los hechos. Así, para recordarlo, en el desfile del 20 de noviembre, López Obrador volvió a tergiversar la historia. Dijo que las clases media y alta habían azuzado a la población para derrocar a Madero. Mentira de las viles. Los que se sublevaron fueron los militares en quienes, por cierto, Madero había depositado toda su confianza y aún más poder que en tiempos de Díaz. Cierto, Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en México, tuvo mucho que ver en el cobarde asesinato de Madero. Pero sus interlocutores nunca fueron jóvenes reaccionarios de las “clases altas y medias”, fueron militares y el que más, Victoriano Huerta. Sí, en todos los cuerpos —mismo en el militar al cual AMLO ahora adora tanto— existen personas honestas y otras dignas de la cárcel...

El hecho es que López Obrador exalta a Madero por actuar en contra de un gobierno de un solo hombre, precisamente como el que el tabasqueño forja alrededor de su figura.

No solo eso, en un discurso vetusto, más cercano a un país en guerra con el exterior, que un país que tiene una guerra civil interna (¿qué otra forma de llamar a la violencia que nos aniquila?), el macuspano dijo lo siguiente: “… seguiremos contando con fuerzas armadas para defender nuestra soberanía e integridad territorial y, al mismo tiempo, serán garantes de la seguridad pública, como cuerpos de paz y de progreso con justicia”. ¡Ah, caray! Exactamente lo que no sucede hoy cuando, en una parte del territorio nacional, el verdadero poder proviene de grupos delincuenciales, no del poder civil. No existe ahí esa “soberanía e integridad territorial”. No son garantes de la seguridad pública; por el contrario, esta continúa deteriorándose.

Y no quiero ahondar en lo que al ‘progreso con justicia’ se refiere; esta ciertamente no depende de los militares. El presidente debería saberlo muy bien y todos nosotros, los mexicanos, recordarlo.