“La distinción entre lengua y lenguaje no es precisa, aunque en general se suele considerar que todas las lenguas son lenguajes, pero no todos los lenguajes son lenguas: una lengua equivale a un idioma, mientras que un lenguaje es un sistema de comunicación o de expresión de conocimientos, como el lenguaje matemático”. Eso dice la Fundéu de la RAE. Los sordos, entonces, se comunican mediante una lengua de señas.

En CODA, la ganadora del Oscar a la mejor película, participan personas sordas —y oyentes— que se expresan mediante signos. Troy Kotsur, sordo de nacimiento, recibió el Oscar al mejor actor de reparto.

También participó una actriz que utiliza la lengua de signos en otro filme ganador del Oscar —a mejor película internacional—, Drive my car. Ella se llama Park Yu Rim e interpreta al personaje de Sonia en la representación de un drama de Antón Chéjov.

Creo que es excelente la breve actuación de Park Yu Rim en la japonesa Drive my car, inclusive podría ser mejor que la de Troy Kotsur en la estadounidense CODA, pero… La diferencia radica en que él es verdaderamente sordo, y ella no.

De película a película quizá sea más interesante Drive my car que CODA. Pero la autenticidad es una virtud y, seguramente por esa razón, impacta y emociona más la lengua de signos en el segundo filme que en el primero. Además, en la película estadounidense la lengua de señas es el verdadero mensaje de la historia, mientras que en la japonesa la lengua de la gente que no puede hablar es solo una entre varias en los momentos más importantes de la película: los ensayos y la puesta en escena de una obra de Chéjov.

AMLO, Loret, López-Dóriga

¿Por qué, a pesar de tantos ataques, la comentocracia no ha podido echar abajo la aprobación del presidente López Obrador? Porque este es auténtico, mientras que suenan falsos, si no la mayoría de quienes le critican, sí los más famosos periodistas que lo cuestionan.

Carlos Loret de Mola y Joaquín López Dóriga no son sinceros en su crítica al poder. Antes, cuando eran amigos de los presidentes, a estos los trataban con amabilidad excesiva. Hoy, solo porque no se entienden con Andrés Manuel, se lanzan a matar en cada columna, cada programa de radio, cada mensaje en redes sociales. Son buenos actores, sin duda: como la coreana Park Yu Rim convencen utilizando una lenguaje que no conocían y que, como ella, han tenido que aprender a marchas forzadas. Felicidades, pero...

Grandes actores, sí, pero no son auténticos. No son, por ejemplo, como Carmen Aristegui y Ciro Gómez Leyva, periodistas que respetan valores fundamentales como la objetividad, la seriedad y la honestidad profesional.

Hablemos de Aristegui. Esta periodista le da a AMLO exactamente el mismo trato que le dio a Peña Nieto, Calderón, Fox, etcétera. La diferencia es que en anteriores sexenios ella sufrió no solo acoso desde el poder, sino abierta represión: por lo menos tres veces ha tenido que dejar, expulsada, los medios de comunicación en los que ha participado. Ahora nadie la molesta, ya que no llegan a nada algunas críticas que le lanza el presidente cuando no está de acuerdo con Carmen.

Loret y López Dóriga, en cambio, no le dan a AMLO el trato que dieron a Peña Nieto, Calderón, Fox, etcétera. La diferencia radica en que el poder los consentía y acariciaba en los anteriores sexenios, mientras que ahora la presidencia, en vez de ofrecerles privilegios para que no critiquen, les responde con referencias a la calidad moral de ambos periodistas.

Muchas veces se ha equivocado Andrés Manuel al responder a sus críticos, sin duda. En no pocas ocasiones ha fallado inclusive presentando información incorrecta, pero no le cuesta al presidente —no en los estudios de aprobación— porque la gente no ha dejado de percibirlo como lo que sí es: un hombre sincero, auténtico. La sociedad agradece un presidente que no finja, no simule.

Pueden ser grandes actores algunos críticos de AMLO, hoy disfrazados de periodistas que se enfrentan al poder, pero lo cierto es que cambiarán de máscara en cuanto desde palacio se les apapache, sí, como en los anteriores gobiernos. Esta es la verdad.

Técnicamente es muy buena la película de Loret y López Dóriga como valientes comunicadores que luchan por la justicia y la libertad frente al ogro de Palacio Nacional. Pero, lo sabemos, es un filme basado en un pecado original: ellos actúan como una forma de chantajear —para beneficiarse a sí mismos y a sus patrones— a un gobierno que piensan es como los otros y que, antes del final del sexenio, se rendirá y les entregará los privilegios que perdieron.

Si ocurre la de malas y es débil el sucesor o la sucesora de AMLO y, por consecuencia, decide no pelear con la comentocracia, a los grandes críticos de hoy los volveremos a ver como en el pasado, tan comedidos cuando hablen acerca de quien esté en el poder.

Conste, no es condenable coincidir con un gobernante o, de plano, tomar la decisión de destacar lo bueno que haga: lo reprochable es hacerlo a cambio de favores muy grandes. Más condenable aún es pasarse al otro extremo, el de la crítica despiadada basada en insultos, solo porque la persona que gobierna ya no quiere pagarles.