Detrás del anuncio de los 90 días de prórroga para la entrada en vigor de los aranceles, hay un claro trasfondo: Estados Unidos no ve en México a un socio confiable bajo las reglas del T-MEC. El problema no solo es comercial, es político, judicial y estructural.

La falta de acciones concretas contra el crimen organizado, las estructuras de lavado de dinero, el tráfico de fentanilo y los vínculos de políticos con grupos criminales y con el huachicol, han terminado por erosionar la confianza.

Efectivamente, no somos Venezuela, pero para Estados Unidos somos su vecino inmediato y su mayor plataforma de importación; en cifras esto significa que el 85% de lo que producimos se exporta hacia su mercado desde empresas con su capital, por lo tanto, no pueden darse el lujo de ignorar nuestra deriva institucional.

Si bien, la amenaza esta vez ha sido aplazada, el gobierno mexicano sigue minimizando temas clave: seguridad, migración, aduanas, democracia, libertad sindical y energía. Cuando Estados Unidos, por el contrario, quiere un acuerdo más amplio y profundo, no solo comercial.

También hay un mensaje implícito: se acabó la tolerancia al financiamiento chino disfrazado y al uso del IMMEX, salto arancelario y otros esquemas para evadir aranceles. Las aduanas están tomando control con ayuda de los agentes aduanales.

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La prudencia no es madurez

Si bien este giro muestra que la espera y prudencia de Claudia Sheinbaum ha rendido frutos, la oportunidad es corta. En estos momentos el país necesita negociadores serios, no leales al partido.

México está obligado a madurar. A salir del populismo de Palenque, de una economía maquillada y de enfrentar una realidad donde no hay medicinas, seguridad, educación de calidad, ni siquiera funcional.

Lo que alguna vez fue una relación triangular en el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y posteriormente bajo el T-MEC, está dando paso a una dinámica bilateral más estratégica e integral.

Bilateralidad

Esta nueva etapa ya no se define exclusivamente por aranceles, reglas de origen o inversión extranjera, sino por un conjunto más amplio de intereses compartidos que incluyen la seguridad fronteriza, la migración, la cooperación energética y la inteligencia contra el crimen organizado transnacional, así como la urgente necesidad de enfrentar desafíos globales como el cambio climático y la transición tecnológica.

El T-MEC fue, y sigue siendo, un andamiaje importante para el intercambio económico, pero, ante la nueva complejidad geopolítica, hoy parece insuficiente.

La creciente bilateralización obedece en parte a la lógica de las realidades regionales: mientras Canadá ha adoptado en los últimos años una política exterior más distante con respecto a México, Estados Unidos ha profundizado su involucramiento con nuestro país en temas críticos como el tráfico de fentanilo, el flujo migratorio y la cooperación energética.

Washington entiende que la frontera sur es una prioridad estratégica y esa percepción ha llevado a un replanteamiento de su política hacia México.

Quizá donde más se ha evidenciado la necesidad de una renegociación estructural es el ámbito energético. El nacionalismo energético de la 4T, con su sesgo proteccionista y su apuesta por combustibles fósiles, ha chocado frontalmente con los intereses de empresas estadounidenses y canadienses activando paneles de solución de controversias en el marco del T-MEC.

La estupidez populista de la soberanía energética nos ha llevado a los apagones diarios, ya no solo pasa en Yucatán, en Veracruz, la aduana del puerto más importante del país tuvo que cerrar operaciones por falta de energía eléctrica.

El superar posturas ideológicas que nos han salido muy caras, abre la puerta a una relación bilateral firme, moderna y exigente. Ojalá se aproveche.

X: @diaz_manuel