Las vueltas ciclistas de tres semanas son más duras, más largas y más sufridas que los maratones, los triatlones y cualquier competencia atlética. Por eso son muy adecuadas para explicar un proceso tan desgastante como la sucesión presidencial mexicana.

Ayer, el esloveno Primož Roglič decidió que no debía seguir compitiendo en el Tour de Francia. Los directores de su equipo, Jumbo-Visma, le permitieron que se retirara antes de que concluyera la segunda semana de la carrera porque, así lo pensaron, el campeonato lo tenían asegurado con Jonas Vingegaard, el danés que, se suponía, iba a llegar a las complicadas etapas montañosos de los Pirineos con dos apreciables ventajas sobre Tadej Pogačar, otro esloveno.

Las ventajas de Vingegaard que facilitaron el retiro de Roglič —quien por una caída al inicio del Tour ya no iba a poder ganar— eran las siguientes: 2 minutos y 22 segundos, lo que es bastante tiempo en el competido ciclismo actual, y un equipo, el Jumbo-Visma, mucho más completo que el de Pogačar, quien había perdido importantes compañeros para que le ayudaran en las jornadas finales de alta montaña.

La primera ventaja la mantiene Vingegaard: empezará la tercera semana del Tour de Francia superando a Pogačar por 2 minutos y 22 segundos; la otra ventaja desapareció, y es que Vingegaard no solo se quedó sin el apoyo de Roglič, sino que también perdió, por una caída, a un coequipero estelar, el neerlandés Steven Kruijswijk.

A Primož Roglič le faltó generosidad para apoyar a Jonas Vingegaard: como el primero ya no tenía oportunidad de ser campeón, se hizo a un lado y dejó de ayudar a su compañero. Su equipo no lo obligó a seguir en la carrera, y ahora está en riesgo el triunfo de Vingegaard, a quien le faltará apoyo para enfrentar al poderosísmo Tadej Pogačar, quien seguramente se impondrá en la etapa contrarreloj…

El Tour de Morena

Creo que algo parecido ocurrirá en Morena si el presidente López Obrador no impone el orden entre sus corcholatas.

La gente que apoya a Marcelo Ebrard no se cansa de repetir que si este no es el candidato presidencial del partido de izquierda, probablemente no se irá a la oposición, pero nada hará para apoyar al abanderado del instituto político fundado por Andrés Manuel.

De Ricardo Monreal mejor ni hablar: abiertamente ha dicho que no está de acuerdo con el proceso interno de Morena —dos encuestas—, así que también se hará a un lado.

El activismo de Adán Augusto López ha sido muy exitoso en la clase política de Morena, pero no tanto entre las bases del partido de izquierda. Me explico. Al secretario de Gobernación le sobran apoyos en el gabinete presidencial, en las cámaras legislativas y entre los y las militantes que gobiernan entidades federativas o presidencias municipales de gran tamaño. Se huele en los medios y en las redes sociales que así es. Pero abajo no le ha ido tan bien, lo que se refleja en las encuestas, en las que nomás no ha crecido lo que se necesita para emparejarse con la líder Claudia Sheinbaum y el segundo lugar, Marcelo Ebrard.

El problema, muy fuerte, implícito en la situación descrita en el párrafo anterior radica en que ni Morena ni Andrés Manuel están mintiendo: no habrá dedazo, entonces, será candidato o candidata presidencial de izquierda quien gane las encuestas, que por lo pronto están muy lejos de favorecer a Adán. ¿Qué va a pasar si no es candidato? Que, en el mejor de los casos, se decepcionarán quienes le apoyan en el gabinete, las cámaras y desde los gobiernos locales, y no tendrán motivación para hacer equipo con quien logre la candidatura.

La que menos divide a Morena es Sheinbaum. La jefa de gobierno, a diferencia de Ebrard y Monreal, no ha tenido una biografía política lejos de AMLO. Claudia es como Adán Augusto: absolutamente leal al único jefe de verdadera relevancia que han tenido, Andrés Manuel.

Lo que distingue a Claudia y Adán no es la lealtad a prueba de balas respecto del presidente López Obrador: jamás traicionarán a AMLO y a su proyecto —una lealtad, por cierto, que en los casos de Ebrard y Monreal no es absoluta, sino coyuntural, esto es de conveniencia—.

La gran desemejanza entre Claudia y Adán está en los seguidores. Los del secretario de Gobernación son mayoritariamente políticos —hasta los más desprestigiados y presuntamente corruptos, como Carlos Lomelí, de Guadalajara—, y por lo tanto si piensan que la decisión de Morena no les va a beneficiar, podrían no apoyar en la elección presidencial de 2024 a quien represente al partido de izquierda. Los seguidores de Claudia, está claro, no pertenecen a la clase política, sino a los movimientos sociales que han nutrido a Morena, esto es, se trata de gente que se la juega con el proyecto —el de AMLO— y no con la persona.

Andrés Manuel debe poner orden para que no se destruya la unidad del equipo. Quizá debería empezar por decir a la clase política de Morena que no se vale tomar partido en la forma en que lo están haciendo. El presidente López Obrador deberá recordarles a todas las personas relevantes en la 4T que, para quienes participan en política, solo hay una forma de NO perder una sucesión presidencial: NO jugarla. Esto es, que fuera de Morena jueguen a las quinielas todos los grupos que quieran —columnistas incluidos en primerísimo lugar—, con la única condición de que no militen en la 4T y, por lo tanto, no dividan.