Ricardo Salinas Pliego se metió ya con un enemigo con el cual ningún magnate, en su sano juicio, debería hacerlo, el Estado. Ha llegado al extremo no sólo de ser la cabeza visible del único conglomerado de empresas que se negó a pagar sus impuestos ilegalmente condonados por los tres anteriores sexenios ultra neoliberales, sino que también de utilizar su televisora (que no es sino una CONCESIÓN de la Nación) para abiertamente desafiar al Poder Ejecutivo y al jefe de este más popular en muchas décadas, lo anterior sin desestimar las obscenidades proferidas a miembros del Poder Legislativo vía sus redes sociales. Con el Poder Judicial no se mete, ya que este está clara y evidentemente ya subordinado al poder económico.

Se ha metido con periodistas de prestigio, con la gente en general y en fin, parece haber perdido la cordura, sobre todo desde que, cual niño chiquito y caprichoso, descubrió la red social X (o Twitter). No me queda claro si pretende convertirse en una suerte de Javier Milei, con la ayuda de su sobrino Memo, joven empresario e influencer, con el discurso compartido contra todo lo que suene a ESTADO, con aquel chocante epíteto de “los gobernicolas”. Su desafío es jugar con fuego, máxime que se atreve a retar a uno de los pilares de la cuarta transformación que es, precisamente, la pretendida separación del poder económico del poder político, que tanto daño causó a México sobre todo en lo que va del presente siglo (2000-2018).

Ahora bien, la pregunta aquí es sólo una: ¿A quién conviene más ponerlo en su sitio, que no esas que mediante la estricta observancia del imperio de la Ley?, ¿a AMLO o a Claudia? Al aún presidente no le queda tanto tiempo de hacerlo por las vías jurídicas, pero sí por la vía mediática, pero a la ya que sea presidenta Claudia Sheinbaum sí. Sería el acorralarlo con la Ley en la mano, una extraordinaria oportunidad para ella de entrar pisando fuerte, dando un golpe de autoridad en la mesa, mismo que sentaría un más que oportuno precedente, una suerte de “quinazo”, pero sin tener que recurrir, como hizo en su momento Salinas, a los más bajos recursos que su poder autoritario podía echar mano, como por ejemplo conseguir un cadáver y “sembrarlo” cerca de su casa, junto con el poco creíble arsenal de armas aquel, que fue cómo se deshizo el entonces presidente de un líder, más que corrupto, incómodo para el y sus intenciones privatizadoras.

Claudia pues, tiene esa enorme chance, que craso error seria el dejarla pasar y no capitalizarla, no tanto a su favor como si al de la cosa pública, en general, en México.