La violencia en México brota muy fácil en los rostros y las intenciones de las personas. Tenía razón Juan Rulfo, el odio está metido adentro de esas ?almas?. En el mundo de hoy lo atribuyo a la ignorancia, a la pobreza de espíritu ya sometido a poderes superiores. Rulfo lo atribuye a que el hombre salido de la revolución, dejadas ya las armas, llevaba el odio, la violencia, la sangre dentro; estaba habituado a la sangre, a tomar por la sangre. Después, ese hombre cogía un machete, un cuchillo, un palo y mataba.

Hoy hay otros instrumentos para el crimen; y otras motivaciones. Pero el odio y la violencia están todavía dentro de ese ser. Ignorancia, atraso, efímero éxito dentro del fracaso, impotencia frente al mundo que se le superpone, miedo que se vuelve aparente valor ante la intuición -pese a sus dioses y sus santos- de su muerte certera. Pero quisiera que otros murieran antes que él.

Un imbécil arranca de improviso (pobre imbécil, iba a decir, pero no, va en un carro deportivo, tal vez robado). Gran susto; porque casi me atropella. Reclamo con la mirada y el insecto frena y me mira a la vez con ojos de odio.

_ ?¡Qué!?, le digo.

Él sabe que por poco me arrolla. Está detenido viendo hacia mí en un sentido diagonal con el auto detenido. Pero no habla. No pide perdón, no sonríe, no se apena. Pareciera que va a abrir la puerta.

Levanto la bolsa con las compras. Él muestra el tatuaje que trae en el brazo y me mira como queriendo matarme en ese instante.

Cuando pensé que bajaría, me odia por última vez con inmensidad y da un arrancón que rechina. Una banderita tricolor ondea frenética en la cola del auto deportivo.