Es muy probable que Julian Assange termine sus días con una inyección letal. Morirá con todas las de la ley, porque bien puede ser condenado por espionaje, si lo extraditan a EUA. Triste sucesión de calamidades para quien ha sido el más célebre preso político de los ingleses, durante los siete años que esperó en vano el salvoconducto para exiliarse a Ecuador.

Assange es una piedra en el zapato para el país de Donald Trump, una tierra que de buenas a primeras se ha vuelto peligrosa para la libertad de expresión. Allá, un periodista es expulsado de las ruedas de prensa por formular preguntas incómodas al presidente. Allá, tres periódicos de larga data son vilipendiado por un mandatario enloquecido. Allá, un programa cómico de televisión es calumniado impunemente por el inquilino de La Casa Blanca, porque osó burlarse de su poder. De risa loca. De miedo extremo.

En términos estrictos, Assange no es un periodista. En términos laxos, es el mejor periodista del mundo. WikiLeaks no es un periódico, pero es el mejor periódico del mundo. ¿Qué hace un buen revelador de información? Sacar los trapos sucios de los gobernantes en turno. Encuerarlos. Exhibirlos con filtraciones y datos duros. Y en EUA, los trapos sucios se llaman ataques a los derechos humanos. Cuando denunció Assange las atrocidades perpetrados por los marines en Irak y Afganistán, firmó su sentencia de muerte. O de cadena perpetua, que es la peor forma de morir en vida.

WikiLeaks está desmantelado. Los poderosos del mundo están de plácemes. La democracia anglosajona ha sacado dientes y garras para amedrentar, morder y destrozar. El poder desorbitado levanta muros, encarcela migrantes, persigue refugiados, censura información, difunde fake news, construye posverdad, solapa los Panamá Papers, y acorrala a periodistas de última generación como Julian Assange. Pero el destino es cambiante: es una rueda de la fortuna que hace descender a los supuestos triunfadores y eleve a quienes ya arañaban el suelo.

A la larga, será como en las películas de vaqueros: al cabo de mil y un vicisitudes, no sin heridas ni hematomas dolorosos, ganan los buenos. Ojalá así sea. Y Assange, casi en la raya, librará por un pelo la ejecución.