Juventud y experiencia caracterizan a Manolo Jiménez (33) y a Jorge Zermeño (68), quienes este lunes asumieron por un año las alcaldías de Saltillo y Torreón, donde se concentra poco más de la mitad de la población del estado (2.9 millones habitantes), según datos del Inegi correspondientes a 2015. La capital supera a la metrópoli lagunera en 128 mil personas, lo cual se refleja también en las elecciones. Jiménez (PRI) obtuvo 152 mil 690 votos en coalición con seis partidos, y Zermeño (PAN) 138 mil 328 acompañado de tres fuerzas políticas.

La principal fortaleza del PRI está en Saltillo, donde ganó la gubernatura, la alcaldía y tres de cuatro distritos locales. En Torreón perdió con el PAN las mismas elecciones, algo el PRI y el gobierno no terminan de explicarse todavía, pues la administración anterior organizó la sucesión estatal en la ciudad donde Miguel Riquelme era alcalde. Sin embargo, la ciudadanía castigó los sexenios de Humberto y Rubén Moreira y optó por Guillermo Anaya.

En la toma de posesión de Manolo Jiménez, el gobernador Riquelme declaró ante la clase política, empresarios y otros sectores: “Saltillo se portó bien conmigo y mi gobierno será recíproco con la capital”. Como prueba, anunció el Centro de Convenciones Arena Saltillo, el Parque Lineal y el Centro Deportivo y Cultural Sur. Si la reciprocidad es por los votos, Torreón, donde el resultado le fue adverso, merece un trato equivalente al de Saltillo por el rezago acumulado y por su relevancia económica y política. De lo contrario, reproduciría el esquema de Humberto Moreira de premiar o castigar a los municipios según la orientación de su voto, lo cual afectó a Torreón severamente, mientras la capital mantenía un ritmo ascendente.

Jiménez y Zermeño llegan legitimados a las principales alcaldías de Coahuila. Riquelme asistió a la toma de posesión del primero, y antes acudió a la instalación de la LXI legislatura local, donde por primera vez su partido no solo no tiene mayoría, sino un déficit de liderazgo por la derrota de algunos de sus operadores como Rodrigo Fuentes, Román Alberto Cepeda y José Luis Flores. Jiménez, quien ha sido regidor, diputado local y presidente del comité municipal del PRI, anunció una política de cero tolerancia a la corrupción, pues no solo basta que el alcalde sea honesto, dijo en referencia al gobierno panista de Isidro López, sin citarlo.

El secretario de Gobierno, José María Fraustro, representó a Riquelme en la ceremonia donde Zermeño asumió el poder por segunda ocasión en 21 años. El panista dio un discurso conciliador y tendió puentes con el gobierno del estado. La ecuanimidad es una de las cualidades de Zermeño. Su desempeño en la alcaldía de Torreón (1997-1999), la Cámara de Diputados, el Senado y la embajada de México en España, lo vuelven confiable. En 2015 perdió la diputación federal por el VI distrito, pero ahora está de vuelta y se prepara para la reelección en los comicios del próximo 1 de julio.

Jiménez es un hombre joven, pero dijo haberse preparado para ser alcalde y cambiar la política obsoleta por una visión más humana. La decisión de prohibir que las obras y el equipamiento urbano se pinten con los colores del partido en el poder es plausible y deberían adoptarla los gobiernos estatal y federal. En su caso, aún no está definido si buscará reelegirse, pero en la medida en que su gestión sea exitosa se le abrirán nuevas oportunidades. Más con Riquelme como aliado.