Daft Punk 

Aunque el dueto francés se llamaba Daft Punk, no tiene nada de punk (estilo de rock originado a principios de los 70, caracterizado por la ausencia de virtuosismo, mucha agresividad, disonancia, nihilismo y humor cínico y decadente). En el mejor de los casos, estéticamente tiene qué ver con dos bandas relacionadas con el punk: The Residents y Devo: Guy Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter, son dos músicos de imagen industrial, cuya identidad se encubre bajo cascos con careta.

Catalogados como “french house” y “synthpop”, a mis oídos suenan simplemente a soul, con elementos electrónicos, como The Bucketheads y Fatboy Slim (a éste último, por cierto, también lo vi en México).

El 31 de octubre del 2007, Daft Punk dio un concierto de Halloween en el Palacio de los Deportes de la Ciudad de México. Acudí con mi cuate Luis Usabiaga (quien, junto con Fernando Rivera Calderón, fundamos la página satírica “El Pasón, periodismo fumable”, en Milenio Diario); Luis se encargó de adquirir los boletos y nos alistamos para ver al legendario dueto musical.

Antes de partir, nos reunimos en su casa para beber “chelas” y fumar “mota”. En un momento me preocupé por la hora y le dije a Luis que ya nos fuéramos, pero “la perra fiusha” (como le dicen Jis y Trino y la banda de Guadalajara) me respondió calmadamente: “Tranquilo bro, van a abrir muchos DJ’s”.

Después de un tiempo indefinido, tomamos un taxi y llegamos cuando Daft Punk ya había iniciado. El lugar estaba abarrotadísimo; como pudimos, nos abrimos paso a codazos para ocupar un buen lugar hasta adelante, y una vez que nos instalamos, dejaron de tocar y se encendieron las luces. Resulta que habíamos llegado tardísimo, ni siquiera llegamos a la última rola ¡sino al reprise! (la que los grupos tocan después de la última, cuando la banda pide “¡Otra! ¡Otra!...”).

Luis descubrió una puerta abierta y nos metimos, con la esperanza de llegar al backstage y tomarnos fotos con los músicos, pero solo le dimos una vuelta al Palacio de los Deportes por un túnel solitario.

Desencantados, volvimos a nuestros hogares. Por las crónicas periodísticas me enteré de lo que nos perdimos: Una gran esfinge piramidal con un espectacular manejo de luz y sonido.

Pero la historia no termina ahí. Luis Usabiaga, realmente molesto por haber gastado en unos boletos que no sirvieron de nada, hizo lo que un cobarde como yo jamás se hubiera atrevido a hacer: Se contactó con el organizador del evento y lo acusó de haber vendido sobrecupo, exigiendo que le devolvieran su dinero, afirmando que pudo haber muerto aplastado por la multitud.

Para su buena suerte, le dio en el clavo: efectivamente habían vendido sobrecupo, de tal manera que el organizador se puso en contacto con Luis Usabiaga, lo visitó en su casa, tomaron “chelas” y fumaron “mota”, y no solo le devolvió su dinero, sino que le dio entradas gratis para todos sus eventos.

Puede usted sacar su propia moraleja de esta historia, la mía es: “No hay bien, que por mal no venga”.