Voy de acuerdo en que la prioridad en este momento es contener a los inmigrantes que vienen del sur para cumplir con el compromiso con Trump, pero sinceramente pienso que si Marcelo Ebrard y la Guardia Nacional se harán cargo del tema, el nuevo comisionado nacional de Migración, Francisco Garduño, debería ponerse un poquito de cariño por mejorar un instituto que es de los más patéticos del país: el que tiene a su cargo.

Pasar por la sala de migración del Aeropuerto de Monterrey es una experiencia aterradora. En la terminal “B” este domingo, gracias a un traspiés de no se sabe quién, dos vuelos internacionales llevaron a sus pasajeros al mismo tiempo a una sala lúgubre, oscura, sin clima, para revisar su ingreso al país.

Ahí, cosas de la “austeridad republicana”, 300 personas tuvieron que esperar a que dos empleados, uno para los nacionales y otra (de muy mal carácter por cierto) a los extranjeros, revisaran pasaportes, interrogasen a los usuarios, capturasen en el sistema y por fin sellaran la entrada.

Domingo por la tarde y de cuatro módulos (bastante rurales por cierto, hechizos, con circulares dentro de bolsas plásticas y pegadas con cinta Scotch a las paredes), sólo dos daban servicio.

Y si ya la gente estaba enmuinada porque nos hicieron esperar media hora en la puerta de desembarque sin permitir el paso, el reventarte otra hora entera haciendo una larga fila era para volverse loco. Toda esa tensión, naturalmente, se transmitía de los dos pobres burócratas que tampoco estaban felices de estar ahí, acalorados y recibiendo las silenciosas mentadas de madre de 300 usuarios al borde de la desesperación.

Mientras hacía la fila que avanzaba lentamente, pensé: “¿Y esta es la cara con la que recibimos a inversionistas nacionales y extranjeros? ¿Así es como les mostramos al Monterrey y el México moderno y cosmopolita que les ofrecemos al momento de pedirles que vengan a hacer negocios a nuestra tierra?”.

En nuestro tiempo existen una y mil maneras más eficientes de agilizar estos procesos de ingreso al país, sobre todo para los connacionales. Tantos o más regresan a diario por tierra y no hay un registro de su salida o retorno, ¿por qué cuando lo haces vía aérea hay tanto alboroto? ¿De verdad ocupamos estos espacios y a estos burócratas capturando cintas magnéticas y poniendo sellos? ¿No sería de mayor utilidad todo este personal (bueno, estos dos de ayer) haciendo otras labores?

Más en serio, ¿no hay manera de que con los ahorros tengamos un lugar más digno y decoroso para recibir a los viajeros?

No pude evitarlo, recordé aquella canción del payaso “Globito” que decía: “Sí soy pobre, pero no cochino”… igual aquí, la austeridad de López Obrador no debe significar oscuridad, negligencia y mal servicio”.