Historia del Derecho era la única clase en la que ponía atención, todo lo demás era una mierda. El maestro era un genio descomunal, mezclaba Kafka con Dostoyevski y Fioravanti con Cervantes, un fuera de serie. Cuando se ponía hablar de la revolución francesa o de la rusa siempre terminaba diciéndome algo, él sabía que yo era cubano y que pertenecía a la generación cuyos padres y abuelos vivieron el mito de la revolución cubana.

En una clase después de contar mil hechos históricos a la vez para explicar un punto que él consideraba sublime, se le ocurrió preguntarme -¿Qué es lo más difícil para un migrante? Yo no tenía ni idea de la respuesta, durante toda mi vida me había considerado un afortunado entre los migrantes, siempre estuve con mis padres y nunca me faltó comida. En mi mente entraron los dos recuerdos más difíciles que me han tocado vivir, pero ninguno era la respuesta que buscaba el maestro. Decidí guardar silencio e hice alguna clase de mueca dándole a entender que yo no tenía ni la menor idea. Con una parsimonia desesperante me contestó -perder a la familia.

Ya pasó más de un año de esa clase, son la 3:12 am y me encuentro enfrente de un cuadro preguntándome -¿Cuándo la perdí? La pintura es de Mario García Portela, un pintor cubano que a través de su pincel hace verdaderas obras de arte, su musa es el paisaje de su tierra natal, Pinar del Río. Cuando entras a la pintura vas sobre un camino de tierra que te lleva a un bohío donde presientes que alguien vivía en él. El cielo está completamente nublado, el fango que es de un color grisáceo lucha por meterse dentro de tus pies. Mientras caminas te encuentras un barril oxidado tirado en el suelo, enfrente de él hay una tienda vieja, deduces por su aspecto que cumplía funciones de baño, levantas la vista y a los lejos unos pinos se están desvaneciendo en una niebla que viene hacia ti. Huyendo de la niebla bordeas el bohío y llegas hasta una silla que está recostada contra la puerta, la silla aunque vacía da la impresión que alguien está durmiendo ahí. Triste y abatido decides salir del cuadro, volteas a verlo por última vez, y ahí en ese instante te percatas de algo que no viste adentro, una cáscara de huevo escondida detrás del barril viejo y oxidado, la cáscara de huevo es tan blanca que te hace sonreír e inevitablemente pensar –coño, no todo es gris.

Esta obra de arte se la dedicó García Portela a su profesora, a ella la habían diagnosticado leucemia, y él quería decirle a través de esa pequeña cáscara de huevo que aún había esperanza, a pesar de que el mundo se estuviese tornando gris. La profesora estuvo diecisiete años luchando contra el cáncer, inclusive una vez se quedó sin un solo glóbulo blanco; los médicos habían llamado a la familia para que estuvieran listos en caso de que falleciera, pero no murió, muchos dijeron que fue un milagro, yo creo que se aferró al color blanco, mandó todo para el carajo y decidió seguir viviendo. Varios años después, una tarde de octubre tropezó y se fracturó la cadera. La llevaron a urgencias para ser operada. Horas después salió de la intervención quirúrgica, despertó e inclusive estuvo contando historias y riendo con su familia. Al día siguiente le comenzaron a fallar sus órganos, tuvo que regresar al salón de operaciones, del cual ya nunca despertó. La profesora que inspiró al artista fue mi abuela, lo triste y más difícil es saber que en realidad la perdí desde el día en que yo me fui.