Ahora que ya se fue Donald Trump de la Casa Blanca y que el presidente López Obrador dijo que confía en mantener una buena relación con Joe Biden, al que ya le encontró coincidencias, mandó callar al Fiscal General de la República y mandó decir al secretario de Hacienda que con la nueva administración México “tendrá margen de maniobra” económica, conviene revisar un indicador que maneja el Fondo Monetario Internacional (FMI) para medir el nivel de incertidumbre global.

Este índice de incertidumbre mundial mide los asuntos económicos y políticos que generan inquietud entre la población de 143 países y que tienden a limitar la inversión, con lo que se afecta al consumo, el comercio, la generación de empleo, el desarrollo económico y democrático. Si ustedes quieren, desde una perspectiva neoliberal.

La información que se levanta trimestralmente señala que si bien la incertidumbre en el mundo ha disminuido en alrededor de 60 por ciento desde el máximo alcanzado al inicio de la pandemia de Covid-19 en marzo de 2020, se mantiene en el nivel de 50 por ciento por encima del promedio histórico entre 1996 y 2010.

Eso es resultado de las decisiones en materia política y económica de las naciones con más fuerza o poder relativo frente a otras. Es lo que explica el efecto locomotora, en donde la maquina poderosa jala o imprime el impulso a los vagones; con más vigor a los más cercanos y dependientes, para ir disminuyendo hacia el final del convoy.

Así, de acuerdo al FMI, el crecimiento de las principales economías de importancia sistémica en el mundo, como Estados Unidos y la Unión Europea, es un factor impulsor fundamental de la actividad económica en el resto del mundo, sin dejar de reconocer la importancia regional de China y Japón para la zona asiática.

Sin embargo, la evolución económica no es definitiva en los procesos de evolución de los países, sobre todo si se considera el elevado nivel de interdependencia que prevalece entre México y Estados Unidos. El progreso y, sobre todo, el aprovechamiento de los eventuales beneficios económicos depende de las decisiones políticas nacionales que, si no se adaptan a las condiciones establecidas por la locomotora económica, se convierten en una barrera a la entrada de cualquier beneficio para la sociedad, que se manifiesta como incertidumbre.

Por ejemplo, la incertidumbre relacionada con Estados Unidos durante el gobierno de Donald Trump fue el factor primordial del desasosiego mundial durante los últimos años. Por eso, históricamente se ha construido la idea de que cuando Washington estornuda al mundo le da una pulmonía económica, diría el exgobernador del Banco de México, Agustín Carstens.

En los últimos 4 años, el FMI señala que la incertidumbre relacionada con Estados Unidos contribuyó con el 13 por ciento de la incertidumbre mundial, aunque hubo momentos en que llegó a niveles del 30 por ciento.

Pensemos en lo que han significado los acuerdos económicos para nuestro país, primero el TLCAN que marcó un cambio económico y político radical desde la perspectiva neoliberal. De los resultados y deficiencias derivados de ese cambio estructural de México, la responsabilidad ha sido de la representación política en todos los órdenes de gobierno y de las instancias encargadas de promover la participación política. Se han privilegiado los resultados electorales y no la transparencia ni la rendición de cuentas. De ahí el desdén ciudadano a la política y sobre todo a los políticos.

Las cosas no han cambiado en los dos últimos años.

La política se ha centrado en ofrecer resultados cuantitativos que se noten en sufragios y no en calidad de políticas públicas, con todas las consecuencias sanitarias, educativas y económicas, en donde éstas últimas abiertamente -como ya anunció el secretario de Hacienda- se basan en la mayor interdependencia del porvenir estadounidense vía el neoliberal T-MEC, a pesar de las aparentes diferencias ideológicas del gobierno mexicano con el nuevo responsable de la Casa Blanca.

Así, habrá que esperar los datos de lo que dirá el Índice de Incertidumbre Mundial para saber qué nos depara el destino con el proceso de transformación política que deberá consolidarse en términos económicos, desde la perspectiva del crecimiento de inversión privada y pública, producción, empleo, educación, salud, Estado de derecho y bienestar, que darán sentido a la calidad del gobierno, más allá de los discursos.