¿Y si los Reyes no me traen nada?

Esa era la gran incógnita del 5 de enero de cada año.

De nada valían los exámenes de conciencia, como decían los que asistían a las clases de catecismo o quienes ya habían hecho la primera comunión; pero la duda era idéntica para los hijos de las familias de los descreídos y para los judíos de la colonia.

Eso y las preguntas recurrentes de los amigos: ¿Y tú qué les pediste? ¿Mandaste carta con timbre y todo o la mandaste en un globo? Y con lo del globo nunca faltaba el maloso que se burlaba y decía ¡Ay sí, como niño chiquito!

−¡Cómo crees… Estás loco! Seguro el globo que viste salió de la casa del Turris, ya ves que está a la vuelta de la mía y como tiene muchos hermanos, seguro salió de ahí.

Casi siempre, envalentonado y para mostrar que había un avance generacional, pero sin perder esperanza, venía la aclaración: −Lo que sí, es que voy a poner una lista pequeña en mi zapato, junto a la ventana. ¡En una de esas…!

−¿Y tú!

Esa pregunta era terrible. Más ese día, porque todos mis amigos, incluidas algunas de las niñas, habían visto que mi mamá me había regañado en la calle cuando veníamos del mercado y se habían enterado de que me había portado “muy mal durante el año”, pero especialmente en la Navidad.

Precisamente ese día no había saludado a las tías y tíos que vinieron a la casa para el recalentado y habían traído muchos regalos, la mayoría con envolturas rojas y verdes. A mí me habían dado ropa “muy bonita y m-u-y f-i-n-a”, según aclaró mi mamá con ese tono de voz tan quirúrgicamente emitido que impide cualquier comentario y que en ese momento yo no fui capaz de decir gracias, ni de hacer “cuando menos una mueca de sonrisa” por estar metido con los mentados avioncitos de armar y con las apestosas pinturas Lodena -Lodela, mamá, Lodela. −y mira, todavía me corriges…-.

A ver mamá, le traté de explicar. Ya tengo una camisa roja de cuadros igualita que también me trajeron el año pasado y el antepasado. Y el suéter está muy feo, hasta tú lo dijiste cuando se fueron. Además, ya no quiero seguir usando esos pantalones cortos que tu les dijiste que me trajeron, porque ya ves que todos mis amigos de la cuadra traen pantalones largos, menos yo.

−Pues sí, pero eso no es pretexto para que seas malagradecido y sobre todo grosero. Eso no. No veo que los papás de tus amigos sean tan barbajanes como tú.

Y llegó entonces la sentencia, que no había pasado por mi imaginación

−¡Voy a hablar con los Reyes para que te dejen un carbón! ¡Ya verás! Me sorrajó en plena calle.

´No había duda de que estaba enojada y no me dejó quedar con mis amigos, que habían escuchado buena parte del regaño en ese frío 5 de enero.

El detonador de su -para mí inexplicable- irritación fue porque en el mercado insistí en que me compraran un precioso chico zapote

¡Carísimo! Dijo mi mamá, que inmediatamente inició un regateo que hizo bajar el precio a poco menos de una tercera parte de su valor, a pesar de que era fruta fuera de temporada, según le aseguró el comerciante, y además se llevó otras cuatro piezas todavía más grandes.

Pero lo peor fue cuando al darme un paquete de huevos para que lo pusiera en la canasta, lo sujeté mal y uno se estrelló en el suelo, lo que me arrancó una risita inocente.

−¡Y todavía te ríes! Me dijo levantando la ceja izquierda, que ni María Félix…

De ahí hasta la casa. Una interminable calle de distancia que consumió minutos que me parecieron horas. Yo, con la cabeza baja asumiendo la reprimenda que seguía sin entender por qué la noche en que venían los Reyes, cuando mi preocupación ya era casi existencial.

Frente a la casa muy atentos todos los amigos miraban la escena. Uno de ellos se había enterado del regaño en el mercado y había corrido a avisar a los demás que estaban a la espera de nuestra llegada. A diferencia de otras ocasiones, Quizá por el semblante de mi madre, por el mío o simplemente por miedo, ninguno hizo el intento de ayudar con la carga, como era costumbre entre vecinos. Solamente tímidos saludos con la mano y con una voz casi imperceptible.

Yo, directamente a la casa. Minutos más tarde se escucharon los clásicos silbidos de una palomilla de quienes nos creíamos “malotes” porque a veces jugábamos con los internos del “tribilín” (Tribunal para menores), que estaba a la vuelta y como parte de un programa de rehabilitación concertado personalmente por el director del Tribunal con nuestros padres.

−Ni creas que vas a salir, dijo mi mamá. Mejor ponte a pensar que los Reyes te van a traer un carbón.

Entonces van a ser los Reyes Malos, le respondí sin voltear a ver su expresión y en espera, cuando menos, de una nueva reprimenda.

Y ahí estaba otra vez la angustia de cada año, pero ahora con agravantes: ¿Y si de veras no me traen nada? ¿Y si no son como Santa Clós a quien siempre se le olvida todo? Afuera, los chiflidos. Adentro, el ambiente de enojo y el insistente timbre del teléfono seguido de un lacónico: No me dejan salir. A ver si al rato…

Los minutos pasaban y la tarde empezaba a oscurecerse. Con el lentísimo paso del tiempo mi angustia crecía.

Generosa, mi madre, me dejó salir −Media hora nada más, me dijo con voz grave para que no olvidara su enojo guardado durante varios días y que necesitaba de cualquier pretexto para estallar.

Los amigos habían esperado pacientemente la versión completa de lo sucedido, porque mi mamá siempre había sido muy discreta y regañaba en privado.

Cuando los chismosos se enteraron de lo sucedido, el reclamo fue peor. Se me dejaron ir con todos los adjetivos que se sabían y con otras palabras y leperadas que, por contundentes, me golpearon como en una pamba china que concluyó con un ¡Te lo mereces por baboso… a quién se le ocurre!

−Después de Reyes pasa todo un año para que venga Santa, y después de él llegan los Reyes. ¡Hay que saber medir el tiempo! sentenció con toda su experiencia el mayor del grupo.

Yo me arrepentí de haber buscado el refugio de los amigos y en mi defensa les dije, luego de meditar mi duda de cada año: Yo se que a mí a la mejor ya no me traen nada los Reyes ¿pero ustedes creen que les van a traer algo?

Aún recuerdo sus caras de sorpresa.

Desde ese momento, recibí los mejores regalos, superiores a los del año anterior.

@lusacevedop