El Gran Teatro del Inmundo, del que escribió Octavio Paz en su “Nocturno de San Ildefonso”, eso son las Redes Sociales. Benditas o malditas, ahí se juzga, se tortura, “asesina”, se testimonia: la violencia verbal que termina en aburrimiento. El pudor mata, la liviandad vivifica. Más que extremos, extremismos. Condenar al Otro, crucificarlo o bendecirlo desde el fanatismo –bendición absurda.

La polarización de muchos tan temida... pero, ¿en verdad es el presidente Andrés Manuel López Obrador el provocador de los extremos? Sus críticos lo condenan un día sí y otro también, descreen de su discurso conciliatorio, magnifican sus diferencias con el neoliberalismo, el neoporfirismo y convierten sus argumentos pedagógicos en patrañas.

Andrés Manuel no inventó las clases sociales, ya estaban ahí, son los críticos de derecha los que, bajo el argumento de un discurso polarizado presidencial, han inventado su lucha, su lucha de clases en contra del “populismo”, del asistencialismo, de la redistribución de la riqueza obtenida por el Estado a través de los impuestos.

No creo en un López Obrador rabioso, en un Andrés Manuel que fomente discursos de odio. A pesar de los duros, severos y hasta insultantes argumentos en su contra, no pierde estabilidad discursiva. Eso sí, y está en su derecho, ironiza, usa el sarcasmo, pero no el cinismo. Ningún presidente desea la polarización, es políticamente suicida, ahí está el caso de, para señalar oponentes ideológicos, Nicolás Maduro en Venezuela y Sebastián Piñera en Chile.

Andrés Manuel no apuesta a la polarización, apuesta a la estabilidad desde la transformación. Aunque con ello tenga que ceder una porción importante de la Guardia Nacional a los chantajes de Donald Trump, aunque con ello tenga que tragarse la operación fallida en el culiacanazo, aunque se vea inicialmente insensible en la masacre de la familia LeBarón, aunque tenga que asumir los graves problemas económicos y de seguridad que padecemos.

La polarización no le conviene al presidente, tampoco a los empresarios, menos a los ciudadanos. Las manifestaciones condenatorias en redes sociales son, casi siempre, masturbaciones públicas, tienen que ver más con psicología, tensiones, impulsos: pulsión. Y está bien, que la banda, que la raza, se despresurice. En ese Gran Teatro del Inmundo, posturas van, imposturas vienen.

La decadencia de la comentocracia es otro fenómeno: las redes sociales favorecen que cualquiera sea comentócrata y la aristocracia del columnismo se encuentra en crisis. Por eso sus oficiantes ven un desastre por venir (el apocalíptico Raymundo Riva Palacio), rampante polarización (Pablo Hiriart), opinión escandalosa sin investigación y contraparte (Carlos Loret de Mola), “soberbia de teólogos”, de profetas (Enrique Krauze), y un interminable etcétera.

¿A quiénes les conviene la polarización? A aquellos que han perdido o están por perder o temen perder sus privilegios. La política es conflicto, también composición. Los fascismos se nutren del conflicto; las democracias, de la composición. El deber de Andrés Manuel López Obrador es provocar certidumbre, propiciar y mantener el mayor principio democrático, es decir, la igualdad de los diferentes. ¿Estamos?