No hay una imposición. Hay varias y operan en muchos sentidos. 

Existe imposición cuando se trata de avalar un argumento descalificando el del otro en base a suposiciones y calificativos construidos desde el propio mapa mental: vendido, traidor, estúpido, ignorante o incongruente. 

Yo voté, estimado lector, por Andrés Manuel López Obrador porque sigo convencida de que es la mejor opción para México, pero no pienso ni por un segundo que los que votaron por el PRI son ciudadanos de segunda, corruptos o ignorantes, porque si bien es cierto que se dan casos en ese sentido, también lo es que ningún bando está exento de estos señalamientos. 

Somos mexicanos antes de ser priistas, panistas, perredistas o cualquier opción del espectro político en nuestro país y eso, me parece, no debemos olvidarlo. 

Por eso, no dejan de asombrarme las descalificaciones a las que está sujeta la lucha de Andrés Manuel López Obrador. Sigo sin entender por qué se le culpa, por ejemplo, de las reacciones de sus seguidores en las redes sociales. Intolerantes hay en todos lados y manipuladores amparados en la objetividad y la legalidad, también. 

Pejista, pejezombie y amloísta, son algunos de los calificativos que he recibido por quienes denuncian precisamente “las agresiones” de quienes denominan “turba multa” o “pueblo bueno”. Al parecer, no hay términos medios. Lo cierto es que la tolerancia y el respeto a la opinión del otro brillan por su ausencia. 

Hoy, algunos medios de comunicación y opinadores profesionales se desgarran las vestiduras por la declaración de Jesús Zambrano y Alberto Anaya respecto a un posible conflicto postelectoral y la interpretación infalible, desde su punto de vista, es que estas palabras representan una amenaza a todos aquellos que votaron por un proyecto político diferente al de AMLO. 

En 2006, estimado lector, el poeta Javier Sicilia fue uno de los pocos intelectuales que avalaron el Plantón de Reforma, porque vio en ese maravilloso acto de desobediencia civil, el movimiento de un pueblo que rechazaba el “haiga sido como haiga sido” de manera consciente, libre y decidida. 

¿Por qué tendría que ser diferente hoy? 

Por un lado, algunos opinadores defienden el resultado de la elección argumentando que el pueblo es libre y que ejerció el sufragio de manera reflexiva, sin coerciones de ninguna índole, motu propio, pero rápidamente condenan toda manifestación de rechazo e inconformidad con el proceso electoral, porque entonces no estamos hablando de un acto de desobediencia civil, sino de que AMLO es el titiritero de una nación hipnotizada por el ídolo de masas. Doble rasero periodístico, que le llaman. 

¿Usted qué opina, estimado lector?