Dice el adagio “con una pluma y una hoja eres dueño del mundo”. La libertad de  pensar, de plasmar algo en un papel, para muchos se nos convierte en una necesidad constante.

 

Vaciar el corazón, razonar nuestro andar, pensar nuestro contexto, desestructurar discursos-amo, es algo que nos mueve al escribir o al hablar.

 

La letra, el discurso, crean estructura; edifican y se integran en el mundo del lenguaje, creándole huecos así como llenándolos.

 

En verdad siempre me ha parecido absurdo el orden o la imperiosa acción de la ortografía en la escritura. Rayuela de Julio Cortazar es una edificación que tiene diversas vertientes, donde el orden es relativo, cada cual le dará una lectura peculiar; es un libro que genera singularidad.

 

Sin embargo siempre me ha parecido importante el sentido de la escritura o la claridad del lenguaje. No me considero un buen escritor o un excelente orador, pero al menos trato de darle una línea argumental a lo que digo o escribo.

 

El argumento se puede dar desde diversos lugares, es la base de la opinión, pero la opinión sin fundamento se convierte en una diatriba que edifica  mentiras, y deja ver una subjetividad totalmente narcisista: “mi opinión”.

 

La opinocracia, esa suerte de “democracia” de la opinión me parece un fenómeno interesante.

 

Con el Internet y las redes sociales todos podemos tener un espacio donde nuestras opiniones sean vertidas, desde el blog personal, hasta el perfil en twitter, facebook o youtube; rompiéndose de esta manera la hegemonía de los mass media, quienes se han adjudicado el monopolio de la disertación, de la “discusión”, del decir. 

 

La libertad de decir se multiplica y replica, la palabra viaja, escurre, brinca de un lado a otro, efecto, también, de la globalización.

 

Esto es el lado positivo, sin embargo también existe el polo negativo.

 

La opinocracia ha dado lugar a un montón de personas que con base en sus apreciaciones escriben, no importan que sean ignorantes de la realidad, que sean unos atrofiados culturales, no importa que sean unos escritores prejuiciosos, su ejercicio de la letra y del habla siempre será la diatriba narcisista: “porque así lo opino”.

 

Las redes sociales, el ciberespacio, las planas de los diarios, los espacios radiofónicos y televisivos se ven plagados de falsarios de la libertad de expresión, que destilan ignorancia en sus escritos y sus dichos.

 

Ingenieros que opinan y escriben sobre seguridad pública, Periodistas que se hacen pasar por especialistas en economía, Médicos que hablan sobre Ingeniería, artistas que hacen análisis políticos, etcétera.

 

Claro que estos y otros profesionistas pueden opinar de lo que sea, pero lo que no debería permitírseles es posicionarse como especialistas en un campo en el que han estado de forma pobremente empírica o del que opinan sin conocerlo.

 

“La video-política atribuye un peso absolutamente desproporcionado, y a menudo aplastante, a quien no representa una , a quien no tiene ningún título de opinión maker. Esto representa un pésimo servicio a la democracia como gobierno de opinión”, refiere Giovanni Sartori.

 

Siempre he sido partidario de la frese de Voltaire: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta con la muerte tu derecho a decirlo”.

 

A últimas fechas he estado a punto de ser refractario a esta frase, ya que leer y escuchar las sartas de tonterías que la opinocracia refiere te coloca en una situación complicada.

 

Como decir que “está bien que se lave dinero durante las campañas, así hay más dinero y nos llega a todos”.

 

O referir que “los seguidores de López Obrador pueden ser como un serial killer” (haciendo un paréntesis, llevo cerca de seis años estudiando ese fenómeno, mi tesis de licenciatura se llamó Homicidas seriales: una visión sociopsicoanalítica) afirmación que me parece de una desproporción intelectual monumental.

 

De esa magnitud es el tamaño de la opinocracia, personas que creen que por el simple hecho de decir-escribir, así son las cosas. Viven el la burbuja del mundo que creen descubrir y la limitación de un intelecto y una cultura pobre.

 

Pero se erigen, o pretenden hacerlo, como los grandes opinadores y críticos.

 

La opinocracia ha construido un imperio de la opinión en detrimento de la discusión y el razonamiento en el debate. Opinar por opinar es su destino, gente que posicionará tópicos especializados sin tener la menor idea de ellos, escribir por escribir, hablar por hablar.

 

Escribir y decir idioteces será su más sólido argumento.

 

Enrique Zúñiga    @Zuva16