Lo primero que hay que entender es que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), no surgió como una causa política, surgió como una consecuencia de uno de los sucesos históricos más controversiales y corrompibles de toda la Historia de la Humanidad, al que en México se le llamó noblemente: Revolución Mexicana; fue un suceso en el que un mexicano que pudo haber aparecido en las calles de diversas ciudades de la República Mexicana, merecedor en su momento de reconocimiento político por el mismo Don Benito Juárez,  prefirió corromperse, participar en el asesinato del Presidente Francisco I. Madero el 22 de Febrero de 1913 y aparecer acuñado un deseo de muerte (muera Huerta) en una moneda de un peso de 1914, cuando casualmente inicia la Primera Guerra Mundial, afortunadamente, el Destino dejó que apareciera Don Venustiano Carranza y enderezara ese camino.

Por eso tenía que aparecer el PRI, más que como una ideología, como un idealismo, con el PRI surgió uno de los políticos más visionarios del siglo XX, el General Lázaro Cárdenas, quien aprovechó la debilidad política de Neville Chamberlain de Inglaterra, quien ya había firmado un pacto con Hitler en Munich, y el surgimiento controversial del bebedor y fumador de puros cubanos Winston Churchill, para en ese justo momento declarar la Expropiación Petrolera y el surgimiento de PEMEX.

Con el PRI el General Manuel Avila Camacho devaluó el dólar para que los Estados Unidos de América pudieran comprar todo el acero mexicano para fabricar las armas con las que ganaron la Segunda Guerra Mundial, y después, liderar la Guerra de Vietnam.

El PRI más adelante decidió que los Presidentes ya no fueran militares, desde Don Miguel Alemán hasta Don Enrique Peña Nieto, y con el PRI se realizaron las Olimpiadas en México en 1968 y 2 mundiales de Futbol muy seguidos, en 1970 y en 1986.

Un Presidente del PRI fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1976, a quien tuve oportunidad de saludar hace como 9 años y al estrecharle ambas manos decirle: Don Luis, su frase “Arriba y adelante”, que admiraba mi padre, me parece mucho más significativa que “Sangre, sudor y lágrimas” de Churchill.

Cuando yo era adolescente con el PRI la seguridad nacional era sumamente envidiable, yo a los 12 años caminaba solo en el Centro Histórico de la Ciudad de México en el sexenio de Don José López Portillo y la dirigencia de la Policía del General Arturo Durazo, me gustaba mucho ir a la calle de Corregidora junto al Palacio Nacional a comprar herramientas.

Nadie como Don Miguel de la Madrid Hurtado hubiera enfrentado el temblor del 19 de Septiembre de 1985 donde Tlatelolco sufrió por segunda vez.

Don Carlos Salinas de Gortari ideó el Tratado de Libre Comercio mucho mejor que lo hubiera hecho el mismo Ronald Reagan, aunque en la práctica no haya sido así.

Y todos lo sabemos, después de eso, el PRI comenzó, lamentablemente, a decaer..

Pero todo lo que describo de esa época dorada de México y del PRI (1938-1994) hay que reconocerlo, aunque, desafortunadamente, es una tendencia humana universal olvidar lo bueno, por eso hay un refrán popular al respecto muy significativo: “Nadie se acuerda de la mano que le dio de comer”.