En días recientes he escuchado frases como las siguientes: “Yo no tengo problema con los homosexuales, por mí que hagan con su vida un papalote, sólo exijo respeto y que no se den muestras cariño en público”, “estoy de acuerdo con que se casen entre ellos, pero en lo que no estoy de acuerdo es en que adopten, los niños deben crecer con una mamá y un papá, porque además le pueden pegar lo gay a los niños”, “los homosexuales, además de ser escandalosos y exhibicionistas, son un degeneración del ser humano”, “yo nos soy homofóbico, pero Dios no creó homosexuales y Dios no se equivoca”, y sobre la matanza de Orlando un funcionario público de Jalisco manifestó “lástima que fueron 50 y no 100”.
Estos son comentarios reales que se han vertido en redes sociales por parte de hombres y mujeres que viven en el siglo XXI, que celebran el homicidio de personas que tienen preferencias distintas a las de ellos, e incluso hasta el Obispo de Culiacán hizo una serie de comentarios homofóbicos y hasta insinuó que el Presidente de la República era gay.
Los Gays no son ciudadanos de segunda y es verdaderamente preocupante que en pleno 2016 no entendamos que el mundo requiere más amor y empatía.
Es increíble que muchas personas pretendan satanizar a estas personas basadas en un libro de enseñanzas que tiene más de 2900 años de antigüedad, que por cierto también permite vender a una hija como esclava o apedrear a una mujer hasta la muerte, libro que por cierto no tiene ningún origen divino sino absolutamente humano.
El asesinar a 50 personas en Orlando y a 7 en Jalapa en nombre de Dios, Alá, Jesús, Yahvé o como sea que estas personas llaman al ente superior en el que creen, no tiene ninguna justificación. Los llamados a hacer cadenas de oración por Orlando son una hipocresía, porque esos mismos rezos son los que usan los psicópatas que matan en nombre de su religión. Dios no va a arreglar las cosas, los rezos no hacen la diferencia y es precisamente lo que tiene a la humanidad así, juzgándonos y matándonos los unos a los otros.
Cada Sacerdote, Pastor, Rabino o Imán que predican el odio y la intolerancia, cada grupo religioso que cuestiona los derechos humanos, son responsables de este tipo de masacres, y hay mucha gente absurda que sigue aplaudiendo este tipo de barbaridades, escudándose en pasajes bíblicos para seguir justificando estas muestras de odio.
Lo que sucedió en Orlando no tiene ningún tipo de justificación. El odio se ha usado en cientos veces en la historia de la humanidad y jamás ha solucionado nada. A mí me gustaría pensar que si existe Dios, no tiene ningún deseo que personas sean privadas de la vida por su causa, no obstante que muchas de las religiones que se profesan en el mundo son culpables de tanto odio.
Vivimos en un mundo tan polarizado que es considerado políticamente incorrecto y hasta ofensivo sugerir que los textos de cualquier religión tienen algo que ver con persecuciones y discriminaciones no sólo en contra de quienes son diferentes a nosotros, sino hasta en contra de las mujeres.
No cabe duda que hay gente maravillosa que profesa las distintas religiones, pero eso no hace que sus textos religiosos sean correctos, pero es aterrador que existan personas que defiendan estos actos y hasta se alegren por las desgracias de los demás.
Es muy triste que en México sea la propia Iglesia Católica quien insiste en esparcir el odio y haya criticado y señalado con dedo flamígero al Presidente de la República por proponer que se legalice el matrimonio igualitario, pero que no hayan condenado este crimen de odio. Incluso el ex candidato a la presidencia, Francisco Labastida, señaló que el PRI había perdido las elecciones porque el Presidente la República había enviado la citada propuesta, ¿no se ha dado cuenta que perdieron las elecciones por la corrupción y el hartazgo social y que nada tiene que ver con las iniciativas presentadas? A los políticos les interesa más ganar votos que respetar los derechos de las personas.
Este mundo necesita más comprensión, empatía y humanidad, promoviendo el respeto a los demás sin importar su estilo de vida; los líderes religiosos son en gran parte responsables de los discursos de odio que durante siglos han provocado guerras por simples desacuerdos ideológicos. Me parece que si una religión pide que odiemos a otras personas, creo que lo más sano es cambiar de religión.
Permítanme contar la historia de la Cruzada de los Niños que más que una historia es una fábula derivada de mal entender una sola palabra.
En 1212, tan sólo ocho años después de que los caballeros de la Cuarta Cruzada saquearan Constantinopla, un grupo de treinta mil niños atravesó media Europa camino de Jerusalén. Su misión, “encomendada por Jesucristo” a través de una aparición, era reconquistar la Ciudad Santa, bajo control musulmán. El episodio, que pasó a la historia como la Cruzada de los Niños, fue recogido por medio centenar de cronistas de la época, entre los que se encuentran fuentes tan fiables y reputadas como el teólogo Roger Bacon, el dominico Vincent de Beauvais, autor de la obra Speculum Majus, o el también teólogo Tomás de Cantimpré. Sin embargo dicho episodio jamás tuvo lugar o por lo menos no de la forma en que fue contado.
En ocasiones, una interpretación errónea de las fuentes puede dar lugar a aceptar como ciertos hechos que jamás ocurrieron, o que sucedieron de una forma muy diferente de lo que creemos. Y el caso de la Cruzada de los Niños es un buen ejemplo de ello. Los hechos (fuera como fuese que sucedieron) tuvieron lugar a principios del siglo XIII en Europa. El espíritu de las cruzadas (bien alimentado por la Iglesia) lo inundaba todo. O, al menos, todo lo que las guerras territoriales no conseguían destruir.
En la península ibérica los reinos cristianos se encontraban bastante ocupados con los almohades de Al-Andalus. De hecho mientras en Francia y Alemania tenía lugar el episodio que hoy nos ocupa, los reyes de Castilla, Navarra y Aragón se enfrentaban al califa an-Nasir, Miramamolín como los españoles le llamaban, en las Navas de Tolosa.
El rey de Francia, Felipe II, más conocido como Felipe Augusto, se había volcado en la guerra contra Juan sin Tierra (Juan I de Inglaterra) y en conquistar y mantener los territorios que los Plantagenet poseían en Francia, y el Sacro Imperio Romano Germánico se hallaba inmerso en las luchas sucesorias por el título de Rey de Romanos entre Otón IV y Federico Hohenstaufen, futuro Federico II. Luchas a las que, por cierto, Felipe Augusto tampoco era ajeno. Europa no estaba para muchas alegrías.
Y no se puede decir que el papa Inocencio III mediara para conseguir la paz en el continente. Pocos años antes había proclamado la Cuarta Cruzada, que muy a su pesar había derivado en la conquista y saqueo de Constantinopla (ciudad cristiana aún, capital del Imperio bizantino), con la intención de recuperar Jerusalén, que había quedado bajo control musulmán tras el acuerdo firmado entre Ricardo Corazón de León y Saladino al final de la Tercera Cruzada. Además había ordenado quemar vivos a miles de europeos herejes en la cruzada albigense, provocando el terror entre la población cátara del sur de Francia, asunto que terminó en 1213 con la toma de Béziers y con el legado papal pronunciando la famosa frase: “Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”.
Por si estas credenciales no eran suficientes, Inocencio III provocó las guerras sucesorias en el Sacro Imperio Romano Germánico con sus pretensiones de crear en Europa un gobierno teocrático a la cabeza del cual estaría, por supuesto, él mismo.
Así estaba Europa cuando comienza esta historia, en 1212, en la pequeña aldea francesa de Cloyes-sur-le-Loir. Cloyes es una bonita población a orillas del río Loira que a día de hoy cuenta con menos de tres mil habitantes. Así que imagina cómo era aquello a principios del siglo XIII.
El protagonista es un pequeño pastor de doce años, Étienne (el equivalente francés de Esteban). En el mes de junio el pequeño Esteban tiene una visión: Jesucristo le insta a escribir una carta al rey de Francia pidiéndole que dirija una nueva cruzada para la liberación de Tierra Santa.
Felipe Augusto, que ya había participado personalmente en la Tercera Cruzada dos décadas antes junto a Ricardo Corazón de León sin conseguir nada, y enzarzado como estaba en su guerra con los Plantagenet, ignoró por completo la carta del pequeño Esteban. De hecho lo sorprendente es que el pastor consiguiera hacérsela llegar.
La cuestión es que tras la negativa del rey a Esteban se le vuelve a “aparecer” Jesús, pero esta vez con un mensaje distinto: será él el encargado de liderar una cruzada formada por niños para liberar la Ciudad Santa. El poder divino abrirá las aguas del Mediterráneo para que puedan cruzarlo, como ya ocurrió con Moisés, y Jerusalén caerá bajo el poder de la pureza de sus almas y de su bondad.
Pocas semanas antes de que a Esteban le fuera dado su mensaje otro pequeño pastor, Nicolás, esta vez de la región de Renania en Alemania, recibe un encargo similar y comienza a predicarlo por toda la región, para finalmente converger en la ciudad de Colonia junto con miles niños que escucharon su mensaje.
Y emprendieron camino a través de los Alpes, rumbo a Italia. Un camino difícil, como nos podemos imaginar, aún en verano. Muchos murieron y otros muchos dieron la vuelta de regreso a sus casas. Que la vida de un pastor o un campesino era muy difícil a principios del siglo XIII, pero de morir siempre estamos a tiempo, debieron pensar. El caso es que unos siete mil llegaron a Génova a finales de agosto. Se dirigieron a la costa y esperaron que las aguas se abrieran para cruzar hacia su destino.
Mientras tanto, Esteban había conseguido reunir unos treinta mil niños y pusieron rumbo al sur, a la costa mediterránea. En su camino iban viviendo de la caridad de los pueblos que atravesaban, pero eran demasiadas bocas que alimentar: muchos murieron de hambre y, al igual que los niños alemanes, otros muchos regresaron a casa.
Menos de dos mil llegaron finalmente a la costa, donde comenzaron a rezar de sol a sol en espera de que se abrieran las aguas. Pero el milagro no llegaba. Tras varios días rezando, unos comerciantes les ofrecieron sus barcos para trasladarse a Jerusalén. Esteban y sus seguidores, agradecidos, creyeron ver en el gesto el milagro prometido y embarcaron confiados. Sin embargo los barcos pusieron rumbo a Alejandría, donde los niños fueron vendidos como esclavos. Años después uno de estos niños, ya adulto, conseguiría volver a Francia y contar su historia.
A Nicolás y los suyos tampoco les fue demasiado bien. Las autoridades genovesas se apiadaron de ellos y ofrecieron la ciudadanía a aquellos que quisieran establecerse allí. Y muchos lo hicieron, pero Nicolás y sus seguidores más fieles no quisieron darse por vencidos y continuaron camino hasta los Estados Pontificios, donde les recibió Inocencio III, exhortándoles a regresar junto a sus familias. No sobrevivieron a un segundo viaje a través de los Alpes. Pero todo esto NO ES MAS QUE UN CUENTO.
¿Qué pasó en realidad? Es extraño cómo una sola palabra puede cambiarlo todo. Pueri, en este caso. A principios del siglo XIII Europa se llenó de vagabundos. No sólo a causa de las guerras, que eran constantes y generalizadas como hemos visto al principio, sino también (y sobre todo) debido a los cambios económicos. La población rural había aumentado mucho y, sin embargo, las mejoras en la agricultura desde finales del siglo XII (el arado de vertedera, la rotación de los cultivos y el uso de molinos de agua y viento, estos últimos traídos a Europa por los cruzados) hacía innecesaria tanta mano de obra.
Esto dio lugar a que muchos campesinos, familias enteras empobrecidas, sobre todo en Francia y Alemania, tuvieran que vender sus tierras y pusieran rumbo a las ciudades, vagando en grupos y viviendo de la caridad. Pronto se empezó a conocer a estos grupos de vagabundos como pueri (del latín, niños) de forma condescendiente. Así, estos pueri (entre los que había niños, pero también adultos), vagaban de ciudad en ciudad, rezando plegarias.
Años después, incluso en el mismo siglo, los cronistas que leyeron estos relatos no supieron dar la interpretación correcta al término, cuyo sentido figurado ya se había perdido. Comenzó así una leyenda que incluso se ha introducido en el folklore: seguro que leyendo esta historia te ha venido a la mente cierto cuento protagonizado por un flautista en Hamelin. Y todo por una palabra tomada en sentido literal.