¿Quién despidió a Lord Sewel en Inglaterra, a Miguel El Piojo Herrera en México o a Justine Sacco en Estados Unidos?: Fuenteovejuna, señor.

Una de las obras clásicas y más célebres del Siglo de Oro Español, Fuenteovejuna de Lope de Vega, publicada en 1618, sugiere a un protagonista colectivo: los habitantes del pueblo de Fuente Ovejuna, como asesinos del Comendador mayor de Calatrava: Hernán Pérez de Guzmán, por agravios acumulados, opresión y abuso del poder. Los habitantes tomaron como apellido común el nombre del pueblo, Fuente Ovejuna y se declararon culpables e inocentes. Era poco probable que las autoridades encarcelaran a todos los habitantes, por lo que tuvieron que declarar inocente a Fuenteovejuna.

Y viene al caso la obra de Lope de Vega, porque en la segunda década del siglo XXI, las redes sociales se han convertido en el Fuenteovejuna contemporáneo.

La ventaneada que le dio una revista a Lord Sewell en Inglaterra, publicando una foto en que el noble caballero snifeaba cocaína del pecho de dos prostitutas; el puñetazo que EL Piojo Herrera propinara a un comentarista deportivo de TV Azteca, y el tuit que la periodista Justine Sacco publicó antes de viajar a Sudáfrica, en el que escribió que esperaba no contagiarse de Sida, se viralizaron en minutos en el mundo entero y la turba virtual enardecida provocó que los despidieran del puesto que desempeñaban.

¿Quién los despidió?: Fuenteovejuna, Señor; el inconsciente colectivo, los millones de lectores que los juzgaron y condenaron en las nuevas cámaras de tortura: Facebook y Twitter.

Como cuando en ciertos barrios de la ciudad de México, los habitantes han decidido tomar justicia con sus propias manos ante la ineficiencia y corrupción de las autoridades y linchado a ladrones y violadores.

Si sumáramos los insultos que recibieron los tres, podríamos editar un libro de calificativos sicalípticos: A la norteamericana no la bajaron de maldita perra y la amenazaron de muerte; a El Piojo lo tildaron de salvaje y bárbaro y, al Lord Sewell, lo declararon una vergüenza para la Cámara de los lores y de toda la nobleza británica.

Y es que no es lo mismo contar un chisme de alguien en una reunión, que publicarlo en alguna de las redes sociales. Aunque haya sido un impulso, lo escrito se queda, permanece, se presta a miles de interpretaciones, se retuitea, se comparte. Más vale aprender a medir lo que se publica, porque no hay arrepentimiento que valga. Los tres despedidos han ofrecido disculpas públicas, han mostrado arrepentimiento, pero de nada les ha valido.

La memoria colectiva se ha vuelto un libro impreso en las redes sociales, un juez implacable. Por eso más vale contar hasta diez antes de publicar, declarar o hacer algo. Darle oportunidad a la inteligencia racional para que alcance a las emociones antes de que se desborden, o pagar las consecuencias.

Y esto no lo dice Fuenteovejuna? ¡lo digo yo!