“Hugo López-Gatell advierte que el desplazamiento de más de 7 millones de personas —por las peregrinaciones para adorar a la Virgen de Guadalupe— podría producir una explosión de contagios de coronavirus”.

Primera reflexión sensata que hace el rockstar de la epidemiología.

Muy bien, si las peregrinaciones católicas son tan peligrosas —podrían representar una aceleración importante de la pandemia en México—, ¿por qué no prohibirlas, querido presidente López Obrador?

El argumento de que la libertad es sagrada y el pueblo mexicano suficientemente sabio como para no meter la pata de esa manera, nomás no se sostiene.

Una de las obligaciones del gobierno, aceptada por todos, es la de impedir conductas no necesariamente ilegales, pero sí tontas y absurdas, sobre todo si significan el crecimiento de una catástrofe sanitaria ya en sí misma brutal.

La Guardia Nacional podría establecer un cerco, en todo el país, alrededor de las iglesias de la Virgen de Guadalupe, de tal modo de que nadie llegue a tales instalaciones religiosas.

Es decir, quien se quiera contagiar, que se contagie, pero no por un motivo absolutamente irracional como reunirse en espacios tan pequeños como las plazas de los templos guadalupanos.

Sería una correcta medida de gobierno y, también, de educación cívica; una manera de hacerle entender a la gente que los milagros de la Virgen solo existen en la Rosa de Guadalupe, nunca en la vida real, en la que solo le va bien a quienes no hacen tonterías e inclusive a quienes la fuerza pública impide realizarlas.