Cuando leí la pequeña novela “¿Quién se ha llevado mi BlackBerry?” de Lucy Kellaway, columnista del Financial Times, no imaginé que semejante obra literaria inspiraría al señor Joaquín Vargas para diseñar su estrategia de lucha contra el gobierno de Felipe de Calderón.

Vargas contra Calderón. No, no se trata de un combate entre liliputienses programado por una cruel organización dedicada a la explotación de enanos. ¿Enanos? Es que, sin duda, los dos se han visto pequeños.

Y en medio de ellos, Carmen Aristegui como paradigma del buen periodismo.

Carajo, este es otro Joaquín Vargas. Cuánto empequeñeció el accionista de referencia de MVS. Claro está, el que sigue siendo el mismo es Felipe Calderón.

Antes del actual escándalo, al señor Vargas lo consideraba un honesto, valiente y atrevido empresario de medios de comunicación. Ahora me queda claro que es un comerciante como cualquiera.

Entiendo los miedos del señor Vargas. Vio derrumbarse un negocio multimillonario que dependía de una concesión del gobierno, la relacionada con la famosa banda 2.5 Ghz, le hicieron creer que la culpa era de un comentario de Carmen Aristegui sobre el supuesto alcoholismo de Calderón, y desesperado por las posibilidades reales de fuertes pérdidas económicas, decidió exigirle a la periodista que se disculpara.

Comentó el asunto en Los Pinos y una funcionaria, Alejandra Sota, redactó un texto francamente humillante para que Aristegui lo leyera. Carmen, que había aceptado disculparse con dignidad, según lo expresó el propio Vargas, no estuvo dispuesta a quedar en ridículo y se negó a leer la carta elaborada en la casa presidencial.

Así, Joaquín Vargas, siguiendo el consejo de sus temores, no el de sus principios, despidió a la comunicadora. Y, acto seguido, buscó continuar con sus negociaciones por la banda 2.5 Ghz. ¿Buscaba cobrar la convenido después del sacrificio de la perodista? Eso parece.

Como el despido de Aristegui había provocado fuertes reacciones de enojo en las redes sociales, el gobierno federal consideró que no podía seguir en tratos con Vargas si este no arreglaba el problema. Gobierno cínico.

Fue, entonces, cuando el señor Vargas entendió que Aristegui no era el problema, que había algo más fuerte que impedía que el gobierno facilitara sus trámites para operar la concesión de la banda 2.5, tal vez la influencia de Televisa.

Vargas, por tal motivo, decidió recontratar a Aristegui, lo que llevó a un subordinado de Calderón, el señor Javier Lozano, entonces secretario del Trabajo, a decirle al directivo de MVS que si volvía a darle trabajo a Aristegui se lo iba a llevar la chingada.

Hoy que Vargas entendió que ya se lo llevó la chingada, por usar las  palabras de Lozano, ha dado a conocer chats de BlackBerry para dañar al gobierno de Felipe Calderón como autoritario.

En eso ha sido exitoso Joaquín Vargas: ha exhibido a Felipe Calderón como alguien capaz de cualquier bajeza. Pero Vargas, al mismo tiempo, se exhibió a sí mismo. Es que, por compresibles que sean los miedos de perder un gran negocio, no puede aceptarse lo que el empresario hizo: negociar con el gobierno usando como moneda de cambio a una gran periodista.

En esta historia, por fortuna, la única que ha ganado es Carmen Aristegui.