El avión presidencial del que gozó Enrique Peña Nieto ha sido una de las locuras más delirantes de un presidente mexicano (218 mdd). Un monumento alado a la desvergüenza del poder cuya simple decoración interior costó la exorbitante suma de 81 mdd. No le busquemos tres pies al gato. Tanto lujo, tanta suntuosidad, no la ostenta ni un jeque árabe.

La mayoría de los lectores, y quien esto escribe, igual que AMLO, tampoco se hubieran subido a esa nave. Daba pena ajena. Era vivir (o volar) en una fantasía. El país, con el gobierno de Tercer Mundo que padecemos, no da para eso. Es una bofetada a las clases bajas.

AMLO ha cometido muchos desaguisados, pero intentar vender el avión presidencial no es uno de ellos. Hizo bien. Aunque con la intención no basta. El avión que no lo tiene ni Obama, estaba tan adaptado y tan reconstruido (parches aquí y parches allá), que nunca se iba a vender. Imposible. Casi como ofertar un palacio de oro en una zona popular. Se sale de mercado. Esto lo sabe cualquier vendedor de bienes raíces y bienes aéreos.

Así que la idea de AMLO de rifar el avión no es tan descabellada. Es una propuesta empresarialmente viable. Solo así se podría recuperar la inversión. Además, el presidente incluye en la oferta un año de mantenimiento y pilotos disponibles. Finalmente, después de que el ganador de la dichosa rifa se la pase como padrote un año completo, ya lo podrá rematar. Tiradores para comprarlo a remate van a sobrar.

Con la rifa, el Estado recupera el recuso ya dado por perdido y hasta gana en la doble operación: los ingresos por los 6 millones de boletos y luego el remate de la nave.

Yo como empresario haría lo mismo que AMLO, pero de plano le tienen mala voluntad. Y poca fe. A veces, con razón.