Llueven en Nuevo León y otros estados las marchas de protesta y las manifestaciones masivas de pequeños comerciantes. Y esto ya es una tormenta de gente al punto del encabronamiento.

Tienen razón. México registra 12 millones de empleados que ya no están trabajando desde abril. Sin percepción de sueldo y sin certeza de volver a sus centros laborales. A la deriva, pues. Lo dice el INEGI: más de dos millones de ellos no volverán a sus trabajos porque ya cerraron definitivamente. Y añada el lector los que se acumulen en junio y en el resto del año. Esto se volverá una masacre. Peor que una pandemia, es un pueblo muriéndose de hambre.

Pero no a todos les ha ido mal con la pandemia. A algunos burócrata están en Jauja. Son los agentes de la corrupción que nunca faltan. El coronavirus es el paraíso de los inspectores de gobierno. Piden moches para reabrir salas de belleza, tiendas de abarrotes, estéticas, fondas y talleres mecánicos.

Si no les dan 30 mil pesos en efectivo, vuelven a cerrar los negocios, por sus pistolas. Levantan padrón de sus víctimas para seguir extorsionándolas cuando ellos quieran. Los amenazan con clausurarles por mil y un motivos. Son como el crimen organizado, pero amparados en la Ley. La pasan mejor los negocios del comercio informal. ¡Qué ironías!

Contra estos inspectores y los abusos que cometen, se arman las marchas y las protestas recientes. Si en Estados Unidos la gente se alebrestó porque un policía mató a un ciudadano poniéndole la rodilla en el cuello, en México la gente repudia que los inspectores les pongan la rodilla en el cuello. Así asfixian a las pequeñas empresas, a los comercios de barriada; los quieren dejar morados por la falta de oxígeno

No falta mucho para que las sastres, los panaderos, los tenderos, los mecánicos, tomen medidas radicales. Abrirán sus negocios (los que no lo han hecho ya a la brava) respetando las medidas de salud, con cubrebocas y antibacterial, pero denunciando a los inspectores que quieren hacer su agosto con el coronavirus.