De entre las obras y piezas que Beatriz Gutiérrez Müller fue a solicitar a Europa en nombre de su esposo, el presidente mexicano, a fin de ser expuestas durante la triple extraordinaria celebración que tendrá lugar en 2021 -200 años de Independencia, 500 de la caída de México-Tenochtitlan, 700 años de la fundación de esta-, destacan el Penacho de Moctezuma (del que hablamos en entrega anterior) y el Códice Florentino. Se le llama “Florentino” porque se encuentra en la ciudad de Florencia, Italia; en su biblioteca Medicea Laurenziana, donde habría llegado entre 1580 y 1587, como parte de un obsequio de Felipe II a Francisco I de Medici. 

Cuando hoy se busca información sobre el tema en google, al escribir “Códice Florentino”, por ejemplo, Wikipedia dirige a Historia general de las cosas de Nueva España, obra de Bernardino de Sahagún con estudios de Ángel María Garibay publicada por Porrúa por vez primera en 1956; (y que debiera de ser una suerte de biblia del México antiguo, ha señalado Miguel León Portilla). ¿Se trata de la misma obra? Sí y no, como diría Octavio Paz. Porque si bien son “obras paralelas en función y armonía mutua”, como señala Garibay en el estudio introductorio a la Historia general…, se trata, por una parte, del legado de Sahagún en 12 libros publicados como formato final después de un largo periplo del tiempo. Por otra, del trabajo y creatividad de los estudiantes de latín asistentes de Bernardino que transcribirían al náhuatl, en grafía latina, los testimonios de los conocidos como “informantes de Sahagún”; Antonio Valeriano, Alonso Vegerano, Martín Jacobita, Pedro de San Buena Ventura, entre otros (consignados por Garibay en 1956).

La obra monumental de Sahagún está ligada a su vida, su voluntad y espíritu tanto por conocer como por enseñar y crear. Llegó a México en 1529, a los 30 años, y ya en 1533-36 participaba en la fundación del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco e impartía clases de latín, elemento clave en su trabajo posterior. Quiso desde su llegada conocer la naturaleza de las gentes, las cosas, su pensamiento y sus creencias; así como su visión del proceso de “conquista”. Es así que emprende una investigación profusa que resultaría etnográfica y antropológica y se convierte en la base del concepto para su obra; esta lleva a considerar al autor como un precursor de la antropología (León Portilla, Bernardino de Sahagún, pionero de la antropología; UNAM/El Colegio Nacional, 1999).

El procedimiento de Bernardino de Sahagún era el siguiente: 1. Entrevista a los ancianos de distintos pueblos de México central; expresión de la gran tradición oral antigua. 2. Traslación de la información de los ancianos a imágenes o dibujos por parte de los tlahcuilos, un total de 2468, según registros del Códice Florentino. 3. Los estudiantes de Tlatelolco transcribían y aun enriquecían el trabajo de los tlahcuilos al náhuatl; naturalmente, en grafía latina. 4. Eventualmente, Fray Bernardino traduciría al castellano el material resultante.

De entre la abigarrada serie de fechas en el proceso de conformación tanto del trabajo original en náhuatl como de su traducción se puede consultar a Garibay (quien cita a la vez a Jiménez Moreno), León Portilla y recientemente a Manuel Aguilar Moreno. Se sabe de cierto que para 1569 ya estaba terminado y organizado todo el trabajo en náhuatl e iniciaría la lenta, ardua y sacrificada labor de Bernardino por traducirlo. Empresa obstaculizada por sus propios colegas que intrigaban en contra suya al grado de que durante varios años detuvo la obra (probablemente entre 1569 y 1575). La llegada de un antiguo protector de Bernardino, el padre Miguel Navarro, y Rodrigo de Sequera, comisario general de los franciscanos, llegado a México en 1575, sería venturoso para Sahagún, pues, impresionados, autorizaron y estimularon la reanudación del trabajo. 

Al poco tiempo (siguiendo a León Portilla y Aguilar Moreno), Felipe II mostraría interés por el trabajo que se hacía en México y solicitó al obispo de la Nueva España una copia alrededor de 1576-77. No obstante, las intrigas de los colegas de Bernardino continuaron al punto en que para evitar una supuesta propagación de costumbres y ritos demoniacos en vez de la cristianización, Felipe II mandó a requisar el trabajo de Sahagún: todo. En este lapso de tiempo Bernardino logró terminar al menos una versión completa: dibujos con textos en náhuatl y traducción libre al español, que junto con el material requisado –es decir, los registros tempranos de la investigación con los ancianos-, fueron enviados a España en 1580. 

¿Qué llegó a manos de Felipe II? 1. El trabajo original en náhuatl y dibujos respectivos; se trata de dos códices documentos como Códice Matritense y se encuentran en las bibliotecas de la Real Academia de la Historia y del Palacio Real, aunque incompletos (de los cuales Francisco del Paso y Troncoso realizó una versión facsimilar por encargo de Porfirio Díaz en 1905). 2. La versión completa de 12 libros hecha por Sahagún ya referida que, de acuerdo con Aguilar Moreno, sería obsequiada por Felipe II a Francisco I de Medici entre 1580 y 1587, año este en que aparece por vez primera en un registro; de inmediato el trabajo fue puesto en la Biblioteca Medicea Laurenziana de Florencia y es el conocido como Códice Florentino. 3. Se halló una copia de la copia, censurada o aligerada en el convento del pueblo de Tolosa, en Guipúzcoa, país Vasco. Este hecho es importante porque, al saberse de esta copia antes que de la florentina, las reproducciones que empezaron a darse a conocer se basaron en ella; es decir, en una copia censurada y/o modificada, el Códice Tolosa. Es la versión que ofreció en México en 1829 el historiador Carlos María Bustamante. 

Pero en México hemos tenido la fortuna de contar con el prodigioso trabajo de Ángel María Garibay (heredero del espíritu de Bernardino, podría decirse; junto a su labor como nahuatlato, es traductor y autor de estudios de los clásicos tragedistas griegos), quien aunque tomó como base a Bustamante (y por tanto a Tolosa) cotejó este trabajo con el de Florencia. Por tanto, la versión de Sahagún de ese prodigioso trabajo del siglo XVI (la biblia de los mexicanos, sugiere León Portilla, destacadísimo alumno de Garibay, por cierto) Historia general de las cosas de Nueva España, publicada por Porrúa en 1956, es la más apegada a la versión del Códice Florentino, la más completa y rica; “su obra más lograda, es decir en la que ordenó y puso en limpio el gran conjunto de los textos en náhuatl y la versión que, con base en ellos, preparó en castellano”, establece León Portilla.

No obstante, la obra de Fray Bernardino de Sahagún es en realidad un organismo vivo que se debe continuar estudiando y explorando porque lo que hoy existe aún es incompleto. Tanto por lo que respecta a los datos precisos de la obra y el autor (autores, si se considera a los estudiantes de Tlatelolco), como a los productos artísticos y culturales derivados de ella.

En suma, ¿qué tenemos?: 1. El Códice Florentino; el trabajo más completo que exista bajo la mano y la guía de su autor, pues se trata de: a) los dibujos de los tlahcuilos, b) el texto náhuatl original de los estudiantes de Tlatelolco, c) la traducción libre de Sahagún. 2. El Códice Matritense; es decir, el material de trabajo original recogido durante lustros por Sahagún. 3. El Códice Tolosa; copia de la copia. 4. La Historia general de las cosas de Nueva España; producto decantado del tiempo que aún requiere trabajo no obstante la versión de 1956 de Garibay. 

Y de acuerdo a los expertos, ¿qué nos falta con urgencia?: La traducción íntegra y literal del texto náhuatl del Códice Florentino al español; ¡a estas alturas no existe! Esto no se ha hecho; sólo los alemanes y los gringos lo han intentado, claro, en sus respectivos idiomas. Empezar los trabajos para realizarlo bien podría ser la mejor contribución del gobierno del presidente López Obrador, muy interesado en ese pasado cultural y su celebración.

A continuación, mi videocolumna sobre el tema: