La noche transcurría de lo más ligera en la casa de Javier, eso sí ya con unos cuantas bebidas espirituosas mareando nuestra sangre, jugábamos shot de tequila o confesión, todo iba bien hasta que los dados hicieron perder a Maricela, ella, sin dudarlo pide hacer confesión en lugar de tomar el shot de tequila. Vanesa con la imprudencia que le caracteriza le grita casi en la cara, - a mí no me haces pendeja, tú eres lesbiana- la tranquilidad del momento se rompió por una ola de carcajadas que los ahí presentes tomaron como broma, pero no así Maricela que sin pensarlo mucho respondió: “así es, soy lesbiana y qué” nos reímos creyendo que era parte del momento de broma, sin embargo, la actitud seria de Maricela contrastó con nuestra algarabía, por lo que de pronto, todas nuestras miradas se fueron con ella.

- No, no es chiste, me gustan las mujeres. He vivido con ello, ocultándolo, como si fuera el peor de los pecados.  No me sorprenden las risas, es común, no es la primera vez que me siento como el payaso que brinca de su caja asustando por lo intempestivo de su salida, provocando risas nerviosas, que esconden la incomodidad. Incomodidad que no entiendo, porque quien debiera sentirse así soy yo, pero no, no es incomodidad porque me acepto como soy, sino impotencia por vivir como si sentir y querer de una manera “no convencional” fuera una enfermedad.

Pude haber platicado de mi miedo a los insectos, o inventar cualquier cosa, pero lo mejor es que sepan de una vez mi historia.

Esta es una sociedad que vive en la apariencia, donde los valores, las costumbres están por sobre todo, incluyendo las personas mismas, donde es mejor el silencio que la verdad. Desde niña te van moldeando para que seas toda una mujer, en tu cumpleaños el obsequio que no puede faltar son los trastecitos para que sepas tomar los cubiertos y cumplas con el papel de ser una dama, en navidad te obsequian pequeñas cocinas para que seas la mejor cocinera, no pueden faltar las clases de buenos modales, aún cuando tienes la oportunidad de asistir a la escuela la línea no se rompe, no hay variación.

Recibes lecciones de cómo hacer la mejor selección para elegir al más guapo de los novios, para llegado el momento escoger el más blanco de los vestidos, estar en el altar de la iglesia más hermosa, para celebrar la más sonada de las fiestas, en pocas palabras te crían para ser una mujer, que en todo momento pensará y actuará para estar bien con un hombre, con su hombre.

Más cuando rompes el molde, cuando el recipiente que te da la vida como cuerpo choca con los sentimientos que llevas dentro, vienen los conflictos, primero para ti. Porque te das cuenta que el cariño que sientes por tu amiga de la infancia, no es bien visto, los papás de ella la alejan de ti, como si fuera contagioso, te miran y te tratan con desprecio, creces creyendo que está mal lo que sientes, hasta tus propios padres te tratan con reservas, en mi caso tuve cierta suerte con los míos, quienes por supuesto que se sacaron de onda cuando les dije, pero la forma en que reaccionaron fue llevándome con el psicólogo, como si fuera un desorden de la mente lo que tuviera, pero no solo eso, imaginen la desesperación de ellos que hasta con un sacerdote amigo de ellos fui a parar.

Es tiempo que viven esperanzados en que me case de blanco en la iglesia, no entienden que mi pensamiento no es en masculino, sino en femenino.

Es eso parte de mi desconcierto, no les es suficiente con dictar cómo vestir, actuar, pensar, sino hasta como querer. A nosotras nos ven como si fuéramos el demonio que corrompe las instituciones, incluida la iglesia, la peste que provocará la desaparición de la especie humana. No exagero, si escucharán los comentarios de los que he sido objeto, se sorprenderían hasta donde llega la intolerancia.

Hoy que la palabra liberalismo ronda por todos lados ésta no ha llegado a las costumbres, a los valores, al contrario se han vuelto más duros, rígidos. Más llega un momento en que te debes definir y lanzar a ser tu misma, dejar en claro que tu condición de mujer no la pierdes por el hecho de ser lesbiana, que no eres solo un sexo, sino un pensamiento, que lucha y se entrega igual o más que otros. Esta lucha la debes de vivir a diario sin importar los balbuceos de la gente.

Al terminar su desahogo, su confesión, todos levantamos nuestros vasos y brindamos por la fuerza de Maricela, por su fuerza, por su valor, por ser ella.