Es miércoles que amenaza con ser tan ordinario como el puño de miércoles antes a este, son más allá de las ocho veinte de la mañana, es el área de salones de clase en el tercer piso de ese viejo edificio de la facultad de derecho. Estamos a la espera del profesor de derecho notarial, el semestre está a punto de concluir y nunca fue puntual.

Se alcanza a ver a lo lejos, vestido con traje color café, su aspecto es inconfundible, poco pelo, cercano a los cincuenta años, siempre utiliza traje, por lo regular en tonos secos, que le hacen ver demasiado formal, pero cuando le miras caminar y hablar, te das cuenta que no es tan propio como pretende aparentar, y anteojos de armazón grueso, más parece vendedor de seguros que notario.

Por fin, después de subir escaleras llega al aula, saluda al aire, acomoda su libreta, libro y lista de asistencia en el escritorio metálico, sonríe, pone su mirada en todos nosotros para con su peculiar voz de tono agudo preguntar cómo estamos, se escuchó un ¡bien! casi general, cuando digo casi, es que se escuchó una voz de mujer de decir, “con sus llegadas tardes, no tan bien”.

El profesor apretó la sonrisa, buscó a la chica del reclamo, ella en lugar de achicarse ante la mirada del docente siguió con la queja, “es que debería de llegar más temprano, ya casi se acaba el semestre, debemos estar preparados para el examen final”, visto así, la chica tenía razón, tantas llegadas tarde pueden ser motivo de atraso en el programa escolar, pero la realidad es que la pedagogía del profesor era lo bastante buena y creativa para que esos minutos en los que llegaba tarde pasaran desapercibidos, sin embargo la alumna seguía molesta por el retardo, molesta o con ganas de no tomar clase, porque ya parecía excesivo el reclamo, ya que en el colmo de la exageración le pidió una explicación del por qué siempre llegaba tarde, pero el maestro en lugar de molestarse sonrió, pero no fue una sonrisa burlona, más bien fue cálida, toda la clase estaba expectante, esperando alguna reacción proporcional al reto de la alumna, pero no, el profesor no perdió en ningún momento la sonrisa, puso su mirada en cada uno de nosotros, tomó aire y nos dijo,

-  Me parece que más que darles una disculpa, se merecen una explicación del porqué llego tarde todos los miércoles, igual podría omitir el comentario de la compañera y decirles que aquí se adaptan o se adaptan, sin embargo no tengo problema es contarles el motivo ya que al parecer hay curiosidad de ello. Es una historia larga, pero como ya que andan de curiosos se aguantan, así que les cuento.

Hace cosa de poco más de treinta años, (la clase en coro gritó ¡huuuu! en tono de, ya llovió desde entonces, el profesor solo sonrió a esa expresión) mis padres compraron una pequeña casa en una colonia bastante modesta, bueno, la palabra que tal vez busco se aproxima más humilde, esa es la realidad, mi padre fue un zapatero, encargado de un taller bastante conocido de la ciudad por aquellos tiempos, mi madre, ama de casa, la familia la completábamos dos hermanos y yo.

Mis padres eran estrictos en verdad, empeñados en que nos aplicáramos en la escuela, nos tenían marcación personal en ese tema, “es la única forma de salir de jodidos” era la frase favorita de mi papá cuando nos daba por quejarnos, que por cierto era muy pero muy pocas veces, porque si llegábamos a ese nivel, la reacción inmediata era castigarnos.

Para esas fechas ya no era un niño, sino todo un adolescente, lleno de sueños, pero sobre todo lleno de ganas de conocer muchachas guapas, lo cual no tardó mucho en suceder; una tarde, regresando de la escuela, ahí iba, caminando, pensando qué saldría de la cruza de un cangrejo y un canguro, cuando una figura interrumpió mi elevada disertación, bajita de estatura, piel morena, ojos intensos, y con cara de me voy a casar contigo, jajaja, la miré, en verdad hermosa, con el extra que el uniforme de enfermera con el que vestía la hacía ver más que atractiva.

Al pasar a un lado de ella mi pulso se aceleró, mucho, apenas la podía ver, algo me decía que le dijera algo inteligente, lindo, pero lo único que se me ocurrió fue un desafortunado, “mira enfermera que estoy malito, y tus besos son mi alivio”, la chica volteó con mirada de desprecio, para sepultar mis ímpetus de conquistador con una lapidaria expresión, “eres un imbécil”.

Debo decirles que esa hermosa enfermera vivía a una calle de mi casa, por lo que después de mi desafortunada presentación hice todo lo imaginable e inimaginable para que aceptara mis disculpas, ya encaminado, logré que esa mujer de figura pequeña y de espíritu indomable, de nombre Fernanda fuera mi novia. Eso fue un miércoles 21 de abril.

Pero la felicidad nunca es completa, algunos meses después, un maldito cáncer acabó con mi mamá, fue el primer gran dolor en mi vida, nunca podré entender por qué tienen que morir las mejores personas que tiene este mundo. La carga se hizo pesada, mis hermanos necesitaban mucha atención, eran demasiado pequeños, mi padre… mi padre cayó en una severa depresión.

Un día por la mañana, salí corriendo a la escuela, las preocupaciones ahogaban mis pensamientos, eran demasiadas presiones, en ese momento pensé en dejar la escuela, iba tan ensimismado que no me di cuenta que Fernanda me esperaba, me miró con preocupación, veía mi ropa, toda arrugada, mi pelo desalineado, me preguntó que qué pasaba, le respondí que las cosas estaban mal en casa, que no me sentía con ánimo de nada, que quería desaparecer del planeta… ojalá no lo hubiera dicho, porque aquel pequeño cuerpo se transformó en una caja de dinamita en plena explosión, “tú no vas a la escuela así, vamos a planchar esa ropa, y de desaparecer de este planeta, ni lo pienses, no te librarás de mí así de fácil, así que o te pones las pilas o te pones las pilas, porque a este mundo no se viene a causar lástimas”. Regresé a casa, y planchó mi camisa. Nunca más volví a salir con la ropa arrugada.

Fernanda tenía muchos detalles conmigo, con mis hermanos, con mi padre, no se cansaba de ser generosa, con ella las cosas eran mucho más sencillas. Pero no siempre la voluntad de las personas alcanza para cambiar el panorama de otras. Así pasó con mi padre, nunca pudo soportar la muerte de mi mamá, ni la gran responsabilidad de criar a tres hijos, y un buen día cuando todo parecía encaminarse para bien, se fue, sin decir nada, ni una nota, nada, desapareció para dejar solo su recuerdo, lo buscamos por hospitales, con familiares, en la morgue, nada, es como si la tierra se lo hubiera tragado. La cosa se puso complicada.

Ante la adversidad y la necesidad de sacar adelante a mis hermanos pensé en dejar la escuela, aunque ya faltaba poco para terminar la carrera, pero otra vez el espíritu de Fernanda, me hizo replantear las cosas, “yo te ayudaré a mantener a tus hermanos, tú te buscarás un empleo de medio tiempo para que puedas seguir estudiando y serás abogado, ¿de acuerdo?, no uno cualquiera, quiero que seas notario, pero eso sí, antes que cualquier otra cosa nos tenemos que casar, no quiero que aplique el dicho de novia de estudiante nunca será esposa del profesionista”

Así que nos casamos al civil un miércoles quince de mayo.

En ella siempre encontré el valor y el empuje que a mí me faltaban, la determinación cuando tenía mis momentos de vacilación, ella siempre tenía certezas, la certeza de que saldríamos adelante, la certeza de que sería un excelente profesionista, la certeza de que mis hermanos serían profesionistas, la certeza de que la felicidad estaría con nosotros siempre, aunque a veces jugara a las escondidas, terminaríamos encontrándola. Y así fue.

Al terminar la carrera un profesor me invitó a trabajar a su notaría, ese sueldo fue una gran ayuda, Fernanda me animaba en todo momento a que estudiara, que me preparara, que no se sabía cuándo llegaría la oportunidad, siempre fue así, un pivote para mis decisiones, mi certeza ante la duda, se convirtió en algo más que mi esposa, se convirtió en mi cómplice, en mi confidente, en mi amiga, en mi todo. Sin ella, sin su inteligencia y empuje nunca hubiera sacada adelante a mis hermanos, sin ella no hubiera tenido el valor de ser notario, de ser profesor en esta facultad.

En más de veinte años de matrimonio suceden muchas cosas, pero puedo decirles que en mi caso la mayoría fueron geniales, que no podía estar más agradecido con la vida, que me sentía pleno y satisfecho con lo que había logrado, pero la vida tiene sus propios caprichos.

Una tarde estando en la oficina, ya siendo notario, recibí una llamada de emergencia, Fernanda había sido arrollada por un camión. De inmediato fui al hospital donde se encontraba, las señales no eran esperanzadoras, la cosa pintaba de mal para arriba, los médicos no tardaron en darme el diagnóstico, mi esposa había salvado su vida, pero tenía la espalda destrozada, no podría volver a caminar, además que los demás partes del cuerpo tendría demasiado limitado los movimientos corporales.

Al dejar el hospital la actitud de Fernanda eres de tristeza, apenas y comía, lo cual era entendible, las terapias poco le ayudaban, tan abajo estaba su estado de ánimo que me dijo un día, “quiero que me dejes, no quiero que estés atado a mí por este accidente, a lo único que quiero estar atada es a mi cama, no quiero causar penas o lástimas, no quiero que me veas más”

Al escuchar sus palabras las entendía, entendía su dolor, su frustración, cómo podía ser posible que aquel espíritu indomable estuviera encadenado a su cama, pero no había más que hacer, solo hacerle ver algo, que la amaba sin miramientos.

Mira Fernanda, le dije, nunca nadie en este mundo me ha cuidado tanto como lo has hecho, ni nunca nadie me ha hecho sentir que valgo como tú. Nadie en este mundo se ha desvelado sin fin de ocasiones para que nunca me falte qué comer o qué vestir, nadie ha hecho una milésima de lo que has hecho tú por mí. Pero sobre todo nunca nadie me ha entregado su amor sin miramientos ni condiciones como tú, así que si piensas que me iré de tu vida solo para que dejes de pensar que siento lástima por ti, te equivocas, estaré contigo todo lo que sea necesario, porque si tú no me abandonaste en los momentos en que más te necesité, yo tampoco lo haré, simplemente porque contigo conocí lo que es la palabra lealtad y reciprocidad, porque por ti soy lo que soy, porque te necesito en mi vida, porque eres mi vida, porque no sé estar sin ti.

Así que a partir de ese momento, de eso hace diez años, todas las mañanas me despierto y lo primero que hago es agradecerle a la vida que sigue con vida, para después cambiarle el pañal y bañarla, todos los días, para dejarla lista para cuando llegue su enfermera.

Pero además, le hice la promesa que por lo menos una vez por semana desayunaríamos juntos, le pregunté que qué día era su favorito para que fuéramos a asistir, a lo que me contestó, “el miércoles, claro, ese día se convirtió en mi día favorito desde el día que me pediste ser tu novia”, y desde entonces, no hay lluvia, temblor, o alumno que impida que pueda desayunar con el más grande amor de mi vida.

Todos los presentes se quedaron en silencio contemplando a aquel profesor, que aún lucía su sonrisa de satisfacción, la sonrisa del que se sabe feliz, por lo que recibe, pero más, por lo que ha dado.