En el año 2000, mi amigo Luis Usabiaga me invitó a escribir una adaptación mexicana de la serie de televisión norteamericana “Hechizada” (popular en los años 60), producida por Sony Latinoamérica y TV Azteca, con el nombre de “¡Embrújame!” (la realizó Francisco Franco, otros guionistas fueron María Reneé Prudencio y Carlos Pascual).

Los personajes principales: Elizabeth Cervantes (Samantha), Sebastián Moncayo (Darrin) y Anel (Endora, madre de Samantha, bruja de Catemaco).

Anel, una simpática y madura actriz, segunda esposa de José José, propuso ver el primer capítulo en su casa.

La noche de la presentación perdí el papelito con la dirección, así que tomé un taxi y le pregunté al taxista si sabía llegar a la casa de José José, en el Pedregal de San Ángel, a ver si ahí era; el conductor asintió y me llevó.

Cuando llegué, un mayordomo me abrió la puerta y me condujo hacia el salón donde se estaba llevando a cabo la función, que ya había comenzado.

Atravesé un enorme jardín y llegué a una amplia habitación que tenía vidrios como paredes, cuyo interior estaba a oscuras, pues había iniciado el programa.

Traté de ingresar pero choqué contra un transparente ventanal; sobándome la nariz, caminé dando traspiés, cuando un hombre se levantó y me cedió su asiento.

Al terminar el capítulo, la concurrencia aplaudió rabiosamente. Al ponerme de pie, observé que el hombre que me había cedido su asiento era el mismísimo “Príncipe de la Canción”; me sorprendió muchísimo, entre otras cosas, porque Anel y José José estaban divorciados (había leído el libro autobiográfico de Anel y creí que no se hablaban, pues la actriz había pintado como un infierno su convivencia con su marido alcohólico; no sabía que se llevaban re-bien).

Anel (con quien solía platicar durante el corte a comer), posteriormente me presentó a José José, quien me pareció sencillo y encantador.

Durante el coctel, salí al jardín y encontré una casita en miniatura, con muebles a escala, cuyas paredes estaban llenas de fotografías de José José con Anel. Allí levanté mi copa y “pedí un aplauso para el alcohol, que a mí ha llegado”.

Si realmente murió a José José (al momento de escribir éstas líneas, su cuerpo sigue desaparecido), puedo decir que con él, muere una época mágica de la cultura mexicana, que inició en los años sesenta, cuando las celebridades bajaban a la tierra y convivían con los mortales; en cafés, restaurantes, cantinas, fiestas y hasta en la calle.

Todo mundo (incluyéndolo a uno mismo) contaba que había visto a Carlos Monsivais, el “Púas” Olivares, José Luis Cuevas, Marco Antonio Muñiz, Gabriel García Márquez, etc. (“entonces llegaron José José y José Antonio Méndez con su guitarra y se armó la bohemia”).

En el caso de los alcohólicos, todos tratamos a José Rómulo Sosa Ortiz, cuyas anécdotas iban de pulquerías a casas de citas, cualquier lugar donde hubiera “chupe” (incluso hay quien cuenta que lo vio dormir dentro de un coche abandonado, en la cuadra de su casa).

El último vestigio de esa Pléyade es Manuel “el Loco” Valdez, a quien todos vimos hacer públicamente alguna payasada.

Con José José, se apaga un foquito más de los que alumbran la mítica vida nocturna de México, Distrito Federal. DEP.