Ciertamente, Felipe González no fue el primer presidente de la democracia española, pero sí puede ser considerado el más importante. El diario El País nació prácticamente al mismo tiempo que el sistema democrático en España, pero se consolidó como un referente global a partir del primer periodo de González. En más de un sentido, las biografías de este político y del primer director del mencionado rotativo, Juan Luis Cebrián, son la misma historia. Cuando el primero gobernó lograron establecer una aleccionadora complicidad positiva. El País fue el diario del felipismo, no hay duda. Y Felipe un producto de El País. Esto último gracias a Cebrián y también al empresario que hizo posible la consolidación del periódico, Jesús de Polanco.
González y Cebrián han escrito al menos un libro juntos, El futuro no es lo que era; han participado, juntos, en numerosas conferencias, congresos y seminarios fundamentales para entender la realidad social contemporánea, y hasta juntos se fueron al descrédito, recientemente, por sonados casos de turbios manejos de dinero en aquel país.
El final de ambos personajes, que podría no ser el mejor, no les quita el mérito de haber jugado un rol fundamental en la transición democrática española. Un paradigma de transición, estudiado en todo el mundo, ya que el proceso de llegada a la democracia después de una larga dictadura no solo no entorpeció, sino que aceleró la modernización de España. Muchos factores influyeron para que ese histórico acontecimiento político se diera, uno de ellos, de los más importantes, la complicidad positiva entre un dirigente político con ideas renovadoras y un editor con la visión y el talento para apoyarlo desde la crítica.
En México hemos visto todos la extraordinaria complicidad positiva entre Andrés Manuel Lopez Obrador y la directora de La Jornada, Carmen Lira, además de con otros periodistas de ese diario: Carlos Payán, director fundador, y Rafael El Fisgón Barajas y Pedro Miguel, los más destacados. Mucho de lo que es lo debe Andrés Manuel a La Jornada, especialmente a la señora Lira. No hay la menor duda.
La Jornada se la ha jugado con López Obrador desde que este era un líder local en su Tabasco. Pudo Andrés Manuel derrotar no pocas adversidades por su talento, por su decisión, por su terquedad, por contar con muchos buenos colaboradores y evidentemente por el apoyo de todo un pueblo. Pero sobre todo, AMLO es hoy el más poderoso mandatario que ha habido en el México democrático porque Carmen Lira se puso a su lado en cada difícil batalla que tuvo que enfrentar.
Pues bien, hoy que Andrés Manuel gobierna ¿por qué se nota un cierto distanciamiento, una ya no tan ligera molestia, determinada dosis de mala relación entre La Jornada y el presidente de México? No pocas Rayuelas —el contundente e imprescindible epígrafe del único periódico de izquierda que hay en México— dejan la sensación de algún conflicto. Inclusive, se nota que la molestia alcanza a la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.
No voy a especular por las razones de que no se esté dando, o no a plenitud, la complicidad positiva entre el presidente López Obrador y la señora Lira. No tiene caso hacerlo. Solo voy a decir que hoy que los problemas están agobiando al nuevo gobierno —algunos de ellos provocados por AMLO, pero otros claramente originados o exacerbados por la ya famosa prensa fifí—, cuánta falta le está haciendo al tabasqueño volver a los buenos tiempos de su complicidad positiva con La Jornada.
Añadiré, por último, algo en lo que creo: cuando dos amigos verdaderos se pelean, la culpa es de ambos. Así que los obligados a arreglar el problema, si acaso existe como parece claro por algunas Rayuelas, son el presidente de México y la directora de La Jornada. La 4T funcionará mejor si la apoya su periódico. Tal vez lo único que necesitan es juntarse a tomar un café...