Simplemente estoy indignado. No entiendo el castigo a Lance Armstrong, un deportista ejemplar.

Los oficinistas de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA, por sus siglas en inglés) seguramente nunca se han subido a una bicicleta, o si lo han hecho ha sido para pasear media hora por sesión, a pasito lento, y ya.

Los funcionarios de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos no saben lo que es pedalear 200 kilómetros entre montañas durante muchos días consecutivos.

Los burócratas de la USADA ignoran el sufrimiento de un ciclista de alto nivel competitivo.

No hay deporte más duro que el ciclismo por etapas. No cualquiera triunfa en una vuelta, como la de España, la de Italia, la de Francia.

Ha habido grandes ciclistas, Miguel Indurain, Eddy Mercks, Bernard Hinault, Jaques Anquetil, Greg Lemond, Fausto Coppi y, el mayor de todos, Lance Armstrong.

Armstrong, destacadísimo, no solo venció siete veces en el Tour de Francia, sino que también derrotó al cáncer (con metástasis en los pulmones y el cerebro)

Derrotó a las montañas en los Alpes y los Pirineos, a todos sus rivales y a la terrible enfermedad. Hoy, porque se les ha pegado la gana, la burocracia de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos, desde sus oficinas, han decidido sancionarlo y quitarle todas sus victorias.

No es así. No será así. Lance Armstrong es superior a los burócratas que lo han sancionado.

La historia pondrá a cada quien en su lugar.