Ayer, en una conversación con el historiador Alessandro Pagani, surgió un comentario que me pareció importante y trascendental en el contexto de la más reciente aparición de presuntos grupos “anarquistas” en el marco varias recientes manifestaciones, siendo la más reciente la ocurrida en el marco de la conmemoración del 51 aniversario de la masacre del 2 de octubre de 1968, de Tlatelolco.

¿Por qué estos presuntos “anarquistas” se enfrentan a ciudadanos y policías -todos ellos parte del “pueblo”- y dejan dormir tan tranquilo a Luis Echeverría, Secretario de Gobernación durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y quizá el último responsable vivo de esta matanza?

Estos grupos de porros conservadores -que no anarquistas- aparecen en escena simplemente para intentar “calentar las calles” y desestabilizar a un gobierno elegido democráticamente. Si su intención fuera otra, estarían llevando a cabo no digamos acciones violentas, sino actos simbólicos de repudio en contra de Echeverría Álvarez, uno de los señalados como responsable directo de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas.

Es increíble que con casi 100 años de edad, Echeverría siga tan campante e impune, mientras que un puñado de mercenarios con el rostro tapado -recordemos que ninguno de los valientes estudiantes que arriesgaron la vida durante 1968 se cubrió la cara- atacan a personas del pueblo y queman librerías (como hicieron en su momento los fascistas y la iglesia católica, me gustaría agregar).

Hacer pataletas dignas de un niño no es una "ideología" válida y pintarrajear letreros llamando “facho” al presidente o denostando a Claudia Sheinbaum difícilmente les atraerá a estos grupos nuevos seguidores a su causa, cualquiera que esta sea.

Están moralmente derrotados.