"Yo no nací pa’ pobre<br>Me gusta todo lo bueno…<br>Ando volando bajo<br>Y tú tan alto tan alto". <br>

José Alfredo Jimenez, 'Tü y las nubes'

Más o menos tres meses después de las elecciones desayuné con José Antonio Meade, ex candidato presidencial del PRI. En la charla no hubo nada parecido a una discusión excepto cuando toqué el tema de los aviones comerciales en los que iba a transportarse durante su sexenio el mandatario electo, Andrés Manuel López Obrador.

Pienso que Meade es un funcionario de excepción, no solo por eficiente, que sí lo es: también porque a diferencia de muchos que han sido sus compañeros en al menos dos gabinetes presidenciales, no es para nada un fantoche ni se le puede acusar de haberse enriquecido en su paso por el gobierno.

En el peor de los casos para Meade, se trata de un hombre dominado por ciertos referentes o dogmas políticos. Uno de ellos, que el presidente de un país no puede viajar como cualquier persona.

“De ninguna manera dudo de la austeridad de Andrés Manuel, pero el público y las aerolíneas terminarán por vencerlo: pronto le exigirán que se traslade en un avión presidencial, sobre todo en viajes al extranjero”, me dijo Meade. “La seguridad de todos es fundamental, pero también está el tema de las agendas muy complicadas”.

AMLO se acerca a cumplir la tercera parte de su periodo presidencial. El cambio cultural es notable. Al margen de otros asuntos, ya no sorprende que el presidente en sus viajes sea un mexicano más. Su sucesor o sucesora se meterán en fuertes problemas reputacionales si vuelven a la costumbre del avión presidencial.

El actual presidente mexicano ha viajado bastante —inclusive a Estados Unidos— y fuera de un par de fanáticos de la derecha, inevitables y aun imprescindibles en la democracia, nadie en los aeropuertos ni en las aerolíneas comerciales se ha quejado de que uno más de los pasajeros sea el polémico y popular tabasqueño. Hasta líneas aéreas de Estados Unidos estuvieron más que satisfechas de contarlo entre sus clientes.

Ha dicho Andrés Manuel que viajará a China —como es de quienes dicen lo que hacen y hacen lo que dicen, estoy seguro de que pronto lo veremos en vuelos y escalas larguísimas rumbo a aquel país. En trayectos tan cansados, por su comodidad, me gustaría que no ocupara asientos en clase turista, sino en la sección ejecutiva y aun en la de primera. Pero, conociéndolo, si alguien me retara, apostaría a que tal vez ni este pequeño privilegio se permitirá el presidente López Obrador.

En el desayuno al que hago referencia el señor Meade aceptó que seguramente era excesivo el lujo del avión presidencial comprado por Calderón y utilizado por Peña Nieto, pero no podía decir lo mismo del tamaño de la aeronave.

Otra vez, sus referentes. Para Meade, un presidente tenía que viajar acompañado de muchas personas, sobre todo del área de seguridad, pero también empresarios en sus comitivas y los representantes de la prensa. Estaba convencido de que no había opción.

Andrés ha demostrado que no tiene por qué ser así. Voló a Washington con cuatro colaboradores. Desde luego, el gobierno invitó a un grupo de periodistas mexicanos y a diez empresarios importantes, pero...

Los y las periodistas que tuvieron información privilegiada de parte de la cancillería —no debería Marcelo Ebrard tener consentidos y consentidas en los medios—, lograron adquirir boletos para viajar en el mismo avión de Andrés Manuel; el resto llegó a Washington por rutas distintas.

Los empresarios volaron como pudieron, supongo que la mayoría en sus propios aviones, aunque sé que al menos Carlos Bremer y Patricia Armendáriz lo hicieron en aerolíneas comerciales. Se les vio, en distintos momentos, haciendo escala en Dallas.

Todo el mundo estuvo a tiempo para los eventos con Donald Trump, en la que seguramente ha sido la gira presidencial más exitosa en varios sexenios. Meade, quien ha colaborado con varios gobiernos, no me dejará mentir.

Fue exitosa la gira no por el avión, comercial o privado, sino porque Andrés Manuel se abstuvo de pronunciar incorrectamente el nombre del escritor Borges (Vicente Fox metió las patas en Madrid al citarlo como Borgues) y no ocurrió que mientras el presidente volaba se escapara de un penal de alta seguridad el capo más buscado del mundo (la fuga de El Chapo Guzmán sorprendió a Peña Nieto a la mitad de su trayecto a París).

La reciente gira de AMLO generó el aplauso unánime por un discurso de nuestro presidente. Y, por cierto, que los gobernantes mexicanos visiten las capitales de los países económicamente más avanzados, es que algo que no suele ser nota en los medios de comunicación de tales potencias. Pero Andrés Manuel lo fue, y desde antes de llegar a Estados Unidos porque rompió los referentes de los periodistas gringos, que son los mismos de Meade: los descolocó al volar en línea aérea comercial.

Supongo que algunos líderes de opinión estadounidenses ya se preguntan si realmente tiene sentido que su presidente viaje siempre en aeronaves tan sofisticadas y costosas. La razón principal que se da para justificar los aviones de los gobernantes es la seguridad. Andrés Manuel ha demostrado que con inteligencia y buena logística las aerolíneas comerciales son seguras para un mandatario.

Desde luego, habrá emergencias en las que el presidente AMLO deba volar en aviones del ejército mexicano. En su sexenio no se ha presentado ninguna que lo obligue a ello.

En fin, ya se dónde comprar un cachito para el sorteo del avión presidencial, aunque no sea la aeronave la que se rife, sino su valor en pesos. No voy a ganar, pero conservaré el billete como un símbolo de lo mucho que se ha hecho indebidamente en México y que no era tan difícil cambiar. A veces, frente a los mayores vicios sociales, solo basta con que alguien se proponga hacer las cosas de manera distinta. Esta es una de las grandes aportaciones de Andrés Manuel a nuestra cultura política.